PARASHAT TERUMÁ: revisar nuestros sostenes

Parashat Terumá inicia una larga saga de parshiot que cuentan con exacerbado detalle la construcción del Mishkán- el Santuario que caminó con los hijos de Israel por el desierto- y toda la ritualidad.

¡Qué tiempo éste en el que el relato minucioso nos agobia y queremos saltearlo hasta encontrar en el texto algo interesante!

Sin embargo los detalles siguen allí firmes, esperando la justicia de ser leídos porque no hay nada en esta edificación que no signifique. La premura y la impaciencia nos evitan el disfrute de una narración plena de descripciones que nos permiten dejar volar la imaginación y nos confrontan con la curiosidad de querer comprender cada vez más.

Cada año, cuando vuelvo a leer estas parashot me conmueve cómo aparecen ante mí nuevos elementos, nuevas palabras que me llevan a seguir investigando.

וְהַבְּרִ֥יחַ הַתִּיכֹ֖ן בְּת֣וֹךְ הַקְּרָשִׁ֑ים מַבְרִ֕חַ מִן־הַקָּצֶ֖ה אֶל־הַקָּצֶֽה׃

“Y la barra de en medio pasará por en medio de las tablas, de un extremo al otro. Shmot 26:28

Esta barra del medio, beriaj hatijon en hebreo, era la viga central que iba de un extremo al otro del Mishkán para mantenerlo unido.

Hasta acá no estaríamos diciendo nada interesante. Lo que es interesante es cómo el midrash inviste a esta viga de una historia que cambia toda la perspectiva.

Tenemos que ir para atrás en el relato

En Parashat Vaishlaj, en el libro de Bereshit, que habla de los preparativos de Iaakov para su temida reunión con su hermano, Esav, que se acercaba con un ejército de cuatrocientos hombres, Iaakov, preso de miedo, reza: – “Soy indigno de todas las bondades… que has realizado por Tu siervo, porque crucé este [río], el Jordán, solo con mi cayado [en hebreo “bemaklí”], ahora estoy sobre dos campamentos.” (Bereshit 32:11)

Iaakov recuerda cómo no tenía nada más que su cayado, su bastón, cuando dejó Canaán veinte años atrás y desde entonces formó una gran familia y amasó una considerable fortuna.

De esta escena, los tosafistas (s.XII-XII), en Da’at Zekeinim, nos traen a nuestra parashá, Terumá y nos revelan una asociación peculiar entre el bastón que acompañó a Iaakov en sus momentos más oscuros y la construcción de la morada divina.

El beriaj hatijon, la viga central del Santuario era el bastón de Iaakov preservado por sus hijos de Iaakov y sus descendientes durante todo el exilio egipcio, y ofrecido para cumplir el lugar del sostén de todo el Mishkán.

No es mi intención preguntarme si es un dato cierto o cómo llegó esta pieza de madera a conservarse durante centurias para ser la viga central de esta construcción. Hay un mensaje que tenemos que pensar juntos.

En primer lugar el cayado de Iaakov alude al momento en el que debe escapar de su casa, sin nada más que ese palo de madera, que lo ayudará a caminar. Solo con sus errores. Solo con sus incertidumbres. Solo con sus vergüenzas. Solo… apoyado en un cayado que es por el momento lo único que no lo deja caer.

Ese bastón es mencionado en momentos de mucho temor. Le reza a Dios, le recuerda su situación de indefensión ante el posible ataque de su hermano. Esa sensación de despojo y soledad lo vuelve a atormentar y el cayado sigue siendo, en su memoria, un símbolo de sostén. Es quizás lo que nos sucede cuando recurrimos a Dios buscando respuestas, buscando cayados que nos ayuden a no caer, buscando la fe como recurso para seguir caminando,

Por otro lado pasamos de la austeridad extrema al Mishkan, símbolo de la opulencia con una estructura lujosa, con objetos hechos de oro y otros materiales preciosos. La riqueza y la grandeza que se exhiben en el Mishkán, eran necesarias para hacerles entender a este grupo de esclavos, criados en el idioma de un imperio, que honraban a Dios desde una construcción de excesiva riqueza material.

Secretamente, entre las pieles y los hilos de seda, los objetos de oro, plata, cobre y piedras preciosas, nuestros sabios imaginan que todo lo une el cayado de Iaakov, que es el sostén ante el error, el despojo de la ambición y sus consecuencias.

Podemos encandilarnos con los materiales que nos rodean, pero no es allí donde encontraremos la presencia divina, sino en la viga despojada que nos vuelve a esos momentos en los que no nos sentimos tan seguros, tan confiados ni tan invulnerables. Necesitamos humildad y sinceridad a la hora de entrar al Santuario.

Además podemos entender que el bastón de Iaakov relata el comienzo de una historia que terminó siendo próspera. Llegó sin nada y está volviendo con mujeres, hijos y muchas riquezas. La experiencia espiritual sucede cuando no olvidamos nuestros orígenes y no nos desligamos de todos aquellos que fueron parte de nuestros caminos cuando no éramos ni tan fuertes ni tan poderosos como podemos serlo hoy.

Una viga central que viene de la mano de Iaakov es también un llamado de atención para todos aquellos que creen que su Santuario es el verdadero, y el de sus hermanos no. Un solo eje, que vino de nuestro antepasado común, es lo que sostiene nuestras vidas comunitarias, rituales y espirituales. El día que nos olvidamos de ello, el techo se nos desmorona sobre nuestras cabezas.

Al final, un simple dato arquitectónico le da todo el sentido a esta estructura que nos acompañará por generaciones. Es lugar de morada divina si nos presentamos humildes ante su presencia, si validamos y legitimamos la presencia de todos nuestros hermanos y hermanas debajo de su seno, si no ocultamos nuestras flaquezas ni nuestros orígenes, si no nos olvidamos de quiénes estuvieron a nuestro lado desde un comienzo. Nada sucederá entrando a un santuario lujoso, brillante y atestado de gente y rituales si antes no miramos hacia el techo para valorar la viga que lo sostiene.

Shabat Shalom umevoraj!

Rabina Silvina Chemen