Parashat Toledot es para mí una de las historias más ensuciadas de nuestra narrativa. Un ardid de engaños, mentiras, prejuicios, justificaciones de lo injustificable que van moldeando la memoria cultural hasta naturalizar opiniones que, si vamos al texto bíblico, no tiene un real asidero.
Itzjak, nuestro segundo patriarca, con Rivká -dicho sea de paso, la única matriarca que no comparte su hombre con ninguna otra mujer- va a tener mellizos; fruto del amor, el primer amor declarado en la Torá. Nacen Esav y Yaakov.
Así dice el texto:
“Los muchachos crecieron; Esav era un hombre que sabía cazar, un hombre del campo; Yaakov era un hombre sencillo ( o íntegro) , un habitante de tiendas.” Bereshit – Génesis 25:27
Éste es el texto. Dos hijos, como todos los hijos, con derecho a ser diversos, a tener talentos propios, y personalidades marcadas. En definitiva, tener un hijo que se ocupe de proveer las necesidades del exterior y otro, de mantener el orden en el interior de la familia, me parece un binomio interesante.
Sin embargo, las interpretaciones posteriores transformaron nuestras certezas respecto de estos dos muchachos que aparecen en esta parashá.
Veamos algunas:
“Los muchachos crecieron” – dijo Rabí Levi: Esto es análogo a un mirto y un arbusto espinoso que crecieron adyacentes uno al otro. Cuando crecieron y florecieron, este produjo su fragancia y aquel produjo sus espinas. Así, durante los trece años, ambos iban a la escuela y ambos salían de la escuela. Después de trece años, este iba a las salas de estudio (batei midrash), y aquel iba a las casas de adoración de ídolos… Bereshit Rabá 63:10
Este libro de midrash, datado entre el 300 y el 500 de nuestra era, refleja una mutación en la lectura del simple versículo que comentamos antes. Por motivos ajenos al texto, y totalmente funcionales a su contexto, es necesario instalar la contienda desde su momento fundacional. “Los muchachos crecieron”, no emite juicio de valor. Pero desde entonces este crecimiento ha sido descrito intencionalmente como oposición. Uno floreciente y noble. El otro espinoso y dañino. Uno apegado a la fe de su padre y otro idólatra.
“Un hombre que sabía cazar”: Un cazador astuto. Esav practicaba constantemente el engaño, pues la mayoría de los animales son atrapados mediante artimañas. Yaakov era su antítesis, porque era un hombre íntegro.” Rabí Abraham ben Meir ibn Ezra
Ibn Ezra, allá por el siglo XII en Andalucía, refuerza esta idea. La Torá sólo habla de las habilidades de caza de Esav. Sin embargo, en esta interpretación, ser cazador se liga directamente a ser una persona que desarrolló capacidades negativas de engaño y astucia en contraposición a la “integridad”- (no definida en la exégesis) de su hermano Yaakov.
Haamek Davar – el comentario de Naphtali Tzvi Yehudah Berlin (Netziv), del siglo XIX de Valozhyn, Bielorrusia, agrega detalles a esta contraposición construida entre estos hermanos a partir de un solo versículo:
“Esav era un hombre que sabía cazar”: Cazar a las personas con la habilidad de su lengua. “Un hombre de campo”- sus negocios estaban en el campo. “Yaakov era un hombre simple (o íntegro)”- íntegro con las personas; lo que salía de su boca así era lo que tenía en su corazón. “Un habitante de tiendas”- su ocupación era la casa y por casa se entiende la casa de estudio (de Torá) y de Oración.”
No hace falta aclarar que en aquella época no existían las casas de estudio de Torá, porque no existía tal cosa, y mucho menos espacios para hacer tefilá – plegaria. Sin embargo, por algún motivo no tienen prurito en sostener y agregar datos al derrotero de esta descripción de los hermanos, que, insisto debe ser funcional a alguna necesidad de la época de encontrar el motivo de una confrontación flagrante.
Y no bastante con eso, quizás sabrán que Esav, que nació pelirrojo, (en hebreo “admoní”), luego será asociado al linaje de Edóm. Recordemos que este hijo cazador vuelve del campo exhausto y ve a su hermano que se dedicaba a las tareas de la casa cocinando un guiso de lentejas, de color rojo: “Y Esav dijo a Yaakov: «Dame un poco de eso rojo rojo, porque estoy muerto de hambre». Por eso le pusieron por nombre Edóm.” (Bereshit – Génesis 25:30)
¿Por eso le pusieron por nombre Edóm? Parecería no tener relación con la historia.
¿Quién será Edóm en la narrativa de nuestro pueblo?
“Pero Edóm le respondió: No pases por aquí, porque de lo contrario saldremos a espada contra ti.” (Bemidbar – Números 20:18)
Desde los textos de la Torá misma, Edóm será un pueblo que no deja en paz a Israel. Y desde allí irá transformándose en el origen de Roma, de los imperios que se empecinaron en sojuzgarnos y torturarnos una y otra vez.
La historia del derrotero de persecuciones del pueblo judío desde tiempos inmemoriales es real. Lo que yo vengo a plantear acá es cómo una narrativa instalada en un período histórico determinado, con sus motivaciones que no discuto, fue instalándose como una certeza que convenció a generaciones enteras de la maldad del hijo de nuestros segundos patriarcas, tan hijo, como Yaakov.
Lo que me interpela hoy es cómo hacemos para desandar ese camino que nos llevó y nos lleva a creer que nada se puede hacer con ese “hermano que ya no lo es”, que poco podemos aspirar de bueno en propiciar un acercamiento, un encuentro, una nueva conversación: compartir las certezas que heredamos, llorar nuestros miedos, nuestros muertos, nuestras heridas, y registrar si podemos volver a empezar.
En la Torá, aunque quedó bastante desdibujado en la memoria colectiva, estos hermanos volverán a encontrarse y se animarán a abrazarse. Lo que surgió en ese entonces fue un amargo y profundo llanto: llorar la distancia que les quitó la esperanza.
Yo sé que detrás de todos los Esav y los Yaakov de nuestro tiempo hay una necesidad imperiosa de volver a contarse su historia. Y registrar como en cada generación otras narrativas han sido usadas para confrontarlos, alimentando el fuego de la discordia y la venganza.
Mientras escribo esto me viene a la memoria un fragmento de un breve cuento del gran Jorge Luis Borges sobre el primer fratricidio de la historia, el primero de miles y millones de hermanos que se siguen matando hasta hoy:
“Abel y Caín se encontraron después de la muerte de Abel. Caminaban por el desierto y se reconocieron desde lejos, porque los dos eran muy altos. Los hermanos se sentaron en la tierra, hicieron un fuego y comieron. Guardaban silencio, a la manera de la gente cansada cuando declina el día. En el cielo asomaba alguna estrella, que aún no había recibido su nombre. A la luz de las llamas, Caín advirtió en la frente de Abel la marca de la piedra y dejó caer el pan que estaba por llevarse a la boca y pidió que le fuera perdonado su crimen.
Abel contestó:
—¿Tú me has matado o yo te he matado? Ya no recuerdo; aquí estamos juntos como antes…”
La historia continúa unas frases más, pero me quiero quedar acá. “Aquí estamos juntos como antes.”
Llegará el día en el que nos volveremos a encontrar.
¿Llegará el día en el que nos volveremos a encontrar? Quiero creer que sí.
Rabina Silvina Chemen