Seguimos recorriendo el libro de Bereshit. Y me pregunto por qué lo único que puedo hacer es leer sus historias congeladas en los sucesos de aquel 7 de octubre y todo lo que seguimos viviendo. Y me respondo a mí misma y me digo: porque no quiero salir de ahí como si el paso del tiempo disolviera todas las heridas que siguen abiertas. Porque mis ojos, teñidos como los de tantos por el horror, necesitan leer la humanidad para intentar entender cómo llegamos a esto y sobre todo cómo se sale de esto. Y la Torá nos sigue dando señales. O me las invento. Ya no importa.
Fíjense todo lo que pasa en esta parashá.
Yaakov regresa a su hogar, teme por la seguridad de su familia y envía mensajeros a su hermano Esav para atemperar su posible reacción fruto del enojo por su engaño 22 años atrás.
Preparándose para lo peor, divide a la gente y sus bienes en dos campamentos.
Le manda regalos a su hermano para apaciguarlo de su supuesta ira.
Cruzan la frontera, el vado de Yabok. Él se queda solo. Y pelea con un ángel. De allí que su nombre cambiará y no será más llamado Yaakov, sino Israel, porque peleó con el mismísimo Dios y pudo sobreponerse en la contienda. De esa pelea, Yaakov no sale indemne. Queda herido, una marca que no se le revertirá jamás.
Esav, al ver a su hermano, corre hacia él y lo besa. Los dos comienzan a llorar. Los hermanos se funden en un abrazo, el primer abrazo de la Torá.
En otro de los pasajes de la parashá el príncipe de Shjem secuestra y viola a Dina, la única hija de Yaakov. La obliga a vivir con él. Shimón y Leví, para vengar esta atrocidad contra su hermana, entran en la ciudad y castigan no sólo a la familia real sino a toda la población.
Yaakov se dirige a Bet El. Dios se le aparece y le renueva su promesa de darle la tierra a él y a sus descendientes.
Cuando la familia abandona Bet-El, cerca de Bet-Léjem, muere Rajel al dar a luz a Biniamin. Fue sepultada allí y Yaakov erigió un monumento sobre su tumba.
No sé dónde estarán en este momento, con qué escenas estarán asociando la cantidad de eventos que suceden en esta parashá como si la estuviéramos viendo con nuestros propios ojos…
La familia de Yaakov está volviendo a su tierra.
Vuelven separados.
Yaakov queda solo.
Un ángel le da el nombre que signará a su descendencia hasta el día de hoy: tendrás que pelear con lo más poderoso, y vas a sobreponerte.
Dina es secuestrada y violada. Y la vileza cometida contra ella es vengada en proporciones inusitadas.
Los hermanos se encuentran y lloran en un prolongado abrazo.
Y Rajel muere en el camino.
Rajel, el símbolo de la madre, entre las cuatro matriarcas, que queda sepultada allí, en Beit Lejem, porque cuida del retorno de sus hijos. Así lo dice el profeta Yirmiyahu-Jeremías 31:15-17
“ Así ha dicho el Señor: una voz fue oída en Ramá, llanto y lloro amargo; Rajel llora por sus hijos y no quiso ser consolada acerca de sus hijos, porque perecieron. Así ha dicho Adonai: Reprime del llanto tu voz, y de las lágrimas tus ojos; porque salario hay para tu trabajo, dice el Señor, y volverán de la tierra del enemigo. Esperanza hay también para tu porvenir, dice Adonai, y los hijos volverán a su propia tierra”.
Los sabios dicen que Rajel soporta el dolor de toda la humanidad y fue enterrada en el camino para brindar bendiciones y misericordia a los exiliados en su salida de Israel después de la destrucción del primer Templo. Y yo le agregaría a los secuestrados que quedaron en Gaza en manos del terrorismo.
Es conmovedor encontrar rastros de lo que estamos viviendo en el ADN de nuestra constitución como pueblo.
Los hermanos se abrazan, como estamos viendo tantos abrazos, de esos que no conocíamos, fruto de un miedo contenido, de una amarga alegría, de un alivio a medias, por los que mataron, por los que siguen aún detenidos. Abrazos con ojos temerosos, con gritos al cielo, llenos de plegaria, de tiempo detenido, de preguntas por el futuro y sus consecuencias.
Un abrazo que llega después de que las familias hayan sido separadas. Y una lucha, que a pesar de que seguramente se salga victorioso, quedará marcado de por vida.
¿Cómo se sale de esta herida? Hoy estamos en medio de la tormenta de la sobrevivencia. Con muchas dudas y mucho miedo. Pero todos pensamos en cómo queda la sociedad israelí después de esta masacre, cómo queda el Estado de Israel después de esta guerra, cómo quedamos los judíos en el mundo después de este despertar antisemita. Tenemos confianza de poder salir de esto. Pero no seremos los mismos.
Y el episodio de Dina se reedita. Ella sale de su tienda y por el poder de los que vivían del otro lado, por la fuerza la secuestran y la mancillan. No puedo creer lo que estoy escribiendo en estos momentos. Los hermanos entrarán a su territorio y se cobrarán semejante delito. Dina no vuelve a ser mencionada en el texto bíblico. No habló nunca. Ni se expresará jamás. ¿Cómo quedan las mujeres tomadas, abusadas, secuestradas? Con el silencio ensordecedor de los feminismos que no las rescatan. Con el cuerpo manchado y aniquilado más allá de su sobrevivencia.
El midrash la rescata a Dina y le atribuye una hija, Osnat, quien se casará con Yosef y de ellos renacerá nuestro linaje. Ojalá no sea sólo una leyenda.
Hoy, más que nunca, la mitsvá de Pidión Shvuim- el rescate de los cautivos, adquiere una relevancia pocas veces vivida.
El Talmud llama a Pidión shvuim- el rescate de los cautivos una «mitsvá rabá «, una gran mitsvá , porque el cautiverio se considera incluso peor que el hambre y la muerte. (Bava Batra 8b)
Maimónides escribe: “La redención de los cautivos tiene prioridad sobre el apoyo a los pobres o a vestirlos. No hay mayor mitsvá que redimir a los cautivos, porque los problemas del cautivo incluyen tener hambre, sed, estar desnudos y también están en peligro sus vidas.»
Esta acción de liberar a los secuestrados engloba tantas otras mitsvot como:
“No endurezcas tu corazón ni cierres tu mano contra tu prójimo necesitado” (Devarim- Deuteronomo15:7).
“No te quedes de brazos cruzados mientras se derrama la sangre de tu prójimo” (Vaikrá- Levítico19:16).
“Ama a tu prójimo como a ti mismo” (Vaikrá- Levítico 19:18).
“Rescata a los que son arrastrados a la muerte” (Proverbios- Mishlei 24:11)
El Shulján Aruj agrega: “Cada momento que uno demora en liberar a los cautivos, en los casos en que es posible acelerar su libertad, se considera equivalente a un asesinato”. (Shulján Aruj, Yoré Deá 252:3)
Desde ese humilde espacio de reflexión, mi proclama, mi deseo, mi plegaria por la liberación de todos los secuestrados y secuestradas. Por la recuperación de las vidas de todos los que fueron víctimas de estos flagelos. Por el consuelo y la sanación de las familias en duelo. Por la vida de los soldados que están librando una batalla contra el terror. Por una conducción en Israel que proteja a sus ciudadanos y recupere opciones de paz y tranquilidad en la región.
Porque los hermanos sigan reencontrándose. Y los abrazos nos sigan conmoviendo para que todas las familias se completen y se rearmen con esa fuerza que nos dio Yaakov con la pelea que nos otorgó nuestro nombre. Pelearemos y, a pesar de las heridas, nos pondremos de pie, nos reencontraremos aquellos de los que nos habían separados y volverán todos los hijos a su tierra. Hoy más que nunca, “veshavu baním ligvulám- y los hijos volverán a su propia tierra”
Rabina Silvina Chemen