SHABAT SHAVUOT: ¿Qué recibimos en Sinai?

אָבִי הָיָה אֱלהִים וְלא יָדַע. הוּא נָתַן לִי
אֶת עֲשֶׁרֶת הַדִּבְּרוֹת לא בְּרַעַם וְלא בְּזַעַם, לא בָּאֵשׁ וְלא בָּעָנָן
אֶלָּא בְּרַכּוּת וּבְאַהֲבָה.

“Mi padre era dios y no lo supo.

Me entregó los Diez Mandamientos no con truenos ni con furia,

ni con fuego ni con nubes, sino con ternura y amor.

 וְהוֹסִיף לִטּוּפִים וְהוֹסִיף מִלִּים טוֹבוֹת,
וְהוֹסִיף «אָנָּא» וְהוֹסִיף «בְּבַקָּשָׁה». וְזִמֵּר זָכוֹר וְשָׁמוֹר
בְּנִגּוּן אֶחָד וְהִתְחַנֵּן וּבָכָה בְּשֶׁקֶט בֵּין דִּבֵּר לְדִּבֵּר,

Y agregó caricias, y agregó lindas palabras,

y agregó “por favor”.

Y entonó el “Zajor veshamor” en una sola melodía, y suplicó y lloró en silencio

entre mandamiento y mandamiento

לא תִּשָּׂא שֵׁם אֱלוֹהֶיךָ לַשָּׁוְא, לא תִּשָּׂא, לא לַשָּׁוְא,
אָנָּא, אַל תַּעֲנֶה בְּרֵעֲךָ עֵד שָׁקֶר. וְחִבֵּק אוֹתִי חָזָק וְלָחַשׁ בְּאָזְנִי,
לא תִּגְנוֹב, לא תִּנְאַף, לא תִּרְצַח. וְשָׂם אֶת כַּפּוֹת יָדָיו הַפְּתוּחוּת
עַל ראשִׁי בְּבִרְכַּת יוֹם כִּפּוּר. כַּבֵּד, אֱהַב, לְמַעַן יַאֲרִיכוּן יָמֶיךָ
עַל פְּנֵי הָאֲדָמָה. וְקוֹל אָבִי לָבָן כְּמוֹ שְׂעַר ראשׁוֹ.

No pronunciarás el nombre de tu Dios en vano, no pronunciarás, no en vano,

por favor, no levantes falso testimonio contra tu prójimo.

Y me abrazó con fuerza y susurró en mis oídos: no robarás, no cometerás adulterio, no matarás.

Y colocó las palmas de sus manos abiertas sobre mi cabeza como en el rezo de Kipur.

Honra, ama, para que se prolonguen tus días sobre la faz de la tierra.

Y la voz de mi padre era blanca como su cabello.

אַחַר-כָּך הִפְנָה אֶת פָּנָיו אֵלַי בַּפַּעַם הָאַחֲרוֹנָה
כְּמוֹ בַּיוֹם שֶׁבּוֹ מֵת בִּזְרוֹעוֹתַי וְאָמַר: אֲנִי רוֹצֶה לְהוֹסִיף
שְׁנַיִם לַעֲשֶׂרֶת הַדִּבְּרוֹת:
הַדִּבֵּר הָאַחַד-עָשָׂר, «לא תִּשְׁתַּנֶּה»
וְהַדִּבֵּר הַשְּׁנֵים-עָשָׂר, «הִשְׁתַּנֵּה, תִּשְׁתַּנֶּה»
כָּךְ אָמַר אָבִי וּפָנָה מִמֶּנִי וְהָלַךְ
וְנֶעְלַם בְּמֶרְחַקָּיו הַמּוּזָרִים.

Luego giró su cabeza hacia mí por última vez,

como en el día en que falleció entre mis brazos, y dijo: quiero agregar dos mandamientos a los diez que ya hay:

El número once, “no cambies”

Y el número doce, “cambia, cambia”

Así fue que me dijo mi padre y partió, y desapareció en su singular lejanía.”

Este conmovedor poema de Yehuda Amijai que se llama Rishón – Primero, es todo lo que quisiera transmitirles en estos días en los que nos estamos viviendo la recepción de la palabra de la Ley que nos confirma nuestro ser pueblo.

Elijo imaginar esa escena, como lo hace el poeta, más que con truenos y voces que aterran. Porque no es el miedo lo que me vincula con las tradiciones de mi pueblo.

Será el amor, la belleza, la profundidad, las ganas, el desafío de entender cada vez más, la libertad de lecturas y miradas. Será la alegría de saberme pueblo a pesar de las distancias. Será la emoción de hablar en presente sobre las historias pasadas porque me siguen pasando cada vez que las narro. Todo eso me pasa por la cabeza cuando vuelvo al Sinaí, lugar al que volvemos en cada Jag Hashavuot.

Hoy es Jag Matán Torá, la fiesta de la entrega. Y la pregunta que me viene todos los años es si estamos preparados para recibir.

Recibir la Torá es algo que nadie puede hacer por nosotros. La entrega fue para todos. Pero la recepción es de cada uno.

Y esto lo hace interesante y difícil a la vez.

Porque a veces nos escudamos en las experiencias colectivas. A veces ser uno más del montón nos aliviana el peso de la responsabilidad. Pero hoy estamos frente a un momento de intimidad.

Las posibilidades son muchas, tantas como receptores estén dispuestos a alojarla.

Martin Buber escribía: “El alma del Decálogo es la palabra tú… En todas las épocas, sólo han comprendido bien el Decálogo aquellos que lo han sentido como dirigido a ellos mismos… Gracias al ti, el Decálogo significa la perpetuación de la voz divina.”

Gran responsabilidad. El alma de Aseret Hasdibrot eres tú. Y la perpetuación de la voz divina, depende de cada uno.

Y esto no es sólo una bella imagen poética.

Porque no tiene sentido Shavuot si no nos hacemos algunas preguntas acerca de nuestra capacidad de hospedar en nosotros el mensaje del cielo.

Shavuot nos viene a preguntar dónde estamos parados hoy.

Cuánto decidimos recibir.

Cuánto elegimos.

Cuánto estudiamos.

Cuánto transmitimos.

Cuánto nos enojamos.

Cuánto desechamos.

Cuánto cambiamos de opinión.

Cuánto creemos.

Cuánto no.

¿Será que nuestros hijos podrán escribir algún día que éramos Dios y no lo sabíamos… y que nuestras palabras y caricias tuvieron el peso de un mandamiento, transferidos con amor, con pasión, con sinceridad?

¿Cómo haremos para educar generaciones que vuelvan a sentir que cuando escuchan los 10 mandamientos, están dirigidos a ellos?

George Steiner escribía: El texto (la Torá) es el hogar y cada comentario, un regreso.

Regresamos cuando sabemos que alguien nos está esperando.

Cuando es valioso el lugar de origen.

Regresamos al lugar en el que nos sentimos amados. Al espacio en el que nos sentimos hablados.

Regresamos después de probar otras geografías.

Quizás sea una hermosa manera de entender a la tradición desde nuestra perspectiva:

Recibir la Torá es decidir regresar una y otra vez a la experiencia de Sinai;

Como decía Heschel: “El episodio de Sinai ocurrió de una vez y para siempre y, al mismo tiempo, ocurre sin cesar”.

Shavuot es un alto en el camino, para dar cuenta de algo que ocurre sin cesar; si dejamos que las palabras circulen: las del texto y las nuestras; cuando lo escrito se hace eco en nuestros actos, cuando nos atrevemos a interpretar, a reescribir, a cuestionar.

Shavuot transita entre los últimos mandamientos que le regaló el padre al poeta.

El número once, “no cambies”

Y el número doce, “cambia, cambia”.

Entre conservar y mantener y cambiar y cambiar y cambiar.

¡Shabat Shalom y Jag Sameaj!

Rabina Silvina Chemen.