PARASHAT TERUMÁ: La religión de estar vivos

El pueblo de Israel es llamado a contribuir con quince materiales – oro, plata y cobre; lana teñida de color azul, púrpura y rojo; lino, pelo de cabra, pieles de animales, madera, aceite de oliva, especias y piedras preciosas – con los cuales, Dios le dice a Moshé: “Harán para Mí un santuario, y Yo voy a morar en ellos”. Shemot 25:8

La pregunta que me hago es ¿qué define un santuario? ¿Qué necesidad tenemos o no, de tener espacios sagrados? Y entonces, la pregunta es ¿qué será sagrado?

Vivimos en una sociedad en la que lo sagrado está exiliado, por decirlo de algún modo. Tan cansados, tan ocupados, tan pendientes todo el tiempo de estar visibles, de rendir al máximo, de exigirnos como propios amos sobre nuestros cuerpos, que casi que no nombramos la santidad, o se la dejamos a algunos locos, que aún seguimos creyendo que las religiones tienen algo para decirnos. Porque lo sagrado se institucionalizó y se encerró en los claustros, las mezquitas, las sinagogas… Así encerrada, la santidad le pertenece a otros, a un espacio que lo frecuentamos circunstancialmente, cuando el calendario o los ciclos de la vida lo indican.

Pero… ¿es eso lo sagrado?

Yo preferiría definirlo de este modo: Lo sagrado es una categoría explicativa y valorativa del mundo. Hay espacios. Hay personas. Hay vínculos. Hay textos. Hay universo. De acuerdo a cómo explicamos y valoramos nuestros lugares, nuestras relaciones, nuestras lecturas, nuestras vidas… las hacemos sagradas o profanas… las santificamos o las profanamos.

Y esto no tiene que ver con el ámbito puramente religioso, aunque, a decir verdad, también hemos confinado la palabra religioso a un universo que no nos pertenece… “ahí van los religiosos” –decimos–; cuando Mircea Eliade, el famoso historiador de las religiones…. dice: «El vivir del ser humano es ya de por sí un acto religioso, pues tomar el alimento, ejercer la sexualidad y trabajar, son actos que poseen un valor sacramental». Ser hombre, mejor dicho, hacerse hombre significa ser religioso”. (Historia de las creencias y de las religiones de Mircea Eliade).

Las cosas son mucho más que objetos. Los vínculos son mucho más que meras interacciones. Nosotros somos mucho más que un cuerpo.

Ser religioso es incorporar en nuestras maneras de vivir la dimensión de lo sagrado. Estar dispuestos al asombro. A la transformación. Al descubrimiento de nuevos significados. A la sabiduría del paso del tiempo. Al aprendizaje constante. A la búsqueda del misterio. Al amor emocionado. A los tiempos de gozo. A la contemplación. Al estudio y el enriquecimiento intelectual y espiritual.

Lo sagrado le aporta un nuevo significado a nuestras vidas y con él cualquier objeto, espacio o persona adquieren una trascendencia más allá de su mera existencia.

El mundo profano es concreto.

El mundo sagrado es una realidad de constantes significados.

El mundo profano se expresa como cambio y contingencia; como una realidad sometida a la fugacidad; como una existencia limitada condenada a su tránsito y su disolución; débil y sometida al desgaste y al cansancio.

Por el contrario, lo sagrado se presenta como poder, abundancia, fertilidad y eternidad.

Necesitamos ambos mundos. Porque uno alimenta al otro. Aunque esta modernidad desenfrenada nos haya hecho creer que sólo con vivir el presente en un torbellino incansable de novedades y modas es lo único a lo que deberíamos aspirar.

Un Mishkán es el modo poético que tiene nuestra tradición para hablar de la necesidad de ocuparnos también de construir santidades, con el mismo empeño con el que construimos nuestras materialidades. Construir santidades es construir conciencias que le confieran un sentido a nuestros impulsos y experiencias. Y esta realidad no aparece automáticamente, ni sucede porque alguien externo a nosotros nos indique que hoy es un día sagrado, o que este espacio es un lugar sagrado o que este rollo es texto sagrado.

Se necesita terumá, ofrenda, ganas en nuestro idioma; pasión, o sea voluntad de nuestro corazón. Y la voluntad de nuestro corazón no se moldea con estrategias de marketing, ni con campañas masivas… se educa, paciente y conscientemente con nuestra decisión de hacer de nuestras vidas algo interesante.

Por este motivo lo sagrado es el triunfo de la vida sobre la muerte, de la luz sobre las tinieblas, de lo eterno sobre lo caduco.

La decisión de hacerse cargo de lo sagrado en nuestras vidas nos mantiene despiertos, inspirados, atentos a los misterios en cada pequeño gesto.

El escritor checo Vaclav Havel escribía: “La esperanza no es la certeza de que algo va a salir bien, es la convicción de que algo vale la pena”.

Esta vida en la que nos acostumbramos a medirla con parámetros de éxito nos ha debilitado otro tipo de mediciones; como por ejemplo registrar si lo que hacemos, donde vivimos y con quienes nos vinculamos vale la pena.

Veasu li Mishkán veshajanti betojám”. Me harán un Santuario y moraré en ellos. 

No en él. Porque los lugares no son sagrados por sí mismos.

La construcción del espacio llamado Mishkán, permitió que la divinidad, que la conciencia de la santidad de la existencia, aparezca en ellos.

No está afuera. No está en otros. No se vende. Ni se compra. Es una opción en la vida de cada uno de nosotros.

Construir con lo mejor de uno para que el misterio habite dentro de nosotros. Y más que preguntarnos por el sentido de estar vivos, poder construirlo, resistiéndonos a la apatía, al determinismo, al aburrimiento y al relativismo.

Se necesita tiempo. Detalles hasta el infinito. Un profundo amor por lo que hacemos y lo que tenemos para dar.

A partir de esta parashá, la Torá enumerará incansablemente cada centímetro de construcción con todos sus pormenores. Y no porque sea un tratado arquitectónico de diseño. Sino porque es un intento de decirnos que cada pequeño movimiento, cada segundo de vida deben tomarse en cuenta para construir santidades. De eso se trata. La majestuosidad de lo invisible, que es en definitiva lo que perdura eternamente.

Hoy los países poderosos compiten por quién tiene el edificio más alto del mundo.

Es porque no entienden nada de alturas…

Shabat Shalom

Rabina Silvina Chemen