PARASHAT VAYAKHEL 2025: no es cosa de ángeles

Vayakhel, una de las últimas parashot de Shemot en la que se insiste sobre cada elemento del Santuario, una y otra vez, como si un espacio protegido de santidad fuera imprescindible para que esta caminata tenga sentido, para que la vida tenga sentido.

Hoy me voy a quedar en el arca sagrada, esa caja de madera de acacia, recubierta de oro por dentro y por fuera, que alojaba las tablas que bajó Moshé y las que arrojó con todos sus fragmentos. Profunda imagen de la santidad, que poco tiene que ver con perseguir la perfección, lo inmaculado e impenetrable. No. La santidad es ese espacio que le damos a la plenitud y la rotura en un mismo nivel, celebramos los logros y abrazamos los aprendizajes de las pérdidas y fallas. Y las guardamos recubiertas de oro, porque allí reside la presencia del misterio más valioso.

Hoy vamos a repensar las figuras que estaban por fuera del arca; los querubines, en hebreo: keruvim. Leamos:

“Hizo dos querubines de oro; los hizo labrados a martillo, en los dos extremos de la cubierta: un querubín en un extremo y el otro querubín en el otro extremo; hizo los querubines de una sola pieza con la cubierta, en sus dos extremos. Los querubines tenían las alas extendidas hacia arriba, protegiendo la cubierta con ellas. Estaban uno frente al otro; sus rostros estaban vueltos hacia la cubierta.”  Shemot- Éxodo 37:7-9

Extrañas imágenes en nuestra concepción de lo sagrado, que no tiene figuras materiales que lo representen. ¿Qué es un querubín? Un ángel, un emisario, una idea que acerca lo humano a Dios y a Dios con los seres humanos. Pero no quiero hablar de angelología. Sino del mensaje que se posa sobre el lugar más sagrado del Santuario.

Veamos algunas interpretaciones:

Rashi explica:”  QUERUBINES — Tenían la forma de la cara de un niño”

Imaginar ese cubo de madera con dos figuras con cara de niño podría significar que los niños son los que cuidan de lo más sagrado o quizás, si me permiten la licencia, no hay cuidado de la santidad si no tenemos presente, delante de nuestros ojos y en nuestros corazones, la mirada de un niño…

El Talmud en el tratado de Yoma 54a:11 describe lo siguiente:

“Continuando con la discusión anterior, Rav Ketina dijo: Cuando el pueblo judío ascendía para una de las festividades de peregrinación, los sacerdotes les desplegaban la cortina y les mostraban los querubines, abrazados, y les decían: «Miren cómo son amados ante Dios, como el amor entre un hombre y una mujer».”

El Talmud los describe abrazados y el pueblo veía que el amor que se profesaban unos a otros es la misma presencia del amor divino entre nosotros, representados por esas alas entrelazadas de los dos ángeles sobre el arca.

También pensando libremente podría decir que el espacio sagrado es aquél que defiende el amor, la contención, el respeto, la valoración del otro, la presencia del otro delante de mí por sobre cualquier otro interés.

Vayamos por curiosidad a buscar en el texto de la Torá dónde más aparecen los Keruvim.

Y me llevé una sorpresa.

En Bereshit, cuando Adam y Javá son expulsados del Jardín del Edén está escrito:

“Echó, pues, fuera al hombre, y puso al oriente del huerto de Edén querubines, y una espada encendida que se revolvía por todos lados, para guardar el camino del árbol de la vida.” Bereshit- Génesis 3:24

Querubines con espadas encendidas que blandían de un lado al otro, para que no vuelvan a entrar al Paraíso. ¿Querubines con espadas? ¿Dónde quedan las caras de niños, los abrazos de amor?

Vayamos a un sabio francés del siglo XIII, Jizkuni que explica lo siguiente:

הכרובים “los querubines”; ¿quiénes eran estos querubines? Eran criaturas cuya sola apariencia aterrorizaba a cualquiera que los mirara. Llevaban espadas relucientes en sus manos, “estas espadas exudaban destellos de luz por ambos lados de la hoja”.

Aterrorizaban a cualquiera. Su sola presencia daba era amenazante. Y ¿eran los custodios del árbol de la vida? ¿Qué vida se cuida a costa de espadas de fuego, aún en el nombre de Dios?

No son relatos contrapuestos. Es la historia de la humanidad y su vínculo con lo sagrado. Es nuestra historia. Son nuestros modos de vivir las expulsiones y las reparaciones. Salimos expulsados del huerto del Edén. Y los mismos querubines que no nos dejan entrar allí donde no supimos disfrutar y aprovechar los dones que teníamos nos dan una nueva oportunidad. Bajamos las espadas, cubrimos el arca con el mensaje del amor que sólo sucede cuando uno se posa frente al otro, mirando al otro, registrando que, en soledad, en exclusividad o aislamiento no hay posibilidad de alojar ninguna palabra del cielo. No en vano cuando levantamos la Torá en la sinagoga después de su lectura recitamos “Etz jaim hi lamajazikim ba”, es árbol de vida para los que se sostienen en ella. No es magia. Es una decisión. La opción por a proximidad y la responsabilidad por el otro es una elección y un compromiso.

Hoy todo este análisis mi lleva a otra lectura, en este tiempo tan difícil que estamos transitando como pueblo y como humanidad.

Cuánto necesitamos volver a enseñar, a gritar, a insistir, aún con más fuerzas sobre la obligación de cuidar de lo sagrado. Simbólicamente es la presencia divina. Pero en la realidad concreta, no hay cómo dar cuenta de Su presencia si profanamos su creación, si rompemos el pacto más básico de respetar la vida propia y de cada uno.

Sí. Con cara de niño, porque hay una generación completa de niños que tiene miedo, que aprendió a odiar, a desconfiar, a sufrir pérdidas e injusticias.

Sí. Abrazados, porque hoy la piel del otro es una amenaza. El pensamiento del otro representa un enemigo. La presencia del otro es descartable. Si tan sólo pudiéramos volvernos a mirar a los ojos y extender los brazos… quizás, las puntas del dedos podrían tocarse, y así animarnos a acercarnos. A percibir dolores, temblores, necesidades comunes… frente a la locura que nos tironea hacia atrás y no nos permite intentar algún acercamiento.

Lentamente nos han ido enseñando que para cuidar el propio árbol de la vida hay que blandir espadas de fuego para que nadie entre en mi espacio. Y quizás los querubines de esta semana vengan a enseñarnos, que con todas nuestras completitudes y roturas, con toda nuestra historia que nos dobla la espalda y nos hace doler los huesos y el alma, con todo ello, quizás sería bueno intentar salir de la espada de fuego y probar levantar la vista y mirar en los ojos del que tengo enfrente. Quizás nos sorprendamos. Y veamos un gesto de nuestros rostros reflejado en el rostro del otro.

No somos ángeles.

Pero que nadie diga que el otro sólo el demonio.

Me voy con Mario Benedetti cuando escribía: “Qué bien nos vendría un abrazo que nos acomode un poco. Que nos haga ver que no estamos ni tan solos. Ni tan locos. Ni tan rotos.”

Ken yehí ratzón – Qué algún día así sea.

Rabina Silvina Chemen