PARASHAT SHEMINI: entre roturas e impurezas

Parashat Sheminí nos vuelve a conectar con los conceptos de pureza e impureza ligados a los hábitos alimenticios, a las leyes de la kashrut.

Estos capítulos pueden ser leídos como prescripciones sin ningún tipo de explicación lógica, o también pueden ser comprendidos desde su metáfora- por ejemplo, qué representan las aletas y las escamas para que un pescado sea apto para la ingesta, qué relación hay entre la pezuña partida y el animal rumiante, etc.

En tantos siglos de interpretación hay lugar para todo tipo de registros para la comprensión y la enseñanza de este texto.

Lo cierto es que, a diferencia de otros textos que cuentan historias, con sus nudos de crisis y sus desenlaces, acá, se nos hace necesario un ejercicio de traducción de sentido, que le otorgue a una práctica tan comprometida, como lo es la de una reglamentación para las comidas- lo que más hacemos en nuestras vidas como humanos- un sentido trascendente, una explicación que nos conmueva y nos afiance en nuestra observancia.

Hoy de me dedicaré a un par de versículos del capítulo 11 del libro de Vaikrá- Levítico XI:

“32: Cuando el cadáver de algún animal impuro toque algún objeto de madera, o ropa, o piel, o un saco o cualquier utensilio de uso cotidiano, tal objeto quedará impuro. Deberá lavarse con agua, y quedará impuro hasta el anochecer. Entonces volverá a ser puro.

22: Si el cadáver de alguno de estos animales cae dentro de una vasija de barro, todo lo que la vasija contenga quedará impuro, y habrá que romperla.”

Me quiero detener en este último punto: cuando el animal impuro cae dentro de una vasija, no hay proceso de inmersión que valga, sino que deberá romperse.

Así lo especifica la Mishná Kelim (2:1), un tratado de la Mishná que desarrollará todas las prohibiciones y permisiones respecto de las vajillas puras e impuras.

“Las vasijas de madera, vasijas de cuero, vasijas de hueso o vasijas de cristal que son planos, son puros (no reciben impurificación). Y aquellos que forman un receptáculo (los huecos) son impuros. Si ellos se rompen se purifican nuevamente. Si se los rehace ellos son susceptibles a la impureza de allí en adelante.”

Todo este libro de Vaikrá mantendrá la obsesión sobre lo puro y lo impuro, o mejor dicho, sobre lo “susceptible a la impureza ritual” y lo “no susceptible a la impureza ritual”.

¿En qué modificará el acto de romper, la condición de impureza de la vasija?

Dejemos esta pregunta un instante y recordemos otro episodio cercano de rotura. Moshé desciende del monte, con las tablas de la ley escritas por Dios y ve al pueblo en la situación de mayor impurificación que podría haber imaginado: la adoración del becerro de oro. Y ¿qué hace? Rompe las tablas, las hace añicos contra el suelo. De este modo, el pueblo recobra la conciencia, pueden ver su equívoco y deciden recuperar el camino de la confianza y la construcción de este nuevo pueblo. Moshé sube nuevamente y luego baja con las segundas tablas, que son guardadas junto con los pedazos de las primeras en el arca. Y este dato no es menor.

Los caminos de cada uno de nosotros están llenos de errores, somos como vasijas huecas, receptáculos de experiencias, palabras, reacciones, decisiones… y a veces creemos que vamos por el camino correcto cuando lo que estamos recibiendo en nuestro seno es basura, carroña, impureza, arrogancia, despotismo, corrupción…

Hay impurezas que se reparan con el fluir de las aguas, es decir, con abandonar ciertas actitudes, con dejar atrás ciertas ideas, con modificar estrategias…

Pero hay otras. Ésas que tenemos bien adentro, que se adueñaron de nuestros espacios vacíos, que no pueden volver atrás con la mera “inmersión en aguas vivientes”, sino que requieren un acto de rompimiento.

Aunque los pedazos queden guardados en nuestros lugares más sagrados – porque son parte de nuestro aprendizaje – debemos rompernos.

Muchas veces intentamos paliar la ruptura buscando argumentos y justificaciones. Hay impurezas con las que no se negocia. Habrá una parte de nosotros que deberá quebrarse, para poder renacer. Como la semilla que se parte y se desintegra en la tierra para hacerse planta, así nosotros deberemos revisar nuestras zonas grises, las ocultas, las incompartibles, las que nos avergüenzan, las mentirosas, y definir con qué método vamos a intentar quitarlas de nuestros recipientes.

Y luego, cuando sintamos que nos resquebrajamos, seamos bondadosos con nuestros errores, y guardémoslos celosamente junto con el inventario de nuestros logros y nuestros orgullos. Todo ello nos constituye. Somos nuestros fragmentos y nuestras enterezas.

Shabat Shalom,

Rabina Silvina Chemen