La Parashá Toldot es el epítome de los desafíos, conflictos, ambivalencias y alegrías de ser padres. Isaac, como el «hombre común» judío, y Rebeca, como directora ejecutiva atenta y resuelta, se ven amenazados por fuerzas fuera de su control. Todo el ritmo de la parashá trata sobre bendiciones y maldiciones, y la relación entre padres e hijos. Desde los versículos introductorios de rivalidad fraternal en el seno materno, a través de la narración de la vida adulta de Isaac, hasta la tristeza final del dolor de Esaú al ser rechazado y el estatus de favorito de Jacob, percibimos un lineamiento paradigmático de las pruebas y tribulaciones diarias de todo padre y madre. Ser padres involucra el equilibrar el amor con dirección y sensibilidad ante las diferencias y necesidades individuales de cada hijo, con el deseo de perpetuar los valores y tradiciones heredados de generaciones pasadas.
Isaac le añade poco de nuevo a la tradición religiosa en desarrollo comenzada por su padre Abraham y embellecida más tarde por Jacob. En palabras del Rabino Morris Adler, z»l: «Preservó una tradición; se aferró a ella; la recibió y le fue leal. En un mundo de cambio constante, en un mundo en búsqueda de nuevas modas y en el que nuevas costumbres aparecen constantemente, en un mundo que nunca se detiene en sus fluctuaciones… mantuvo la cadena que le fue entregada, y la tradición no se rompió con él.»
La vida de Isaac se ve señalada con altos y bajos. Es bendecido con la tierra y con la promesa de Dios de que «estaré Yo contigo y te bendeciré, porque a ti y a tu simiente daré todas estas tierras, y cumpliré el juramento que juré a Abraham, tu padre; y multiplicaré tu simiente como las estrellas del cielo, y daré a tu descendencia estas tierras; y se bendecirán en tu simiente todos los pueblos de la tierra» (Génesis 26:3-4).
Sin embargo, a pesar de las bendiciones, Isaac tiene su cuota de tsures (problemas), protegiendo a su esposa Rebeca de una posible seducción y secuestro, y luchando por pozos, agua y riquezas. Su vida no se destaca; es pasiva y promedio. Ama a ambos hijos, pero forcejea con lo que sabe que es su responsabilidad de legar la tradición al hijo de su elección, no necesariamente al titular de la bendición. Él lucha con lo que siente en su corazón y con lo que sabe que debe hacer.
Rebeca se encuentra en una posición muy similar. Ella es una madre amante y uno de los personajes más desarrollados en la Biblia. Pero también ella se siente desgarrada entre lo que sabe que es correcto y lo que siente que debe hacer. Ella manipula a su hijo Jacob y a su esposo por lo que considera será un bien mayor, un propósito más elevado, aun cuando provoca un efecto devastador en su primogénito Esaú, creando años de odio y enemistad familiar.
¿Y acaso no está todo esto en el centro de lo que los padres enfrentan hoy con sus hijos? ¿Cómo juzgamos nosotros, como padres, lo que es bueno para nuestros hijos o para nosotros mismos? ¿En qué altares de sacrificio colocamos a nuestros hijos porque creemos que nosotros sabemos lo que les conviene? ¿Cómo no hacemos por uno lo que hacemos por los otros, aun cuando cada uno tiene necesidades e inclinaciones separadas y distintas? ¿Deben asistir todos a la misma escuela, aun cuando no sea este el mejor lugar para alguno? ¿Deben asistir todos a la universidad, aun cuando alguno quizás sería más feliz y estaría más satisfecho siendo mecánico, artesano o plomero? ¿Cómo negociamos con nuestra pareja los diferentes puntos de vista sobre nuestros hijos y la dirección que les damos? ¿Cómo sabemos qué es lo correcto, teniendo en cuenta los increíbles cambios y presiones que nos suceden a cada vuelta de la vida?
Por esto nuestro Tanáj es un modelo tan vivo y accesible para los judíos de hoy en día. Refleja nuestras luchas en busca de significado y dirección, nuestra lucha con la incertidumbre y el deseo de dar a nuestros hijos todas y cada una de las bendiciones que existen bajo el cielo. Nos dice que la vida, la vida real, está llena de altos y bajos, buenas y malas decisiones, desafíos y desesperación; pero que es una vida que vale la pena vivir. Tal vez muchos sentimos que somos Isaacs y Rebecas, abriéndonos camino a través de las penosas y difíciles alternativas que se nos presentan en nuestro papel de padres, recibiendo y transmitiendo tenazmente nuestras tradiciones y valores religiosos, mientras luchamos con ellos en la vida cotidiana. No es tan mala nuestra posición.