PARSHAT TETZAVE: El pectoral de la interpretación

Esta semana continuamos con los detalles del Mishkán, el Tabernáculo. La atención se centra en la vestimenta que usarán los sacerdotes y el sumo sacerdote.

Uno de los elementos más llamativos de estas vestimentas es el Joshen Mishpat: el pectoral del juicio. Un ornamento que se colgaba en el pecho con 12 piedras preciosas y semipreciosas, dispuestas en cuatro filas de tres. La Torá dice: «las piedras estarán con los nombres de los hijos de Israel, doce en sus nombres, grabadas, cada persona con su nombre será, para las doce tribus».

Más adelante, al final de la parashá se nos dice «y Aharon llevará en su corazón los nombres de los hijos de Israel en el Pectoral del juicio cuando entre en el lugar santo como un recuerdo ante Dios, siempre«. (Shmot 28:29)

Hasta aquí podemos decir que el lugar donde habita Dios está a cargo de alguien que lleva en su pecho la representación de todo el pueblo, pero el pectoral tiene otro detalle, un tanto controversial: «Pondrás en el pectoral del juicio los Urim y Tumim, y estarán sobre el corazón de Aharón cuando entre a la presencia del Señor; y Aharón llevará continuamente el juicio de los hijos de Israel sobre su corazón delante del Señor.” (Shmot 28:30)

¿Que son los Urim y Tumim? Algo de lo que hablamos poco… Son unas piedras con el nombre de Dios escrito en ellas, -según Rashi (s XI) -, que le daba al pectoral su capacidad oracular. Sí, aunque nos resulte extraño, nosotros también hemos tenido nuestro oráculo…

Así el Sumo Sacerdote podía hacer videncias, o como lo explican nuestros sabios, discernir la voluntad divina. El nombre de este elemento es polémico…

Se considera que “tumim”- תּוּמִים deriva de la raíz תם (t-m) de donde se lee la palabra “tam”, que significa «perfecto- íntegro mientras que “urim”-אוּרִים es el plural de “or”- luz.

Entonces, Urim y Tumim se tradujo tradicionalmente como las luces y perfecciones, o, tomando la frase en forma alegórica, como revelación y verdad, o doctrina y verdad.

Otros creen que אוּרִים (Urim) deriva simplemente del término hebreo אּרּרִים (Arurim), que significa condenados o malditos, de modo que Urim y Tumim significaría culpable o sin culpa, en referencia al juicio divino respecto de un acusado; en otras palabras que Urim y Tumim responderían a la pregunta de ¿inocente o culpable? Como si fuera un instrumento para tomar decisiones sobre la base de una pregunta concreta, susceptible de ser respondida por sí o por no, como si dijéramos una moneda: cara o ceca.

Recapitulando: estamos hablando de un accesorio que portaba el kohen: El Joshen Mishpat, el pectoral del juicio y de unas piedras llamadas Urim VeTumim que se llevaban en un doblez del pectoral para consultar y develar la voluntad divina.

Y funcionaba de la siguiente manera: el pueblo judío tenía una pregunta sobre algún tema comunitario. La pregunta era llevada al Sumo Sacerdote. Después de cierto ritual, con los Urim y Tumim, algunas de las letras grabadas en las piedras en el pectoral se iluminaban, dando respuesta a la pregunta y emitiendo el «juicio».

Ramban (s. XIII) explica que en los Urim y Tumim eran «santos nombres, por cuyo poder se iluminaban las letras de las placas del pectoral a los ojos del sacerdote que pedía su juicio».

Y acá me quedo con lo que me parece interesante y a la vez tan ajeno a nuestra manera de comprender el liderazgo, la toma de decisiones, la divinidad y su modo de intervenir…

Ramban cuenta que las piedras iluminaban ciertas letras. El sacerdote, entonces, se concentraba, meditaba y decidía cómo acomodar las letras, para que signifiquen lo que a su entender la voluntad divina estaba anunciando.

Es decir, era oráculo con intervención humana. Un texto que se iluminaba. Y una voz humana que lo leía y le otorgaba significado.

El sacerdote ve el «texto» de las letras iluminadas que ofrece una multiplicidad de significados e interpretaciones posibles y aquí su función: resolver qué es lo que quieren decir esas letras sueltas.

De hecho, el Ramban viene teniendo esta línea de pensamiento desde su prefacio al libro de Bereshit. Allí escribe: “La Torá está escrita sin puntuación, sin oraciones, solo letras seguidas, y por lo tanto, en teoría, podría dividirse en palabras y oraciones de una manera distinta a la forma en que tradicionalmente lo dividimos”.

Para este sabio medieval, la Torá puede ser leída de una manera que es sustancialmente diferente de la forma en que se lee tradicionalmente, comunicando otros significados, otros mensajes, otras verdades.

Y así es como me gusta rescatar a mi tradición judía de los intentos de hacerla decir discursos monolíticos, verdades absolutas, maestros legítimos en detrimento de otros que tenemos otras lecturas.

El Joshen Mishpat y toda la Torá, son instrumentos de lectura, relectura, estudio, interpretación, meditación e intuición. Y eso que en muchos aspectos parece desestabilizador, es absolutamente liberador y a su vez comprometedor.

Los mensajes divinos que recibimos en Sinai con el texto de la Torá y hasta las comunicaciones oraculares y continuas de la Pectoral del Juicio contienen muchas lecturas posibles, desde nuestro primer Santuario, humilde y portátil en el desierto.

Quizás sería mucho más saludable volver a ese contrato de lectura en el que la norma es la búsqueda de múltiples significados mucho más que la cerrazón de una única palabra autorizada y autorizante que anula cualquier otra voz. La propia lectura ilumina mucho más que la obsesión de llegar a lo correcto. Por el contrario; lo incorrecto es la obturación y la falta de libertad, lo incorrecto es la sumisión y la falta de confianza en nuestras propias apreciaciones, lo incorrecto es dejar que otro nos embote una interpretación porque no creemos que tenemos nada para aportar.

George Steiner, gran escritor francés, dedicado a las temáticas de las traducciones y la interpretación, denomina esta obcecación por una única verdad como la nostalgia de lo absoluto.

Y el pueblo judío, desde su propia concepción, jamás pretendió lo absoluto. Y por eso creo que el nombre de Dios es impronunciable, porque si lo hubiéramos sabido pronunciar y escribir hubiera encarnado una religiosidad totalmente diferente. Y por eso el oráculo que esas piedras con el nombre sagrado iluminaban, dejaban al libre albedrío del kohen, el significado de su predicción.

No tenemos nostalgia de lo absoluto.

No queremos a los que pregonan lo absoluto.

Porque los absolutos devienen en absolutismos.

Y la propuesta de nuestra tradición nada tiene que ver con ellos.

¡Shabat Shalom umevoraj!

Silvina Chemen.