“Dijeron los sabios: si todos los moadím fueran anulados, Janucá y Purim no serían anulados”
¿Qué poder tiene Janucá? ¿Qué historia vamos a contar de Janucá?
¿La fiesta de la libertad religiosa inspirada por el deseo de las personas de liberarse de las leyes opresivas?
¿La conmemoración de la capacidad humana de tener valor y esperanza, al recordar la valerosa revolución de los macabeos?
¿La historia del aceite que duró ocho días en lugar de uno?
¿Una lectura del presente a partir del milagro de la supervivencia judía en sociedades donde existen muchas oportunidades de olvidarse de todo y asimilarse?
¿El momento para agradecer a Dios por los milagros de nuestra vida?
Janucá tiene la particularidad de dejarnos a entrar en la festividad desde muchos sentidos.
Podríamos dedicar esta noche al orgullo de haber vencido a la potencia que nos oprimía. Como decimos en nuestra tefilá:
“En aquella hora tan aciaga, con tu merced abrazaste nuestra causa; arremetiste valerosamente contra el enemigo y pusiste en derrota a los fuertes, entregándolos en manos de los débiles, a los muchos en manos de los pocos, a los impuros en manos de los puros, a los agresores en manos de los inocentes…”
Nos dan orgullo las historias de conquista, sobre todo cuando son justas, cuando restauran el orden justo que había sido quitado. Nos gustan las historias trágicas pero con finales felices. Salimos triunfantes y eso merece ser festejado. Los jashmonaim son una especie de arquetipo, su ideología era nacional religiosa, amaban la Torá y la tierra de Israel. Eran pocos y tenían que luchar no sólo contra el enemigo externo, sino contra las diversas facetas políticas que había dentro del pueblo de Israel: aquellos que bregaban por una proceso helenizante y otros que se negaban a perder la esencia cultural y religiosa judía.
Podríamos dedicar esta noche a recuperar la palabra milagro. En castellano uno podría remontar la etimología de la palabra: procede del verbo latino «mirari», algo que causa admiración. Los latinos llamaban miraculum a aquellas cosas prodigiosas que escapaban a su entendimiento, como los eclipses, las estaciones del año y las tempestades. Y podríamos llenarnos de imágenes que nos produzcan esa admiración, tanto por lo que sucedió entonces, como el milagro de aquella vasija de aceite puro que se encontró entre tanta profanación y destrucción, que en lugar de durar un día, duró ocho. O podríamos direccionar nuestra mirada a lo que nosotros comprendemos por milagro en nuestro tiempo y darnos un tiempo para agradecer por ellos. Es interesante que a la amidá le hayamos agregado un pasaje que habla de los milagros, pero, debemos decir que quienes compusieron este texto litúrgico no concebían al milagro separado de las otras manifestaciones que identificaban la victoria: “Por los milagros, y por la redención, y por las poderosas acciones, y por las salvaciones y por las guerras que Tú has hecho para con nuestros antepasados en aquellos días, en esta época.” Una libre interpretación podría decir: no habrá milagros ni redenciones sin no hay acciones poderosas y luchas que lo hagan posible. Pero eso es para otro momento…
Hoy quiero detenerme en un pequeño detalle de esta festividad. Un pasaje que decimos en el encendido de cada luz durante los ocho días de Janucá:
“Encendemos estas luminarias por los milagros y las maravillas, por la redención y las batallas que hiciste por nuestros patriarcas, en aquellos días en ésta época, a través de tus kohanim (sacerdotes). Durante los ochos días de Janucá estas luces son sagradas, y no nos está permitido utilizarlas sino para mirarlas únicamente para agradecer y loar a tu gran nombre por tus milagros y tus maravillas y tus salvaciones.”
¿No nos está permitido utilizar las luces? No debemos sacar provecho de ellas. Durante ocho días debemos dejar que suceda algo sin sacar ventaja de ello. Y creo que allí estará el verdadero triunfo sobre el modo de vida que la cultura helénica inició pero que no sucumbió con la caída del imperio: el materialismo y el hedonismo. Cuando no hay otro origen ni otro destino que defina la realidad más que lo material, los vínculos y las ideas. Entonces, las deidades eran cosas, llamadas dioses. Hoy, no sé si nos atreveríamos a decirlo, pero para muchos, sin necesidad de estatuas, los dioses siguen siendo los objetos, el consumo, la pertenencia a una clase, como objetivo último de la existencia.
Leyendo sobre las definiciones sobre el materialismo, y sin entrar en clasificaciones ni doctrinas filosóficas, diría a grandes rasgos: El materialismo es una corriente filosófica que surge en oposición al idealismo. Y creo que hoy, la supremacía de la materia, en nuestras vidas, ocupó en muchos, el mundo de las ideas.
Ahora se entiende por qué el rey Antíoco no quería aniquilar a los judíos o esclavizarlos, o expulsarlos de la tierra. Los griegos estaban en guerra no en contra de la existencia física, del pueblo judío, sino de su existencia espiritual. Por eso la prohibición de estudiar Torá, o de circuncidar a los hijos, o de servir a Dios. La adoración de un invisible y omnipotente Dios fue sustituida por la adoración de deidades paganas hechas a imagen de hombre.
Lo que estamos intentando celebrar en Janucá es registrar que la conciencia y el pensamiento no necesariamente deben ser propiedades del mundo material. No todo es mensurable, cuantificable. Todo no tiene que tener algún fin utilitario. Ni siquiera las luces de Janucá, que están allí, que deben ser encendidas, pero de las cuales no me puedo servir como intento hacer con el resto de los fenómenos que suceden a mi alrededor.
Hoy, muchos de nosotros vivimos cómodamente y vivimos en una sociedad democrática que afirma nuestros derechos básicos de supervivencia, en donde tenemos oportunidades disponibles que en tiempos más opresivos nos eran negadas. Y en esta comodidad experimentamos el riesgo de olvidarnos de lo sagrado. O de transformar lo sagrado en un objeto más de nuestra lista de deudas.
Y es interesante, porque dice de las luces que son sagradas. Quizás es un intento de pedirnos que lo que para nosotros es sagrado no lo usemos para sacar provecho, para obtener alguna utilidad medible: no usemos a nuestros hijos, no abusemos de nuestras parejas, no nos sometamos al mundo de la materia como si no hubiera dimensiones superiores, cuyo rédito no puede medirse ni contarse con el vocabulario que usamos hoy. Porque si no estamos dispuestos a registrar esto, no tiene caso que hablemos de Janucá en un lugar como éste: donde la religiosidad, los valores humanos, la educación, la pertenencia, el acompañamiento en el dolor, el festejo de la alegría son los pilares de nuestra existencia.
Un rabino jasídico decía: » No se puede ahuyentar la oscuridad con un palo, sino que se tiene que encender la luz.» El modo de eliminar oscuridad, es librar al mundo de la ignorancia, de la reacción negativa, del odio y de la avaricia.
Encendamos las luces de conocimiento, de generosidad, de la esperanza y del amor. Re-pactemos con las ideas, con las emociones desinteresadas, con tiempos para el disfrute, con la lectura, con la conversación porque sí, con tiempos de juego, que son en definitiva las luces que se transformarán en los milagros de nuestro tiempo.
Shabat shalóm, Janucá sameaj!
Rabina Silvina Chemen