PARASHAT VAIGASH: vulnerabilidad ocultada

Las desventuras de Iosef y sus hermanos están llegando a su fin, o a un nuevo comienzo, según dónde pongamos el acento.

Iosef los ve llegar, los reconoce, aunque ellos no a él y despliega un ardid de malentendidos y trampas quizás- porque el texto no lo explicita-para probar a sus hermanos o vengarse de ellos por todo lo que él tuvo que padecer. O probablemente sea una estrategia para marcar quién es el que maneja los hilos verdaderamente en esta historia… no lo sabemos. Lo cierto es que el último de los movimientos que hace es provocar una situación- que no existió- de robo por parte de Biniamín, su hermano de padre y madre y el preferido de Iaakov. El castigo entonces será tenerlo preso en Egipto hasta que traigan en persona al padre. Los hermanos comprenden que esto terminará de matar a su padre. Ellos se comprometieron con sus vidas a devolverle a este hijo sano y salvo. Entonces Iehudá decide intervenir. Intentar persuadir a Iosef- por ahora la autoridad del imperio egipcio- de que deje ir a este hermano y él mismo quedará preso en su lugar. La parashá se llama Vaigash, que significa “Y se acercó” porque este hermano se acerca a hablar personalmente con el vicefaraón para explicarle la situación compleja en la que se encuentran. Allí le contará que su padre anciano ya ha perdido un hijo amado y que moriría si pierde a éste también. A este punto la escena a Iosef se le hace insostenible; ya no puede ni seguir fingiendo ni seguir probando hasta dónde soportarán sus hermanos y la Torá lo dice de este modo:

ולא יכול יוסף להתאפק עוד

Y ya no pudo contenerse Iosef delante de sus servidores, así que ordenó: «¡Que salgan todos de mi presencia!» Y ninguno de ellos quedó con él. Cuando se dio a conocer a sus hermanos, comenzó a llorar tan fuerte que los egipcios se enteraron, y la noticia llegó hasta la casa del faraón. —Yo soy Iosef —les declaró a sus hermanos—. ¿Vive todavía mi padre? Pero ellos estaban tan pasmados que no atinaban a contestarle.  No obstante, José insistió: —¡Acérquense! Cuando ellos se acercaron, él añadió: —Yo soy Iosef, su hermano, a quien vendieron a Egipto.” Bereshit-Génesis 45:1-4

Desgarrador y esperado encuentro para los que creemos que la hermandad encontrada siempre es la mejor resolución de todo conflicto.

Lo que este año me llama la atención es el comienzo de este párrafo:

Y ya no pudo contenerse Iosef…”

¿Qué significará que no pudo contenerse? ¿Qué era lo que estaba guardando o disimulando?

Veamos qué dicen nuestros maestros:

Rashbam, Rabí Shmuel ben Meir (s. XII) explica: “Hasta ahora Iosef había practicado la moderación en cada una de sus acciones y palabras a los hermanos. Como sabemos por el versículo 43:31, “se contuvo y ordenó que le sirvieran la comida”.

Podríamos comprender que Iosef retiene todo lo que quiere hacer y decirles a sus hermanos, utilizando una conducta moderada y- agrego yo- distante hacia ellos, haciendo “como si” fuera otra persona, aquella que los hermanos creían ver y, actuando en consecuencia.

La moderación de la que habla Rashbam, es un modo de no mostrar todas las cartas sobre la mesa, de no poder sincerase y seguir actuando como si fuera otro… hasta que no pudo disimular más, les pidió a sus servidores egipcios que se retiren (porque ¿cómo un poderoso cuasi divino como el vicefaraón puede mostrar vulnerabilidad?) y develó su verdadero ser, tomándolos en un abrazo, por fin, después de tanto tiempo.

Rashí, Rabí Shlomó Itzjaki (s XI) lo entiende de otro modo. “Y Iosef no podía abstenerse ante todos los que estaban” – No podía soportar que los egipcios estuvieran junto a él presenciando cómo sus hermanos serían avergonzados cuando se diera a conocer a ellos.”

Rashí infiere que lo que le pasa a Iosef es que no puede controlar más la hipocresía de tratarlos bien, cuando en realidad espera con ansias develar su identidad y hacerlos sentir vergüenza y culpa por lo que hicieron con él. Pero para eso, les pide a sus servidores que se retiren del recinto, porque no quiere que lo vean fuera de postura, haciendo algo que él ya sabe de antemano, que será mal visto. Arma la escena para quedar limpio ante quienes lo obedecen, pero está dispuesto a devolverle a sus hermanos el dolor que ellos le infringieron.

Rabó Ovadia ben Iaakov Sforno (s. XV-XVI), por su parte, lo comprende de manera diferente: “No tuvo la paciencia en esta etapa para lidiar con las preocupaciones privadas de todas las personas que estaban esperando recibir una audiencia y ya estaban haciendo fila en esa casa.”

Si entiendo bien lo que dice Sforno, Iosef estaba totalmente tomado por el personaje de vicefaraón a tal punto que, viendo que había mucha gente esperando afuera, decidió ponerle fin a esta trapisonda diciéndoles la verdad y cerrando ya el asunto. Las personas poderosas deben ser expeditivas y sin demasiado sentimentalismo porque la gestión es lo único que cuenta…

Sea la interpretación que fuera, Iosef tenía algo oculto en su profundidad que su investidura no le permitía mostrar.

Cubierto con los ropajes de poder, disimulaba, actuaba de modos acordes a su jerarquía, cuidaba del qué dirán, de administrar eficazmente y tener todo bajo su control. No podía echar a perder semejante poderío por un puñado de personas (que a la sazón eran sus hermanos) que lo convocaban a emociones que él había creído olvidar.

Pero no hay fachada, máscara, traje o título que reemplace la necesidad de sanar las heridas con los que queremos.
Nos ocupamos tantas veces de cómo nos vemos, qué piensan de nosotros, conteniendo como Iosef, nuestras necesidades más sutiles, porque esta sociedad nos exige fuertes, nos juzga para bien cuando somos imbatibles, nos acepta si nos mostramos infranqueables.

Pero al final, Iosef no se puede contener. Y quita del medio todo aquello que le representa su poderío; sus servidores y todo egipcio que estaba por allí. Necesita volver a quedarse con aquellos que sólo lo ven hermano. Sin túnicas. Sin estrategias. Sin recelos. Sólo la mirada de un hermano te devuelve, como un espejo, tu verdadero ser; con autorización a equivocarte, a llorar, a pedir perdón, a resarcirte, a disculpar, a no entender todo, a flaquear, a caer y volver a levantarte.

Por eso me quedo con lo que Rabí Abraham Ibn Ezra (s.XII), explicó con sobre este versículo: “no podía soportar más su sufrimiento”.

No podía seguir fingiendo como si nada pasara lo que quizás soñó desde siempre: volver a estar en familia, saldar la distancia, dejar de estar existencialmente solo. No hay riqueza ni rango que cure la herida de una distancia, de un enojo mal resuelto o de una vida llena de éxitos, pero en el exilio de los que amas.

¿Cuándo comprenderemos que mostrarnos como somos lejos de desnudar vulnerabilidades nos acerca a las personas que realmente nos harán bien en la vida? ¿Cuándo renunciaremos a nuestros disfraces que lo único que hacen es contener nuestra mejor versión de nosotros mismos por una pose social impuesta por cierta mayoría?

Iosef lo consiguió después de mucho sufrimiento.

Quizás aprendamos de él y tomemos las mejores decisiones para reencontrarnos con los que más queremos y con nosotros mismos.

Shabat Shalom

Rabina Silvina Chemen.