PARASHAT VAYIGASH: volver a leer las historias del poder

Muchas veces cuando doy clases de Torá para adultos me encuentro que me dicen: Pero esto no me lo enseñaron… siempre me contaron otra cosa. Y es verdad… a veces nos quedamos con las historias de la infancia, con miradas unilaterales de los mensajes que la Torá viene a darnos. Y cada semana la Torá nos convoca a un ejercicio muy comprometido, como lo es la interpretación.

Así lo dice George Steiner, un escritor francés que profundizó entre otros temas, sobre el acto de la traducción. Y él dice que cuando uno lee seriamente, hay dos movimientos del espíritu simultáneos que tenemos que hacer: la interpretación y la valoración. Interpretar- dice- es juzgar y ese juicio es el que nos hace asumir una posición respecto de lo que leemos.

Estas semanas estamos relatando las historias de Yosef, y quizás sea bueno hacer el ejercicio de desprendernos de las imágenes hollywoodenses que hacen de Yosef un héroe absoluto y de su relato, un cuento con final feliz.

Me parece que se juegan otras aristas, menos románticas y es allí a donde me dirijo, quizás porque este patrón de liderazgo nos convoque a una interpretación y una valoración para nuestros días.

Permítanme desestructurar la historia de Iosef, que tenemos internalizada, para entender quizás otros mensajes. Y les pido que no se enojen conmigo, es sólo un ejercicio para que, leyendo a Yosef podamos leernos a nosotros mismos.

La historia es conocida: Yosef es reconocido como quien interpreta sueños y lo bueno de esta interpretación es que el mismo Yosef lo dice una y otra vez que no es él el que los interpreta, sino que es Dios que lo hace a través de él. Y esta facultad especial de Yosef es la que lo lleva a su al virreinato de Egipto.

Quizás lo que no se dice a viva voz, es que ese ascenso y su plan sobre la administración de la futura sequía, trajo aparejado que los granjeros egipcios se trasformaran en siervos del faraón, al tener que vender lo único que les quedaba, su cuerpo, para conseguir la comida que Yosef había mandado a almacenar. Y si bien Yosef menciona una y otra vez que es Dios el que las interpretaciones de sus sueños, ¿Acaso Uds. leyeron en el texto de la Torá que Yosef habla con Dios? ¿Qué Dios habla con Yosef y le indica lo que debe decir?  Dios no habla directamente con él como lo hizo con los tres patriarcas.

Yosef les dice a todos que sólo Dios puede interpretar el sueño de Faraón, pero en ningún momento la Torá dice que él se calló para escuchar la voz de Dios. Este detalle lo leía escrito por el Rabino Arthur Waskow y allí me di cuenta que todas las veces que lo leí a Yosef, no reparé en este detalle, que jamás se menciona que él haya hecho una pausa para escuchar la voz de Dios sino, ante los sueños, sin respiro, da su interpretación evocando la autoridad de Dios. Y en el caso del Faraón, no fue sólo interpretación, sino que ésta vino ligada a una sugerencia práctica: contratar a alguien lo suficientemente inteligente para administrar la abundancia de caras a la hambruna.

Y esto benefició a Yosef, que será quien administrará la economía de Egipto con todo el poder.

En este sentido, pensemos qué definición de Dios trasunta la manera en la que Yosef habla de lo que significan los sueños: La intervención de Dios en la historia totalmente determinista. Dios trae abundancia. Dios trae sequía y hambre. La definición de Dios es la inevitabilidad, casi como si no hubiera nada que hacer, salvo recibir y tramitar lo que Dios hace. Yosef no profetiza, como dicen algunos. Porque los profetas le daban al pueblo una oportunidad a la reversibilidad: si reflexionan, si cambian, si reparan, si vuelven… entonces, esto no sucederá.

Acá Yosef predice, tajantemente. Y los otros, aceptan. ¿Cómo resuelve Yosef, desde su poder en el imperio la tragedia que se viene? Aprovecha la coyuntura para garantizar más y más ganancia, llena las arcas del imperio, al que todos tendrán que venir para dejar lo poco que tienen con tal de no morir de hambre. No es un plan de distribución equitativa, fraterna, para ayudarnos los unos a los otros cuando épocas magras se avecinan. Es el paradigma de la desigualdad y el aprovechamiento de la necesidad del otro.

Yosef no había nacido en cuna de oro… su vida fue un sube y baja, a veces allá en lo alto, otras en el pozo. Del pozo en el que lo tiraron sus hermanos a ser el jefe de los esclavos. De allí a la cárcel y luego ser el jefe de los prisioneros. De allí a encontrarse con el Faraón y volver a ver a sus hermanos. Muchos creen que allí se cumplió finalmente aquél primer sueño: sus hermanos se arrodillarían ante él… y así fue. Todos preferimos quedarnos en el acto emotivo: Yo soy Yosef su hermano… el reencuentro con su padre… y así terminará pronto el libro de Bereshit.

Pero la historia es una sucesión de hechos que se continúan, uno a consecuencia del otro. No les tengo que contar cómo sigue esto en el próximo libro. La «gran victoria» de Yosef va a terminar en un gran desastre: lo que nos espera será una larga e insoportable esclavitud.

Entonces quizás podríamos tomarnos un respiro en nuestras lecturas conocidas y las interpretaciones habituales del texto, para entender que más que una historia heroica de triunfo, hay una historia que nos llama a la reflexión y nos convoca a la precaución.

Nos encandilamos con los discursos de los poderosos, muchos en nombre de cierto absoluto. A veces preferimos leer la historia sesgadamente, casi sin atrevernos a decir en voz alta las consecuencias de ciertos hechos.

Yosef llegó al poder máximo. Y a veces nos encandilamos con esta parte, porque necesitamos creer que se hizo justicia con una persona que fue maltratada por sus hermanos. Pero les invito a mirar un poco más allá. Llegó al poder, y no supo, no pudo, no quiso lograr – no lo sabemos- un poder que no terminara tirando a tantos otros a ese pozo del cual él pudo salir.

La historia de Yosef me llama a estar alerta: a cómo a veces nos quedamos con una versión simplista de ciertos hechos de la historia; a cómo a veces nos quedamos con la salvación de unos pocos y hacemos la vista gorda a cómo impacta esto en los que menos tienen y más sufren; A cómo la economía y su administración terminan haciendo estragos cuando no se la piensa equitativamente.

Hoy los imperios no se llaman imperios, ni los poderosos Faraones o los oprimidos, esclavos… pero lo que sí me parece es que, como humanidad, no hemos leído correctamente el mensaje de estas historias, o peor aún hemos decidido no entenderlas.

Que sea este Shabat un Shabat de revisión y relectura de lo que nos contaron, lo que decimos, lo que hacemos y lo que aún no queda por hacer.

¡Shabat shalóm!

Rabina Silvina Chemen