Parashat Tzav, la segunda del libro de Vaikra.
Nuevamente enfrentados a decidir qué hacemos con estos temas.
A veces se hace áspero entrar en ellos, y empatizar con esas formas de creer y de celebrar. Y cuanto más difícil se nos hace, mayor es el desafío intelectual, y también de fe, de leernos en un texto que aparentemente no nos habla…
Pero acá estamos.
El libro de Vaikrá, dice Mary Douglas, una antropóloga británica especializada en el estudio de los símbolos y los ritos en las tradiciones antiguas, ella dice que el Levítico es un género literario. Así se llama su libro: El Levítico como Literatura.
Entonces, estamos frente a un texto que no es meramente descriptivo. Que utiliza la descripción de los rituales, pero que en definitiva, nos transmite un mensaje. Cada detalle explicado hasta la más mínima arista, es portador de un contenido que va más allá la imagen que se nos presenta en la lectura.
Podríamos decir que estamos ante un texto, en un contexto pero que a su vez es pretexto para que nosotros hablemos de otras cosas… de las que quedan en nosotros, cuando no están más ni los sacerdotes, ni los altares, ni los animales ni los inciensos.
Hemos estudiado otras culturas con rituales contundentes, espectaculares. Grandes templos, magníficos atalayas, palacios, piras y fuegos… danzas de a millares, y sin embargo, en algún momento esas grandes fundaciones… se fundieron.
Nosotros, y acá aventuro una hipótesis, no desaparecimos cuando el ritual cayó, porque lo que perduró siempre fue la fuerza de que detrás de aquellas formas de culto, había una idea- que se transformaría en una herramienta sagrada para darle sentido a cada momento de la vida.
Y con toda esta introducción, pasaré a compartirles un pequeño pasaje de la iniciación de los sacerdotes a la tarea sagrada. Un ritual que se hacía delante de todo el pueblo. Una manera de decir de lo sagrado, sin palabras, sino con gestos.
Después de un largo ritual de ropajes, aceites y ofrendas, Moshé también hacía una ofrenda y con un poco de la sangre de ese carnero le pintaba la oreja derecha, el pulgar derecho y el dedo gordo derecho de Aharón. Y después repetía este mismo ritual para cada uno de los hijos de Aharón.
… la oreja derecha, el pulgar derecho y el dedo gordo derecho…Y se van más a asombrar cuando les cuente que este mismo ritual se repitió por siete días.
La pregunta, que no sólo yo me hago hoy, es ¿por qué sangre en el cuerpo? Y ¿por qué la elección del pulgar, el dedo y la oreja derechos?
Uno de los que responde a esta pregunta es Filón de Alejandría, filósofo del siglo I.
Él decía que: “Los plenamente consagrados deben ser puros en palabras y acciones y en la vida; las palabras se juzgan al escuchar, la mano es el símbolo de la acción y el pie de la peregrinación de la vida «. Como diciendo que el sacerdote debía en su función ritual, que no perder de vista la coherencia entre su función y sus propias palabras, acciones y decisiones.
También, mucho más tarde en la historia, Abraham ibn Ezra (siglo XII, España) argumentaba, por otra parte, que el oído «simboliza que uno debe atender lo que se ha ordenado» y que el pulgar «es el origen de toda actividad».
Acá Ibn Ezra cree leer en este ritual la obediencia a las leyes y el compromiso con una vida sagrada.
Sea cual fuere la interpretación que les agrade, ambos, uno en Egipto y otro en España, uno en el siglo I y otro en el XII, leen a Vaikrá y sus ordenanzas como una metáfora. Y así tratan de explicar qué contenido real expresa la metáfora de ser ungidos con sangre en la oreja, en el pulgar de la mano y en el dedo gordo del pie.
Sin embargo, ninguno se preguntó por qué con sangre. Tema que en la Torá abunda, desde diferentes perspectivas.
Sólo recordemos algunas:
Dios le recrimina a Caín después de haber matado a su hermano: las sangres de tu hermano me están gritando desde la tierra.
A Noaj se le permite comer carne, después del diluvio, pero no la sangre porque la sangre es vida.
Pero cuando tuvimos que liberarnos de Egipto, de la esclavitud y de la plaga más atroz, pintamos los dinteles de las puertas con la sangre de cordero, y esa marca nos salvó de perecer allí.
En fin, la sangre, podríamos decir, es un símbolo ambivalente, es como una expresión simultánea de dos realidades. A veces la vida, a veces la muerte.
Así se iniciaban los que asumían una tarea sagrada. Sabiendo que iban a lidiar con ambivalencias e incertidumbres. Que la decisión de dedicarse a algo trascendente en la vida tiene sus marchas y contramarchas. Sus dudas y angustias. Sus aciertos y sus fallos.
Pero dejemos por un rato el texto bíblico y vengamos a nosotros.
A nuestras escuchas, nuestras palabras, nuestras acciones y caminatas…
Y a nuestras iniciaciones.
A aquellos momentos en los que decidimos hacer algo trascendente, sagrado desde nosotros y para los demás:
Una función social, tener hijos, enseñar, ser voluntarios en algún proyecto, luchar por alguna causa, aportarle algo más a nuestras existencias, que hagan de nuestras vidas un Mishkan – un Santuario.
Lo sagrado, para la tradición judía está íntimamente ligado a lo comunitario, a la conciencia de que hay otros. Somos llamados a desplegar ese valor que hace de nuestras vidas mucho más que rutina y mera subsistencia.
Cada uno hoy tiene la posibilidad de ser como aquél sacerdote, asumiendo un rol de servicio. Para eso necesitamos refinar nuestra capacidad de escucha… y volver a alojar las palabras de aquellos que nos necesitan, las voces de los que quedaron al margen de la historia y que cada vez son más.
Y también necesitamos preguntarles a nuestras manos si están haciendo lo suficiente. Si damos, abrazamos, trabajamos, construimos, por el bien de otros.
Y también deberemos revisar nuestras marchas. A dónde decidimos ir cuando dejamos de ocuparnos de nosotros. Hacia quiénes más vamos, quiénes necesitarían que nos acerquemos.
No tenemos garantizado el resultado de cuánto les mejoraremos la vida a otros, pero lo que sí es claro es cómo la nuestra adquirirá mayor sentido.
Estamos viviendo tiempos azarosos. Impredecibles. Inciertos. Complejos.
Hoy estamos acá. Con nuestros oídos, manos y pies. Con nuestras vidas disponibles para hacer de nuestros espacios, lugares sagrados.
Hoy estamos todos en casa, reencontrándonos con un espacio propio que consagramos con nuestros cuidados.
Hoy estamos con todos nuestros sentidos tratando de entender que, como aquellos sacerdotes, nuestra misión es la comunidad, el bien común, la salud y el cuidado de todos.
Algún día vamos a salir. Necesitaremos otros oídos, otras manos y otros pies, que nos permitan sanar aquello que enfermamos.
Habrá mucho trabajo que hacer.
Seguramente ninguno de nosotros será el mismo. Confío en que todos seremos mejores.
Shabat Shalóm,
Rabina Silvina Chemen