Me llama la atención los carteles de publicidad de series televisivas de mujeres y hombres judíos ortodoxos en las calles de Tel Aviv. ¿Qué se quiere mostrar en ellas? ¿Por qué se graban series al respecto? En Montevideo me entero que los adictos a las series de Netflix – entre los que me incluyo – están mirando una de estas series: “Shtisel”.
“Shtisel” es vista por judíos y no judíos, por parejas y familias enteras, por jóvenes de 18 años y por adultos; ¿pero qué los lleva a verla?. Entonces me decido a verla yo; ¿por qué no? De ante mano sé que en esta serie veré tradiciones y hábitos de las que muchos hablamos y poco sabemos, de las que muchos prejuicios tenemos y de las que poco podemos conocer porque se es parte de este grupo religioso o se está por fuera de este grupo religioso; porque quienes vemos a un hombre con kipá o a una mujer con peluca y medias de nylon rápidamente lo asociamos a un grupo cerrado del que jamás podremos conocer bien sus “hábitos”.
Y ahí estoy yo, igual que el resto de las personas que me sugirieron verla: no puedo despegarme de la pantalla, quiero que llegue la hora de tener tiempo libre para ver más capítulos, me fijo si hay más temporadas, me atrapa cada personaje como si cada uno de ellos fuera el personaje principal, me angustio, me emociono, me alegro. Shtisel es un apellido; Shtisel es el apellido de una familia ortodoxa judía; Shtisel la serie muestra la vida de una familia en el barrio judío ortodoxo más grande de la ciudad de Jerusalén; Shtisel la serie muestra los conflictos de un joven que vive dentro de esta familia y que cumple con los deseos y mandatos religiosos y familiares a raja tabla pero que está en permanente tensión con los deseos y los temores más primarios de todo ser humano. Y así se siguen viendo estos conflictos en el resto de los personajes de la serie y de los integrantes de esta familia; y así la religión en su máxima expresión aunque parece ser el eje central de la serie pasa a un segundo plano. Cada capítulo es una versión de las vivencias que un niño, un joven, un adulto, una persona en la tercera edad, un hombre o una mujer podemos tener a lo largo de nuestras vidas; la elección del camino a seguir en lo laboral, en los estudios, en el rol familiar a cumplir, en los afectos y la constante tensión entre lo deseado y lo permitido, entre lo deseado y lo mandatado socialmente porque la religión actúa como lo hace cualquier sociedad: con reglas, con prohibiciones, con el establecimiento de un orden; y como columna vertebral aparece el personaje eje de la serie: Akiva.
¿Por qué Akiva, un joven de veinte y pocos años atrae la sensibilidad del espectador de la manera que lo hace mientras uno ve capítulo tras capítulo? Porque en Akiva es en quien más explícitamente se muestra esta tensión. Pero la tensión no la vive solo él, en él solamente es más explícita; en él se deposita la ternura de ver a aquel que va creciendo y que a lo largo de meses y años va atravesando dificultades y tropiezos en su vida; pero sigue sin ser Akiva el único; siguen surgiendo en cada situación, en cada integrante de esta familia y en cada integrante de esta comunidad un enorme abanico de situaciones.
Estoy mirando algo más allá de lo que me propuse o con lo que fantaseé iba a ver; estoy viendo a seres humanos con los mismos conflictos que cualquiera, me logro distanciar de las tradiciones y de cómo son vividas y a la misma vez en cada uno de los personajes algo encuentro de mí y algo encuentro de muchos. Encuentro el deseo, encuentro el miedo, encuentro la culpa, la traición, la ingenuidad, la negación, la tristeza, la alegría, la sutileza y lo obsceno, la agresividad y la modestia, la ternura y la frialdad; y nuevamente desaparece la religión; y por más que la impronta de la religión está de manera constante en la vestimenta de los personajes, en sus alimentos, en su forma de vivir, en sus nombres, en la crianza de sus hijos, en el vínculo entre un hombre y una mujer, en el vínculo entre los hombres y las mujeres, desaparece la religión para dejar florecer la esencial de los seres humanos, lo esencial del ser humano, y aparecen de manera continua los deseos y las normas.
¿Nada más y nada menos que esto?; ¿quién iba a decir que en definitiva comenzamos a ver una serie que analiza a un grupo familiar en donde la forma de vivir la religión es la más alejada de aquellos que nacimos en un país laico, en donde nuestra intención era ver el pensamiento mágico que toda religión tiene de la manera más descarnada, era introducirnos en un mundo tan alejado, en un mundo tan reglamentado y qué nos íbamos a identificar en algo con absolutamente todos de sus personajes?
Lejos estaba de encontrar en cada uno de estos personajes algo de mí, lejos estaba en identificarme con aspectos de un grupo de personas en donde su vida está guiada por la religión como principio imperante, lejos estaba pero no lo estaba y no lo está. Porque en cada uno de ellos en mi está la pertenencia; la pertenencia al placer por la música como medio para disfrutar, para recordar, para no hablar pero trasmitir; porque no cumplo con lo que se debería hacer en shabat sin embargo prendo los viernes una vela, no importa la hora que sea en respeto a mis abuelos, a mis bisabuelos y a muchos más; porque no hago ostentación de lo que tengo pero me gusta la seducción tal cual la persona es y un toque de coquetería; porque la literatura la mamé en mi hogar como modo de aprendizaje y como manera de búsqueda de otros mundos, de “viajar”, de incursionar, como una brújula en mi camino, y en la tradición judía la escritura lo es y mucho; porque no soy bichera y no considero a un perro un ser impuro pero soy humanamente sensible a los perros en su condición; porque respeto a los ancianos porque ellos son quienes me trasmitieron valores, anécdotas, vivencias y me ofrecieron de diferentes maneras su sabiduría; porque respeto a los niños porque lo que haga será trasmitido a ellos; porque no hablo idish pero si uso algunas palabras de esa lengua; porque nadie va por mí a hablar con un casamentero o una casamentera pero sin duda en la elección de una pareja busco algo de lo que a ambos nos hace elegirnos como seres únicos; porque las pinturas y las fotografías me transportan al pasado, a recuerdos y al presente en lo que estoy viviendo; porque por momentos las palabras son muy importantes y en otros momentos lo son los silencios y necesito ponerme en stand by como si estuviera en shabat; porque la complicidad entre hermanos aparece en mi como en la familia Shtisel; porque no como comida kosher pero tengo la necesidad de degustar algún plato tradicional cada poco tiempo; porque la pertenencia es aprender a respetar a los otros en su individualidad; porque la pertenencia me da “sostén”; porque la pertenencia en mí es un valor superior en muchos ámbitos de mi vida; porque la pertenencia me construyó y me construye cada día con cada decisión que tomo y con cada elección que hago; porque la pertenencia me permite dar y recibir afecto; porque la pertenencia me hace un ser único pero a la vez parte de un conjunto; porque la pertenencia me dio valores y me permite dejarlos como legado; porque la pertenencia da abrigo; porque la pertenencia permite abrigar y “alimentar” a los otros; porque la pertenencia se siente y es difícil poner en palabras; porque la pertenencia me pertenece y me hace trascender; porque la pertenencia le permitió trascender a mis antepasados en mí.
Autora: Alejandra Levy, Identidades.