PARASHAT VAIKRÁ: los de afuera

Comenzamos el libro de Vaikrá, el tercer libro de la Torá y estoy escribiendo estas líneas en Rosh Jodesh Nisán, el comienzo del mes que nos encontrará celebrando Pésaj en familia y en comunidad.

Un libro que está prácticamente dedicado a la práctica de un culto y un vínculo con la divinidad a través de un lenguaje sacrificial y sacerdotal. Pero que comienza con una palabra de tanta belleza que muchas veces me es difícil seguir leyendo lo que continúa porque quiero quedarme en ella.

וַיִּקְרָ֖א אֶל־מֹשֶׁ֑ה וַיְדַבֵּ֤ר ה’ אֵלָ֔יו מֵאֹ֥הֶל מוֹעֵ֖ד לֵאמֹֽר.

“Y lo llamó a Moshé y le habló Adonai desde la Tienda de Reunión diciéndole…” Vaikrá- Levítico 1:1

Un comienzo al menos enigmático que nos lleva a preguntarnos por qué lo llama antes de hablarle. ¿Será sólo una mera duplicación del gesto de comunicarle algo? ¿Qué contenido tiene ese llamado?

Uno de los modos que tenemos de descubrir, quizás, el sentido de este inicio es caminar hacia atrás en el texto bíblico y leer el final del libro anterior- Shemot/Éxodo- y ver si encontramos alguna respuesta allí. Hagámoslo:

“Y la nube cubrió la Tienda de Reunión, y la gloria del Señor llenó el Tabernáculo. Moshé no podía entrar en la Tienda de Reunión porque la nube se posaba sobre ella y la gloria del Señor llenaba el Tabernáculo.” Shemot-Éxodo 40:34-35

Detengámonos acá. Moshé trabajó arduamente para que el pueblo tuviera ese espacio físico sagrado donde la presencia de Dios se sienta garantizada entre los hijos de Israel. Elegir a sus artistas y artesanos, liderar la recaudación de las donaciones, definir la división de tareas, las responsabilidades de cada tribu, la perfección de cada objeto… y cuando se terminó de erigir, el libro de Shemot nos cuanta que Moshé no podía entrar a la Tienda porque la nube, símbolo de la presencia divina, se posaba sobre ella… En una primera lectura diríamos que es injusto.

El Midrash Vaikrá Rabá va a explicarlo con una parábola:

“Esto es como un rey que manda a su siervo y le dice: «Constrúyeme un palacio». En cada objeto que construía el siervo, escribía en él el nombre del rey. Levantó muros y escribió en ellos el nombre del rey. Puso columnas y escribió en ellas el nombre del rey. Estableció vigas y escribió en ellas el nombre del rey. Finalmente, cuando el rey entró en el palacio y vio que todo lo que veía contenía su nombre, dijo: «Toda esta gloria me la hizo mi siervo, pero ahora estoy dentro, pero él está fuera… El palacio era majestuoso e imponente, honrando al rey en todos los sentidos. Pero también estaba desprovisto de gente y, por lo tanto, inútil como recipiente para el servicio real. Entonces el rey llama a su siervo y lo invita a entrar: «קראו לו שיכנס לפני ולפנים». No te quedes afuera, dice. Ven y únete conmigo. Estate conmigo en este gran espacio…es aquí donde perteneces.”

Imagino a Moshé, líder fuerte y a su vez obediente a la voluntad divina, merodeando la construcción terminada perplejo por no poder ingresar; quizás con miedo o hasta con cierto enojo.

Y entonces aparece la palabra Vaikrá- y lo llamó; como explican nuestros sabios, este llamado porta el lenguaje del afecto. -Ven, no te vayas, no te alejes, entra que este lugar es nuestro. Te invito.

Y, es más. Cuando abrimos el rollo de la Torá descubrimos que la “alef”, la letra muda con la que culmina la palabra Vaikrá, está escrita más pequeña que las otras letras; וַיִּקְרָ֖א.

Algunos exégetas imaginan que el tamaño reducido de la letra indica el tono de voz- si podemos hablar así de Dios- con el que Moshé es llamado. Lo llama con una voz tranquila, sin exabrupto. Para no asustarlo y permitirle que entre sin temor al lugar más sagrado del mundo; susurrándole que cruce el umbral de afuera hacia adentro.

Y siguen explicando nuestros maestros, que no es casual que sea la alef la letra elegida para este guiño de la escritura; porque el número que la representa es el uno, que alude un llamado sereno a la unión; es nuestro, es juntos, es de todos unidos.

Por ahora los dejo a Moshé y a Dios en este reencuentro de intimidad y vengo a nosotros, a nuestro tiempo también definido por un adentro habitado por pocos y vedado para todos los muchos que deambulan por fuera.

Aquellos que sólo necesitarían de un llamado en voz baja que los anime a cruzar esa barrera que los deja afuera de lo que deberían ser parte.

El afuera, los afuera, que duelen, que marginan, que estereotipan. Reclamos silenciosos que no se escuchan por el grosor de los muros. Y así se llenan las calles de invisibles que saben que no tienen acceso a los lugares que les podrían dar alivio, consuelo y algo de fe.

A veces lo que se necesita es la voluntad de un llamado. Una mano tendida, una propuesta que los saque del territorio de las márgenes para legitimarlos en un adentro que les devuelva la dignidad.

Y hacer valer esa “alef”, tan poderosa como la misma representación de la unicidad de Dios, que sólo precisa de una pequeña manifestación para que lo divino tenga sentido en nuestros discursos al hacerlos actos de unificación de aquello que, la historia desigual de nuestro tiempo, se empecina en tornarlo un imposible.

Estamos preparándonos para la festividad de Pésaj; la gesta de un pueblo que construía mansiones viviendo en la peor de las miserias. La libertad es una de las maneras de borrar esa línea que divide a los de adentro con los de afuera. Una libertad acompañada de dignidad y justicia.

La diferencia entre el afuera y el adentro, desde los tiempos más remotos hasta nuestros días, es la conciencia de un suave llamado. Entonces cualquier adentro, por más palacio que sea, se transformará en santuario.

Shabat Shalom y Jodesh Tov,

Rabina Silvina Chemen