La parashá de esta semana nos invita a sumergirnos en Itsják, el heredero, la segunda generación después del momento fundacional de nuestra fe. El hijo del fundador con todas sus consecuencias.
Uno de los grandes admiradores de Itsják es Elie Wiesel quien en múltiples ocasiones confiesa cuánto valora a ese personaje; quien ha sabido salir del fuego y sobrevivir la atadura que casi lo condena a la muerte. Itsják, para Elie Wiesel es el primer sobreviviente de nuestra historia.
Leyendo sus ponencias me encuentro con un volumen de la revista Majshavot que transcribe un encuentro que hubo en Bet El, el 3 de septiembre de 1979, cuando el premio nobel de la paz visitara esta comunidad.
Él comienza su disertación del siguiente modo:
“Amigos míos: Al escritor francés Jean Cocteau le hicieron una vez la siguiente pregunta: si tu casa se estuviera incendiando ¿qué es lo primero que sacarías de ella? Cocteau, que era un poeta surrealista contestó: el fuego, por supuesto.
Y eso es más o menos el cuento del pueblo judío. Donde quiera que hayamos ido, hemos llevado el fuego con nosotros. El símbolo de nuestro destino tiene la fuerza y la textura, el calor y la luz del fuego. Comenzó con el sacrificio de Itsják en el Monte Moriáh; continuó en el desierto cuando moisés vio al zarza ardiendo que no se consumía, luego en el desierto en el Sinaí y siguió el mismo fuego iluminando a nuestro pueblo. Algunas veces a nuestro favor y otras veces para nuestra aflicción. El templo fue un templo de fuego.
Durante la Inquisición en España, los judíos murieron por el fuego y en nuestro propio tiempo hemos visto otro fuego, que sigue encendiéndose y nunca se consume.”
Entonces, y hoy, nos seguimos preguntando por ese fuego que adopta diferentes nombres, ideologías, contextos y lo tenemos presente delante de nuestros ojos, y hoy en día, sobre nuestras cabezas en el cielo. Fuegos reales y fuegos simbólicos vestidos de prejuicios y odios ancestrales. Y vuelvo al poeta que cita Wiesel. Ciertamente; hoy nos preguntamos cómo hacemos para quitar el fuego que nos está incendiando la casa.
Y acá llega nuestra parashá. O al menos yo quiero que llegue con una respuesta a nuestras preguntas de hoy y de siempre.
Itsják se salvó del fuego de una fe ciega que le hizo creer a su padre que matando a un hijo probaría su fidelidad a Dios. Se salva del cuchillo. No salva la relación con su padre. Abrahám termina la parashá pasada volviendo del monte solo.
Itsják, luego lo sabremos, se va solo, a meditar- dicen algunos- al campo. Yo creo que no hay racionalidad posible que permita tramitar lo que sus ojos vieron. Se va porque está perdido, angustiado, consternado. Su padre, a quien ama y respeta, acaba de romper lo más sagrado. Y se separan.
En este contexto, ese padre que también registra que su vínculo quedará roto por siempre, intenta reparar en el amor, mandando a su criado a encontrar la mejor de las mujeres para que su hijo se case y comience una nueva vida.
Y acá llegamos.
“Ahora bien, Itsják había vuelto del Pozo del Viviente que me ve (Beer Lajai Roí), porque vivía en la región del Néguev. Una tarde, salió a dar un paseo por el campo. De pronto, al levantar la vista, vio que se acercaban unos camellos. También Rivká levantó la vista, al ver a Itsják se bajó del camello y preguntó al criado: —¿Quién es ese hombre que viene por el campo a nuestro encuentro? —Es mi amo —contestó el criado. Entonces ella tomó el velo y se cubrió. El criado contó a Itsják todo lo que había hecho. Luego Itsják llevó a Rivká a la tienda de campaña de Sará, su madre, y la tomó por esposa. Itsják amó a Rivká y así se consoló de la muerte de su madre.” (Bereshít- Génesis 27:62-66)
En líneas generales podemos decir, como afirma Wiesel, que Itsják sobrevive gracias al amor que lo rescata de aquellos leños.
Pero vayamos a un detalle que parecería menor pero que, sin embargo, está lleno de contenido:
Itsják había vuelto del Pozo del Viviente que me ve (Beer Lajai Roí) …
Itsják está volviendo de un lugar identificado en la zona. Un pozo ya mencionado en una historia pasada. Vayamos a buscarlo.
En el capítulo 16 nos encontramos con Hagár. La sierva egipcia que, por una contienda con Sará, es echada al desierto, embarazada. Allí se encuentra con Dios.
“Entonces llamó el nombre de Dios que con ella hablaba: Tú eres Dios que ve; porque dijo: ¿No he visto también aquí al que me ve? Por lo cual llamó al pozo: Pozo del Viviente-que-me-ve. He aquí está entre Kadésh y Baréd.” (Bereshít- Génesis 16:13-14)
Es Hagár, la “otra”, la que no pertenece al linaje, que da nombre a ese pozo donde Dios la mira: Pozo del Viviente que me ve.
Ahora volvamos a Itsják. Rashi (s.XI) lo explica así:
“מבוא באר לחי ראי– ACABAN DE VENIR DEL POZO DE LAJAI-ROI—Pues había ido allí para traer a Hagár de regreso a Abrahám para que pudiera tomarla nuevamente como su esposa” Génesis Rabá 60:14. (1).
Y Ovadia Sforno (s.XV-XVI) agrega que fue allí “Para decir una oración en el lugar donde había sido respondida la oración de Hagár, la sirvienta de su madre.”
No es un dato menor. Ese pozo conecta a dos personas sumidas en dolor, en desamor, en abandono. Hagár e Itsják, que pertenecen a dos historias que hoy en día están enfrentadas.
Ya nuestros exégetas comprendían que haber vuelto de ese pozo reparaba el fuego que los dejó a ambos en riesgo. Ya sea porque la haya vuelto a buscar para retornar a la casa; como explica Rashi, o que haya necesitado regresar allí para unir plegarias, para ser visto por ese Dios que ve a todos. A todos.
¿Cómo nos deshacemos del fuego?
Quizás intentando contar otra historia. Caminando sobre nuestros pasos y encontrándonos en un dolor que nos es común. Recuperando más allá de las propias posturas, lo humano del otro que nos conecta con un atisbo de solución que poco tiene que ver con seguir insistiendo en aumentar el fuego del otro. Intentando levantar la mirada y ver más allá de las verdades que nos habitan, una Verdad con mayúsculas que nos convoque a volver a un remanso de serenidad, representado en ese pozo de aguas vivientes que nos rescata del incendio y del miedo.
Necesitamos apagar el fuego que todo lo consume.
¿Podremos encontrar también nosotros ese lugar de agua que nos permita intentar otro camino para salvarnos de esta locura?
Rabina Silvina Chemen
- Dirshuni II, Matriarcas y Patriarcas, IV 3
“Y Abrahám volvió a sus siervos, y ellos se levantaron, y fueron juntos a Beersheba…” ( Gen. 22:19 ) ¿Adónde fue Itsják? Fue a Beer-Lajái Roí, como dice: “Itsják acababa de volver de las cercanías de Beer-lajai Roí, porque estaba establecido en la región del Neguev.” ( Gen. 24:62 ) Itsják se fue y huyó preocupado por su padre, su madre y su Dios. ¿Cómo sucedió que él estaba atado, que ellos consideraron conveniente hacerlo, y por qué se lo hicieron a él? Fue al desierto, a un lugar donde ningún hombre pasaba ni moraba. Dijeron: “Ningún hombre”, pero una mujer pasó por allí, y era Hagár – Beer-Lajai Roí (el pozo del pastor de la vida) es el pozo de Hagár. Itsják se quedó de pie junto al pozo hasta que se acordó de Ismael que había jugado con él cuando era un bebé. Se acordó de Hagár que se había alejado con un cántaro de agua sobre su hombro. Itsják se sentó allí con Hagár e Ismael, lloró y compartió su ira con ellos durante muchos días. Un día, se paró junto a la boca del pozo y he aquí, el Dios viviente lo vio, el Dios viviente oyó su voz en ese momento, e Itsják fue consolado. Se levantó, tomó a Hagár y la trajo de regreso a su padre, como está escrito: «Abraham tomó otra mujer, y su nombre era Ketura.» ( Génesis 25:1 ) Ketura es Hagár cuyos gritos subían como el humo (ketoret) sobre el altar. También se levantó y tomó a Ismael y lo devolvió a su padre, como está escrito: «Sus hijos Itsják e Ismael lo sepultaron» ( Génesis 25:9 ) «Él reconciliará a los padres con los hijos y a los hijos con sus padres» (Malaquías 3:24). Después, Itsják volvió a ese pozo y se estableció allí, como está escrito: “Después de la muerte de Abrahám, Dios bendijo a su hijo Itsják. E Itsják se estableció cerca de Beer-lahai-roí” ( Génesis 25:11 ). Por eso se dice de él que volvió a cavar pozos viejos y sacó de ellos agua viva.