PARASHAT SHELAJ LEJÁ: mirar y envolver

La parashá quizás más frustrante de toda la Torá, como lo es Shelaj Lejá, culmina con la mitzvá de usar tzitziot en el borde de las ropas.

La historia de los exploradores que hicieron con lo que interpretaron sus miradas que todos los que salieron de Egipto no puedan ingresar a la tierra de Israel condenándose a caminar durante 40 años en el desierto, culmina con una apreciación aparentemente menor: el precepto de usar un símbolo recordatorio del cumplimiento de las mitzvot en las ropas.

El derrotero de este símbolo, el del tzitzit, es interesante.

La mitzvá está prescripta, de acuerdo con la Halajá (la legislación judía) para cuando una persona viste todo atuendo que tiene cuatro puntas, y la medida mínima estipulada para esta prenda es aquella que se da cuando, estando extendida, cubre la cabeza y la mayor parte del cuerpo de un niño que ya puede caminar solo en la calle.

Más allá de las precisiones, estamos hablando de un mitzvá que se cumplía al vestir prendas de cuatro puntas y en cada una de ellas se anudaban estos flecos como recordatorio del cumplimiento de los preceptos de la Torá.

Con el correr de la historia y de los usos y costumbres en las vestimentas, la mitzvá del tzitzit fue circunscripta a la vestimenta del Talit en los momentos de tefilá que así lo requieren. Allí, vestimos una prenda de cuatro puntas- un manto- que ponemos sobre nuestros hombros, y allí se cumple que en cada una de las puntas se anudan los tzitziot.

Dicho todo esto que tiene que ver con los aspectos técnicos de esta mitzvá, quiero centrarme en el aspecto simbólico y espiritual de esta prescripción.

Por un lado tenemos nuestra parashá:

דַּבֵּר אֶל-בְּנֵי יִשְׂרָאֵל, וְאָמַרְתָּ אֲלֵהֶם, וְעָשׂוּ לָהֶם צִיצִת עַל-כַּנְפֵי בִגְדֵיהֶם, לְדֹרֹתָם; וְנָתְנוּ עַל-צִיצִת הַכָּנָף, פְּתִיל תְּכֵלֶת.

וְהָיָה לָכֶם, לְצִיצִת, וּרְאִיתֶם אֹתוֹ וּזְכַרְתֶּם אֶת-כָּל-מִצְו‍ֹת יְהוָה, וַעֲשִׂיתֶם אֹתָם

Habla a los hijos de Israel y diles que se hagan flecos (titzit) en los bordes de sus vestidos, por sus generaciones, y que pongan en el fleco de cada borde un cordón azul. Y el tzitzit será para uds., para que los miren y se acuerden de todos los mandamientos del SEÑOR, para que los pongan en obra”. (Bemidbar 15:38-39)

Volvamos a leer este pasuk para darnos cuenta de que el mandamiento sobre los tzitziot tiene que ver con la mirada. Lo hemos comentado en varias oportunidades. Mirarlos y por tanto acordarnos de nuestro camino ético y ponerlo en acción. Así de sencillo sería vivir una vida plena de sentido, una experiencia de amorosidad, justicia y verdad cotidianamente.

Mirar, es decir, entrenar las capacidades de nuestra mirada: mirar bien, mirar profundo, mirar para conocer y no para juzgar, mirar para descubrir y asombrarse, mirar para conocer. Mirar sin envidia, sin retaceos, mirar ampliamente, desprejuiciadamente, con ganas de encontrar en el camino la mirada del otro.

Cuando la buena mirada sucede, lo que uno activa es el pensamiento sobre la buena acción. Hay un camino que hoy se llama ética y que desde siempre llamamos Torá que es el que nos guía a la construcción de buenos lazos, de familia, de comunidad, de sociedad. Hay un plan para hacer de este mundo un mundo reparado, sin injusticia ni inequidades. Ese recordatorio viene a partir de la habilitación a nuestros ojos de mirar la realidad con buena mirada.

Y luego de adherir a los principios éticos que nos marca nuestra tradición: llevarlos a la práctica, ocuparnos de ser buenos, de ser justos. Hacer obras con nuestras buenas intenciones. Trabajar para conseguir nuestro propósito.

Todo eso implica la mitzvá que aparece después del desastre producido por los exploradores, que presos de una sensación de impotencia, llevan al pueblo a la desesperación y al abismo: ellos miraron mal, olvidaron que la Torá que los constituía como pueblo les daba las herramientas para conseguir su meta- llegar a la promesa- y lo que propusieron fue no hacer nada y peor aún, volver a elegir la esclavitud y el sometimiento ciego que produce dolor pero del cual no nos hacemos reponsables.

Un dato que a mí me conmueve de esta mitzvá es cómo continuó y se reforzó su significado.

Recordemos que cuando vamos a vestir el talit- para cumplir con el precepto de tzitzit- decimos una braja: …vetzivanu lehitatef batzitzit.

Reconocemos que Adonai nos ordenó- vetzivanu-  envolvernos –lehitatef-  en el tzitzit.

No dice que la mitzvá es vestir los tzitziot, que hubiera sido una consideración técnica de la mitzvá, sino que dice que nos envolvamos en los tzitziot. Y sólo se comprende esto cuando lo tomamos como metáfora.

La palabra envolver en todos los idiomas remite a contención, abrigo, inclusión, cercanía, cuidado. En español, por ejemplo, su etimología viene del latín “involvĕre” rodear; formado del prefijo latino “in” por “en” y “volvĕre” que quiere decir volver.

Rodear, volver a lo que uno tiene, hacerle lugar y dejarlo dentro de nosotros.

Si uno pudiera describir en dos verbos lo que significa pertenecer a la religiosidad de un pueblo que tiene una “constitución ética” que se llama Torá, podríamos decir: mirar y envolver.

Aprender a mirar.

Y decidir envolver.

Así se evitarían episodios como los de esta parashá; de decepción, de falta de esperanza, de elecciones erradas y consecuencias nefastas.

Mirar y envolver.

Sólo con eso, dayenu- sería suficiente para sanarnos y sanar las heridas que nos rodean.

Shabat Shalom,

Rabina Silvina Chemen.