Se termina el libro de Bemidbar.
Se terminan los turbulentos 40 años en el midbar- en el desierto.
Se cierra la etapa de gestación de un pueblo, que comenzó entonces y perdura hasta hoy, en cada uno de nosotros.
Las últimas indicaciones de este libro marcan el comienzo de la nueva vida, en la tierra definitiva: la tierra de Israel.
Así, en el final, Moshé recupera los cuarenta y dos viajes y campamentos del pueblo de Israel a través del desierto, desde la salida de Egipto hasta que llegaron a las planicies de Moab, al otro lado del río, frente a la Tierra de Cnaan. Moshé describe los límites de la Tierra e inmediatamente luego de ello, indica que apenas entren deberán construir ciudades refugio designadas como lugares de exilio para asesinos involuntarios.
Las ciudades de refugio estaban destinadas a cobijar a quienes mataron a una persona sin intención de hacerlo (Bishgagá) y protegerlos del «redentor de la sangre», aquel que venía a vengar la sangre del asesinado, hasta su juicio.
El tema es complejo, lejano, imbricado en sus detalles. Lo cierto es que este pueblo, que está a punto de acceder finalmente a una tierra de su propiedad, lo primero que tiene que hacer es un lugar para los perseguidos injustamente, para los que necesitan refugiarse de la sinrazón ajena, para los que quieren seguir vivos a pesar de las circunstancias en las que terminaron sometidos.
La aplicación práctica de dicha medida no tiene una cabal evidencia. Sin embargo se siguió hablando sobre las ciudades refugio más allá del texto de la Torá.
Una de las temáticas que más preocuparon a los rabinos del Talmud era cómo sabría una persona que necesitaba refugio, a dónde dirigirse. El Midrash en Bemidbar Raba cuenta cómo Dios le indica a Moshé a poner carteles en los caminos en los que dijera «homicida», para indicar la dirección correcta hacia la ciudad. También se instruye que los caminos que llegaban a las ciudades refugio debían ser construidos con un ancho extra, 4 veces más anchas que la medida típica de una calle. Y no sólo eso sino que el Talmud explica cómo debía ser esa ciudad; de tamaño medio, cerca del agua y de los mercados, con una población de tamaño decente, y libre de trampa y armas.
Cito un pie de página del libro Derecho Hebreo del Dr. Mateo Goldstein en el que comenta sobre las ciudades refugio y dice:
“Debe señalarse que la institución de las ciudades de refugio para la purgación de determinados crímenes, exentos de dolo, constituye el más fiel antecedente del derecho de asilo, que ha sido incorporado a ley internacional moderna. Este derecho, que traduce un alto espíritu de solidaridad y a defensa más encomiable de la libertad de pensamiento, exteriorizado muchas veces en la acción revolucionara contra las demasías de un sistema, encuentra su justificación en las normas del jus maturate, que tuvo en Israel amplia base de existencia.
Es decir que los arei miklat- las ciudades refugio de la Torá son un antecedente del derecho de asilo, contra las «demasías de un sistema», contra los excesos, las injusticias y la maldad de cierto sistema.”
Hasta aquí lo informativo sobre las ciudades refugio.
Y ahora, algunas reflexiones.
No puedo pasar por alto la palabra «ciudades refugio» y no detenerme en esta última: refugio; cuando el mundo está gritando a voces que son millones los desplazados que buscan refugio, una tierra que no los mate, porque no hicieron nada. Buscan un lugar para que la sangre deje de correr. Necesitan una porción de tierra para no morir.
Y las calles no tienen ningún cartel que les indique: «es por allá», «acá estarás a salvo»… no hay carteles ni voces que les digan a dónde tienen que ir para simplemente poder seguir vivos.
Y las calles se angostan hasta asfixiarlos, hasta amontonarlos y quitarles la poca dignidad que les queda para poder acceder a un hueco en una reja hacia el otro lado, vaya a saber qué les espera en ese otro lado… No hay calles ensanchadas para permitirles salvarse, no hay políticas que ensanchen los bordes de lo económico o de lo estadístico.
Se desplazan buscando asilo, resguardo, cuando el odio les quitó sus casas, sus trabajos, sus títulos, sus familias, sus recuerdos, su idioma, sus plegarias, sus amigos, sus comidas… y no hay ninguna ciudad que los «refugie» porque por algún motivo el relato perverso de esta historia mutó los roles. Y ahora los que vienen a pedir refugio- que no son culpables, que son las víctimas de esta tragedia que es una de las más graves del género humano- son posibles perpetradores, delincuentes y asesinos. Y bajo ese mote, toda puerta se cierra, todo muro se eleva y toda calle se angosta.
¿Dónde quedó aquella inspiración con la cual el pueblo de Israel entró a su tierra, aquella medida que los hacía más humanos y solidarios con aquél que no tenía ni culpa ni escapatoria?
¿Cuánto nos pesan las demasías del sistema, y qué hacemos para paliar la injusticia, aun cuando no le toca a uno de los nuestros?
¿Qué hacemos como miembros de la familia humana con estas escenas que desgarran el corazón?
¿Cuánto más se sostendrá esta situación escondiéndolos en campos de refugiados en lugar de poder alojarlos en ciudades con agua, con mercado, con derecho a la vida, como lo exige el Talmud?
Y aunque el texto bíblico nos parezca tan lejano, cuánta razón tuvo de indicar a todos aquellos que se iban a apropiar de la tierra firme, que tenían que ocuparse de aquél que no pudiera, por las injusticias de la vida, tener las mismas oportunidades.
Las colas de desplazados en las fronteras de Europa.
Los muertos en los intentos de alcanzar alguna costa.
Las condiciones infrahumanas que se viven en los campos de refugiados – que no es la solución para nadie-
Nos deben movilizar, interpelar y convocar a aportar cada uno desde su propio espacio.
Sólo así la humanidad podrá recuperar su propio refugio.
Shabat Shalom,
Rabina Silvina Chemen.