Orígenes bíblicos de Sfarad

La arqueología revela cómo fue a partir del siglo VIII cuando las primitivas factorías fenicias —fundamentalmente de origen tirio y chipriota— en las costas andaluzas se transforman en auténticas colonias de poblamiento, creciendo las antiguas y creándose otras nuevas en suelos incluso anteriormente vírgenes y con una parte de su población dedicada a la agricultura. Era la colonización fenicia, sin duda reforzada tras la decadencia de Tiro y el ascenso imparable de la antigua colonia tiria de Cartago en todo el Mediterráneo occidental. Hasta tal punto, que en el horizonte del siglo IV-V a.E.C. se puede considerar a la Baja Andalucía y la Costa del Sol como auténticas tierras púnicas, con estructuras urbanas jerarquizadas dotadas de instituciones de tipo feno-púnico y habitadas por unas gentes que hablan y escriben en púnico. Situación que incluso se mantendría en buena parte hasta cuando menos un siglo después de la incorporación de dichas gentes y tierras al imperio de la República romana.
Un eco de la existencia de estas ya primeras auténticas colonias fenicias en las costas andaluzas puede ser el testimonio del profeta Isaías en la segunda mitad del siglo VIII. Pues para el gran profeta del Reino de Judá Tarsis constituye un gran centro del comercio exterior tirio, comparable incluso a Chipre, habitado por gentes originarias de dicha patria fenicia. Isaías era de probable origen noble con un gran conocimiento de la Corte de Jerusalém y de la situación internacional circundante. De modo que sus referencias a Tarsis pueden ser indicio de la continuidad de la cooperación comercial judeo-tiria establecida en tiempos de Salomón. Lo que ya es más dudoso es que dicha actividad hubiera llevado a una cierta diáspora y establecimiento israelita en la Tarsis fenicia. Cosa que no parece la necesaria conclusión a sacar del texto de Isaías 60, 9, que por otro lado la crítica bíblica prefiere datar en torno al 500 a.E.C.
España
Isaías es el testimonio patético del duro golpe que recibió Tiro y el resto de las florecientes comunidades del área como consecuencia del avance del imperialismo asirio con los Sargónidas. Como es sabido, éste golpeó fundamentalmente a las cortes principescas, base fundamental en la continuidad de tales relaciones comerciales con las lejanas colonias fenicias de Tarsis, según el esquema del karum. Ezequiel y Jeremías, un poco tiempo después, lo serán del segundo y definitivo, el de Nabucodonosor de Babilonia (605-562 a.E.C.), que tan duramente afectó también a la historia judía con el exilio de la corte y la clase dirigente jerosolimitana a Babilonia. Precisamente son textos atribuidos a estos profetas o a su escuela los últimos testimonios bíblicos que se refieren a Tarsis y a su comercio con Fenicia en términos de contemporaneidad y de cosa más o menos conocida.
Después de estos testimonios, Tarsis y su comercio desaparecen de la vida cotidiana judía. El judaísmo post-exílico se muestra en todos los sentidos más encerrado en sí mismo y despreocupado por la suerte y actividades de sus vecinos del norte, los fenicios. Posiblemente porque la participación y el conocimiento de las grandes empresas del comercio ultramarino de aquéllos habían sido cosa de los monarcas hebreos y de sus cortesanos, y esto había desaparecido para varios siglos tras la catástrofe del 587 a.E.C. En los textos bíblicos postexílicos Tarsis y sus navíos no serán ya más que un mero recuerdo erudito y anticuarista, pero cuya misma situación en el mapamundi se ignora. Sin duda a todo ello contribuiría también el que la Tarsis posterior a la caída de Tiro sería fundamentalmente púnica e indígena: interesante para las nacientes potencias y las gentes del Mediterráneo occidental, pero escasamente para las del oriental.
En todo caso, si algún israelita —que todavía no propiamente judío— se deslizó en las empresas comerciales y en las colonias fenicias en Tarsis, la huella de éste se habría perdido definitivamente tras los primeros años del siglo VI a.E.C. Hasta el punto de que los comentaristas rabínicos posteriores en absoluto pensarían en las Españas de su época a la hora de leer las citas de Tarsis antes recordadas, prefiriendo hasta su ubicación en la lejana y paradoxográfica India y no en la cotidiana y entonces en parte judaizada Hispania.
Los primeros asentamientos parece que tuvieron lugar en la costa mediterránea y su presencia se ha detectado en ciudades como Ampurias, Mataró, Tarragona, Adra, Málaga, Cádiz y Mérida. Uno de los primeros restos arqueológicos con que contamos es la estela funeraria del samaritano Iustinus de Mérida, fechada en el siglo II. Este epitafio, así como la lápida de la niña Salomónula o la del rabí Lasies, permite asegurar la llegada de judíos en los primeros siglos de nuestra Era. Los judíos de la España romana debieron ser simples trabajadores o incluso esclavos y fueron medrando poco a poco en las ricas ciudades comerciales de la costa. La importancia de las comunidades judías debía ser tal en el siglo IV que el Concilio de Elbira, Granada, se pronuncia en algunos de sus cánones contra ellos. Es la primera vez que la Iglesia se preocupa por el peligro que los judíos representan para los nuevos cristianos que, con la convivencia, pueden judaizar.
Uno de los vestigios más antiguos de la península ibérica es un candelabro de siete brazos en un relieve del siglo V (Ronda, Málaga). Las primeras invasiones bárbaras de la Península supusieron notables convulsiones tanto en la sociedad hispano-romana como en la judía. Los hebreos habían ido creando una tímida explotación agraria para subsistir, pero el enfrentamiento con la Iglesia se acentuó, produciéndose la conversión forzosa de los judíos de Mahón. Con la invasión de España por los visigodos se produce una época de tolerancia del poder hacia los judíos. La monarquía arriana, pese a su inestabilidad política, será complaciente con sus súbditos judíos. Durante esta etapa, judíos y cristianos no se diferenciaban más que por su religión. Los judíos eran pequeños propietarios y se dedicaban al comercio, contando con la tolerancia de los visigodos.
Pero la conversión de Recaredo en el III Concilio de Toledo supone el comienzo de las persecuciones bajo la monarquía católica: Sisebuto expulsa a los judíos del reino, Egica los persigue y separa de los cristianos y Chintilla obliga a los judíos de Toledo a abjurar de los ritos y prácticas de su fe. Los niños judíos eran separados de sus padres para ser educados como cristianos. De entre los restos arqueológicos de ésta época, bastante escasos, destacan varias inscripciones, como la pileta de Tarragona o la memoria de Meliosa. También es de gran interés una estela del siglo VI-VII decorada con pavos reales y arranque de menorah.
Fuente: www.mayores.uji.es