PARASHAT TZAV: La santidad aplicada

Les confieso que estoy dando vueltas sobre el comentario de esta parashá desde hace varios días. No quiero hablar de sacrificios, ni encontrarle interpretaciones poéticas a la sangre, al fuego, a cómo se degüella un animal. No me siento cómoda este año, cuando visualizo cómo las violencias no sublimadas por ningún mecanismo- sea ritual, educativo, psicológico o político- emergen buscando víctimas que inmolar sobre el fuego de la agresión, el desprestigio, la humillación y, en algunos lugares de este planeta en llamas, hasta su aniquilación.

Y recién estamos en la segunda parashá de todo este libro, con lo que el esfuerzo de estas semanas será, intuyo, bastante arduo.

La primera mitad de la parashá es un manual detallado de cada una de las ofrendas que estaban en el “menú ritual” del Mishkán, del Tabernáculo. Y la segunda mitad está dedicada a la consagración de los sacerdotes – kohaním, para iniciarse en su labor una vez inaugurado el Santuario.

Una especie de rito de iniciación, que, a mi entender, no sólo aplicaba a los funcionarios del culto sino también como mensaje para todo el pueblo.

Repasémoslo.

Un rito de iniciación marca el pasaje de un estadio al otro. Y no es brusco, sino que tiene diferentes momentos que los prepararían para cumplir su misión sagrada.

Primero son separados de la comunidad. Moshé los llevará al Mishkán, serán lavados, investidos con ropajes especiales. Habrá sacrificios y unciones con aceite y sangre en su cuerpo. Dentro de ese Santuario son consagrados, delante de todo el pueblo que observa este ritual.

Luego se les pide que se sienten por siete días fuera de la Tienda de Reunión, comiendo alimentos de los sacrificios, sin ninguna tarea a su cargo, viviendo fuera del tiempo y espacio normales, aislados de lo cotidiano, separados de sus vidas ordinarias.

Y recién después de todo este proceso, en los que alguien los elige, los prepara y luego de un tiempo de comprender su rol, y su misión, viene lo que algunos teóricos de las ritualidades antiguas llaman el proceso de integración. El octavo día, como rito de integración Aharón realiza tres sacrificios en el Mishkán y así ingresa a su nuevo rol como sacerdote- kohen.

La primera de las ofrendas la hará en nombre de todo el pueblo de Israel, pidiendo por el bienestar de todos.

Esta ceremonia en la Torá se llama la ceremonia de “miluim”, que deviene de la palabra “male”, que significa “lleno”, “completo”. Y quisiera entenderla de esta manera: Los que son elegidos para representar a un colectivo de personas tienen que experimentar este ritual de pasaje para hacerse “uno” con todos aquellos que esperan que lo que hagan, lo que digan, lo que practiquen, los represente, los consagre como si fueran uno con todo el pueblo.

Pensaba en qué importante sería volver a leer estos pasajes desprovistos de la anécdota de la ritualidad bíblica y dando luz a los mensajes que se revelan respecto de los lugares de representación social y compromiso con una función de responsabilidad sobre ciertos grupos de personas.

Ser elegidos, ser preparados, tomarse un tiempo sin ejercer ningún poder para comprender su función y luego manifestarse, en primer lugar, por el bienestar de su gente, reingresando a la vida cotidiana, insertos en la normalidad de la gente común que los necesita cerca y con ellos, mientras que, al mismo tiempo, ellos necesitan volver a vivir con la gente para no comprender erróneamente el lugar de poder que se les ha otorgado.

Es fácil pensarlo en una tarea trascendente como la de intermediar entre el cielo y la tierra. Pero si se me permite, es también un llamado de atención a los modos equivocados y nocivos que se tiene de las representaciones de autoridad sociales, religiosas y políticas de hoy en día, en el que se supone que la única fase que existe es la primera: la de ser elegidos.

Este Shabat es especial. Se llama Shabat Hagadol, porque es el Shabat anterior a la festividad de Pésaj. Pero cuando esta parashá se lee en un Shabat que no anticipa Pésaj, se adjunta a la lectura de la Torá, un pasaje del profeta Irmiahu- Jeremías que tiene que ver con esto que estoy comentando:

Así dijo el Señor: No se gloríe el sabio de su sabiduría, ni el guerrero de su valentía. Que el rico no se jacte de sus riquezas. Mas en esto se gloríe el que se jacta: en entenderme y conocerme, porque yo soy el Señor que hago misericordia, juicio y justicia en la tierra, porque en esto quiero, dijo el Señor.” Jeremías 9:23

Sacerdotes, rabinos, ministros, presidentes, maestros, directores, CEOs… todo aquél que ejerce un rol de liderazgo sobre cierto grupo de personas: que no se jacte de sus poderes y sabiduría, ni de sus bienes ni de sus roles. Eso dice el profeta.

La consagración de los kohaním- de los sacerdotes delante del pueblo es una lección de cómo consagrarse para la vida, cada uno desde el lugar que le corresponda o al que aspire. Prepararse, comprender su misión y volver de donde salió para no perder de vista que lo que tiene para dar es por un bienestar mayor a su propio ego.

La santidad no es un tema religioso. Es una postura que nos vuelve humildes ante la tentación del poder. Y nos hace regresar al origen; una humanidad que necesita que los guías caminen con la gente y por la gente.

Que, en esta antesala de la fiesta de la libertad, podamos revisar nuestros modos de caminar con otros. Que seamos capaces de quitarnos los ropajes que nos separan de los nuestros. Y que nuestras tareas, allí donde estemos, no olviden que nuestro propósito sagrado es el bienestar más allá de nosotros.

¡Shabat Shalom y Jag Pesaj Sameaj!

Rabina Silvina Chemen.