El 9 de noviembre se cumple un nuevo aniversario de la denominada “Noche de los cristales rotos”, fecha luctuosa que marcó un momento culminante en la política del nazismo hacia los judíos alemanes en los meses previos a la Segunda Guerra Mundial.
En la fecha mencionada, para ser más precisos la noche del 9 al 10 de noviembre del año 1938, centenares de sinagogas de Alemania y también de Austria (ocupada por los nazis desde el Anschlus, la anexión desde marzo de ese mismo año) fueron total o parcialmente destruidas en cuestión de unas pocas horas. Con lo cual, parafraseando al rabino Dr. Leo Baeck, el gran líder espiritual del judaísmo alemán de aquellos años (citando una frase que él ya había dicho en 1933) “mil años de vida judía en Alemania habían llegado a su fin”.
Si bien hoy día la vida judía en Alemania hace ya tiempo que se ha reconstruido, los trágicos acontecimientos de esa aciaga noche de noviembre podrían haber dado perfectamente la razón a la lapidaria aseveración del rabino, pronunciada al poco tiempo que los nazis en Alemania subieron al poder.
Lo que ocurrió durante esa noche de noviembre del año 1938 fue lisa y llanamente un pogrom: término de origen ruso que designa disturbios, persecuciones y/o masacres contra judíos (o comunidades judías) por el solo hecho de serlo. Además de las sinagogas destruidas, casi un centenar de judíos murieron en la ocasión; miles fueron deportados a “incipientes” campos de concentración. La denominación “noche de los cristales rotos” se debe a que, además de las sinagogas, fueron rotos los vidrios de gran cantidad de tiendas, locales y negocios.
No obstante, para quien desconoce el hecho, la denominación “noche de los cristales rotos” no indica necesariamente la magnitud de lo ocurrido. Quizás la más apropiada para esta trágica jornada debiera de haber sido “la noche de las sinagogas destruidas”.
A pocos días del desastre, el gobierno nazi, ya embarcado en una lucha sin cuartel, discriminatoria y racista contra los judíos alemanes, en una muestra de crueldad y cinismo extremo, impone a la comunidad judía alemana – víctima de los hechos – una multa de…mil millones de marcos ¡para pagar los daños y perjuicios que a dicha comunidad los nazis le habían ocasionado!
Obviamente, más allá de algunos estallidos populares, el pogrom fue planificado con suma antelación. Premeditado. Y además se encontró el pretexto. Los nazis lo encontraron a raíz del atentado al diplomático de la embajada alemana en Paris, Von Rath, perpetrado un par de días antes por el joven judío Hershel Grynszpan. Este, desesperado porque sus padres habían sido deportados de Alemania a Polonia – junto a otros miles de judíos polacos que vivían en aquel momento en Alemania – la emprendió contra el mencionado funcionario nazi y este hecho fue hábilmente aprovechado por los nazis para desencadenar el pogrom que, reiteramos, no fue un “simple estallido popular”. Fue organizado en tiempo y forma por la cúpula nazi, la cual buscó el momento oportuno y la excusa apropiada para su ejecución.
La reacción del mundo fue, salvo excepciones, sumamente tibia. Evidentemente no era el antisemitismo nazi el problema que más le ocupaba en esos momentos. Tampoco lo sería después. Demasiado tardaron, el mundo en general y las democracias en particular, en darse cuenta que el nazismo, además de su antisemitismo virulento y sin precedentes, era de una gravedad extrema (y lo sigue siendo) para toda la humanidad.
Hitler publica “Mi lucha” en 1924. Su racismo antisemita ya estaba claramente manifestado en su «libro». Cuando el nazismo sube al poder en 1933, las medidas contra los judíos comienzan a aplicarse gradualmente: boycott económico, quema de libros de autores judíos, leyes racistas de Nuremberg, “Numerus Clausus” en las universidades, discriminación en las profesiones, discriminación en lugares públicos, identificación en sus pasaportes, medidas económicas que pauperizan a la comunidad, etc. Y si bien ya antes de 1938 tuvieron lugar actos de violencia – no solamente contra judíos pero ya se marcaba claramente la diferencia – el pogrom del 9 de noviembre marca un momento decisivo en la avalancha antisemita nazi, que concluirá con el exterminio. Por todo eso y más, es ésta una fecha central, que debe ser conocida y recordada como algo sumamente específico dentro de la cronología y proceso que llevó al Holocausto.
Contra lo que supuso en su momento el gran rabino Dr. Leo Baeck, la vida judía en Alemania continúa: y no solamente debido a judíos alemanes. El judaísmo alemán – quizás sería más exacto denominarlo el judaísmo en Alemania – se ha reconstruido en las últimas décadas. Lo cual se ha visto favorecido, entre otras razones, por el hecho de que Alemania hace tiempo que se confronta con su pasado, al tiempo que deberá recordarlo permanentemente; al igual que el pueblo judío, aunque por razones muy distintas.
Fue un 9 de noviembre.
Hace 77 años atrás
Autor: Rafael Winter