PARASHAT VAIESHEV: hablar, un signo de paz

Y se asentó Iaakov en la tierra donde peregrinó su padre, en la tierra de Cnaán.
Éstas fueron las generaciones de Iaakov. Iosef, siendo de edad de diecisiete años apacentaba las ovejas con sus hermanos; y el joven estaba con los hijos de Bilha, y con los hijos de Zilpá, mujeres de su padre: y traía Iosef a su padre la mala fama de ellos.
Y amaba Israel a Iosef más que a todos sus hijos, porque le había tenido en su vejez: y le hizo una túnica a rayas.
Y viendo sus hermanos que su padre lo amaba más que a todos sus hermanos, lo odiaban, y no le podían hablar pacíficamente.”
Bereshit- Génesis 37: 1-2

Bereshit nos desafía cada semana a comprender historias de personajes cada vez más complejos. El Génesis no nos da respiro…

Cuando por fin Iaakov -ahora Israel- se asienta, vuelve a la tierra de su padre -con todo lo que tuvo que aprender para retornar, reencontrarse con su hermano y con sí mismo- la historia vuelve a entrar en un laberinto del que es difícil salir.

Iosef y sus hermanos. Iosef, el hijo amado y esperado por Iaakov su padre, junto a Rajel, el amor de su vida. Iosef, que según el midrash era tan parecido a su madre, que cuando ella murió Iaakov se consolaba mirando el rostro de su hijo… Iosef, el menor, después de once hermanos nacidos de la otra mujer de su padre Lea y dos siervas Zilpá y Bilhá.

Y el primer error… la túnica que develaba ese amor diferencial que tenía el padre por sobre el resto de sus hijos. Una señal tangible de lo que Iaakov no podía esconder y lo que Iosef no pudo manejar. Todos estos símbolos que portan mensajes. Y pocas oportunidades de ponerlo en palabras.

Ésta es la parashá de los sueños de Iosef, por la que él pasa a la historia como “Baal hajalomot” – “el dueño de los sueños”; Iosef, el soñador. Es un calificativo que lo describe con una cualidad positiva, el que sueña y no sólo eso, sino el que tiene la capacidad de interpretarlos (mejora aún más las condiciones de su padre, quien fuera el primero en soñar con la escalera y los ángeles que subían y bajaban. Ahora, él, además de soñar, los interpreta, les da significado).

Padres, hijos, mucho amor, regalos, sueños, interpretaciones… todo está dispuesto para cumplir con el nombre de esta parashá: VAIESHEV, Y SE ASENTÓ, Iaakov y toda la familia que vivió años de derroteros e incertidumbre.

Sin embargo a pesar de tener todo al alcance de la mano, las piezas en el tablero fueron movidas de tal manera que todos terminaron perdiendo. La combinación de movimientos entre los padres y los hijos y el amor y los sueños devino en una tragedia. No es suficiente con que estén presentes. Hay que saber vivir respetuosamente cada una de estas dimensiones.

El amor de Iaakov para con su mujer Rajel, se tradujo en desprecio hacia Lea.

El amor preferencial hacia el menor de los hijos, se transformó en indiferencia hacia el resto de los hijos.

El regalo que atestiguaba su profunda emoción hacia Iosef, la túnica a rayas, se convirtió en su propia cárcel. Iosef quedó encerrado en el privilegio. Los hermanos quedaron del otro lado de la jaula de oro. Ambos aprendieron el lenguaje silencioso de la exclusión y las barreras entre unos y otros. El regalo para uno terminó siendo una trompada para el resto.

Los sueños, como portadores de mensaje, se tornaron en soberbia y ostentación cuando Iosef comparte con sus hermanos su propio soliloquio: él no necesita de nadie, así le enseñaron. Sus interpretaciones de lo que sueña a la noche son resabios de lo que vive de día.

Por tanto, ni el amor, ni los regalos, ni los sueños por sí mismos son buenos. Sino cómo se los vive, se los comparte y se los comunica.

Y aquí quiero detenerme.

Los hermanos lo odian, dice el texto de la Torá. Su padre lo amaba más que a todos, y esto despierta un profundo odio en ellos. Y ¿cómo se traduce este odio? En silencio.  En distancia. En la nada entre ellos.

Intentemos mirar el versículo 4 con otros signos de puntuación:

“Y viendo sus hermanos que su padre lo amaba más que a todos sus hermanos, lo odiaban, y no le podían hablar, LESHALOM,  como para reconstruir la paz (entre ellos).

Cuando el odio queda enquistado en el silencio, probablemente lo que suceda es que alguien (o todos) terminen en un pozo, tal como sucedió con Iosef y sus hermanos. Cuando no se pueda poner palabras a lo que duele, a lo que ofende, a lo que excluye; los ornamentos del amor se transformarán en barrotes y machetes. Cuando la injusticia permanece muda o amordazada, el resultado es la falta de paz aunque aparentemente no vivamos en guerra.

De nada le sirvió a Iosef tener la capacidad de soñar si el sueño sólo le remite a su propio beneficio, en detrimento de otros. No hay familia, ni sociedad, ni país que pueda construirse sobre sueños que excluyan y denigren a otros.

No hay parejas, ni hermanos, ni amigos ni comunidades sanas si no pueden hablar de la competencia, de los sinsabores, de lo inexplicable.

Lo que no puede traducirse en espacios de palabras, de diálogos, de revisión de las posturas -a veces antagónicas- se transforma en puro acto; irrumpe la violencia que ataca sin razones y que necesita cada vez de más violencia para hacer escuchar lo que no se ha podido decir.

Iosef y sus hermanos somos tú, yo, nosotros, en cada espacio -social, familiar, laboral- en el que pretendemos asentarnos. Revisemos nuestras palabras y silencios, contemos cuántas veces al día hablamos a favor de nosotros mismos, analicemos si nuestros sueños incluyen a alguien más además de a nosotros, quitémonos los barrotes de nuestras vestimentas que nos separan del prójimo y aprendamos a vivir el amor sin necesidad de sacarnos al otro de encima.

Shabat Shalom umevoraj!

Rabina Silvina Chemen