Llegamos al final del libro de Bereshit. De niños nos cuentan historias que tienen finales felices y eso es lo que estamos esperando también acá, en la culminación del primer libro de nuestro texto sagrado. Hemos transitado vicisitudes y avatares de todo tipo esperando esa última hoja en la que una voz cariñosa nos diga que por fin: Fueron felices y comieron perdices.
Pero nada de esto sucede, ni en el texto, ni en mi alma.
En primer lugar, porque antes de ponerme a escribir esta reflexión busqué por cielo y tierra, denodadamente una interpretación que la vuelva a traer a Diná, la hija mujer borrada de la historia, al último capítulo de la vida de su padre Iaakov. En el momento en el que él les da una bendición a todos sus hijos, intenté encontrarla en algún guiño literario, algún sesgo de escritura, algún comentarista que me diga que Iaakov la busca, la nombra, la extraña, la devuelve a la historia. Pero no. Dina no está, ni nadie pretende que esté. O peor aún, Rashi explica que a Dina no se le dio una bendición porque se casó con su hermano Shimón (uno de los que perpetró la masacre contra el pueblo de Shjem). Acá se inaugura el concepto de las doce tribus de Israel que anclará en la memoria colectiva, haciéndonos olvidar que fueron trece hijos por siempre jamás.
No es un final feliz porque va a morir Iaakov reconociendo que “pocos y malos han sido los años de mi vida” (Bereshit 47:9). Después de tanto tormento, tantos aciertos, mentiras, dolores, amores… este hombre siente que en resumen vivió mal y poco a pesar de su longevidad.
Y no es un final feliz porque Iosef y todos sus hijos van a enterrar a su padre a la tierra de Israel, en la cueva de la Majpelá, con sus ancestros y en lugar de quedarse en la tierra que Dios les prometiera a todos ellos y a su descendencia, vuelven a la extranjería de Egipto que los terminará esclavizando cuando el poder de turno desconozca sus privilegios.
En esta parashá también se habla de la muerte de Iosef. Y el Talmud se pregunta por qué no se murieron sus hermanos mayores primero. De hecho, sabemos que él fue el hijo número doce, el anteúltimo, ¿no era de esperar que otros como Reuvén, Shimón o Leví fallecieran antes? ¿Es sólo una decisión del copista de no escribir sobre la muerte de cada uno o hay acá otro mensaje?
El tratado de Berajot 55ª trae una respuesta que me ofrece una puerta para pensar más ampliamente algunos temas
“Y Rabí Iehuda dijo que tres cosas acortan los días y años del hombre: [una] a quien se le da un rollo de la Torá para leer y no lo lee; [dos: a quien se le da] una copa de bendición para recitar una bendición y no la recita; y [tres] a quien asume aires de autoridad.
‘un rollo de la Torá para leer y no lo lee’, como está escrito, (Devarim 30:20) «porque es tu vida y la duración de tus días». ‘Una copa de bendición para recitar una bendición y no la recita’, como está escrito (Bereshit12: 3) «Y bendeciré a los que te bendigan». «Y a quien asume aires de autoridad», el rabino Jama bar Janina dijo: -‘¿Por qué murió José antes que sus hermanos? Porque asumió aires de autoridad’.”
Cuando leí este pasaje del Talmud me detuve a pensar no exactamente en el final de la vida biológica. No tengo respecto de Dios un pensamiento mágico que castiga con la muerte al que comete errores y sólo premia con la vida al que se comporta debidamente. Sin embargo, creo que acá hay algunos temas por repensar acerca de la buena vida, vivida en profundidad, como compromiso por el don que significa estar vivos.
¿Qué significa que hay actitudes que acortan los días y los años de las personas? ¿Qué es una vida “acortada”? No está hablando de la cantidad sino de la calidad con la que evaluamos nuestro paso por la existencia.
Cuando tienes ‘un rollo de la Torá para leer’, y tienes en tus manos la posibilidad de conocer, de investigar, de profundizar, cuando no te quedas con lo que te dictan otros, cuando buscas los argumentos que embellecen tu vida, cuando cultivas tu entendimiento y no te quedas dormido en la pasividad, cuando lo que lees te ayuda a encauzar tus acciones hacia un mundo más justo, cuando le dedicas tiempos a tu propio crecimiento intelectual y espiritual; la vida se percibe más extensa, “porque es tu vida y la duración de tus días”.
Y cuando tienes ‘una copa de bendición para recitar una bendición’, es decir, cuando vives momentos por los que valdría la pena agradecer, cuando frenas la marcha y puedes dar cuenta de lo bueno que te rodea y lo reconoces, cuando eliges tener en tu boca palabras del bien-decir y demás dejas de lado la obstinación por la crítica y el enojo, cuando valoras lo que sí tienes, lo que sí te sucede, lo que sí pudiste; la vida se percibe más extensa porque “bendeciré a los que te bendigan”, porque cuando elegimos la buena palabra y la buena mirada, en general nos rodearán palabras de ternura, gestos de afecto, miradas de aprobación y momentos de armonía. Y todo eso suma vida a la vida.
Y, por último; cuando no vives tus alturas en detrimento de las alturas de los demás, cuando comprendes que cada uno puede tener su espacio, sus desarrollos, sus éxitos, sus talentos y vocaciones y eso no te quita el sueño, cuando ves en los que están a tu lado tus hermanos y no compites para ganarles ninguna partida, cuando entiendes que tener más, parecer más, poder más no te hace mejor y cuando te ofuscan los mensajes de este tiempo que hay que llegar a la cima “cueste lo que cueste”; la vida se percibe más extensa.
Iosef no lo entendió, cuando desde pequeño presumió sus aires de soberbia y distinción por sobre sus hermanos. Una vida llena de oro y poder y a su vez, corta, empequeñecida por la soledad y las memorias del odio y el desprecio que supo conseguir con sus actitudes.
Quizás sea éste el mensaje del final del libro de Bereshit:
Ocuparnos de cultivar nuestro entendimiento y por tanto nuestra independencia de pensamiento.
Tener la capacidad de agradecer y valorar las bendiciones que tenemos en nuestras manos y darnos el tiempo para hacerlo.
Y elegir la humildad como camino a la grandeza y la compañía como modo de vida.
El libro de Shemot nos espera así como toda la saga de la esclavitud y el desierto hasta terminar los cuatro libros que restan para finalizar la Torá. Tendremos mucho que aprender por delante.
Shabat Shalom,
Rabina Silvina Chemen