Parashat Pinjas nos trae una historia emblemática, mencionada una y otra vez en defensa de los derechos de las mujeres. Mujeres sin derecho a la tierra, que pelean por modificar una ley que las excluye.
Así la historia de la humanidad fue testigo de la lucha de las mujeres por poder votar, por la eliminación de leyes discriminatorias, por la anticoncepción, por el derecho laboral igualitario, por poder estudiar en las escuelas, entre tantas otras. Hoy tenemos tan presente la lucha de las Mujeres del Kotel que no cejan en confrontar al ejército y al gobierno de Israel que ahora no sólo las saca a la fuerza del Kotel y no les permiten rezar con sus Talitot y su Torá, sino que ha congelado todo tipo de conversación para darle a quienes conciben la tefilá de un modo igualitario…
En este marco se inscribe esta lucha ejemplar de las hijas de Tzlofjad, la historia contenida en parashat Pinjás.
El objetivo era definir un sistema para dividir la herencia de la tierra de Israel, una vez que entraran allí y cómo se repartirían entre tribus y familias. La decisión tomada fue por casas paternas. Pero hete aquí que había cinco mujeres, las hijas de Tzlofjad que no podían heredar porque no tenían marido y su padre había fallecido. La tierra iba a ser dividida sólo entre los varones. Ellas quedaban fuera de la repartición ¿Qué hicieron?
Se presentaron ante Moshé, cruzando todo el campamento- cosa impensada para las mujeres de la época y reclamaron lo que consideraban una injusticia: la ley no preveía el otorgamiento de tierras a familias que no tuvieran una autoridad masculina-. Ni padre, ni marido.
Moshé cae sobre su rostro y Dios modifica la ley dándole cabida al justo reclamo de estas cinco mujeres.
Y quizás nos quedaríamos acá: con una nueva/vieja escena de mujeres reclamando por sus derechos, con los condimentos de la época, el desierto, Moshé y Dios interviniendo en esta saga.
Y punto y aparte. Una historia más de reivindicación de los derechos de las mujeres en una sociedad machista y patriarcal.
Sin embargo esta mirada me deja gusto a poco. Es más, me deja un sabor amargo. Hablar de la lucha de estas mujeres sólo como reivindicación del colectivo femenino me parece un acto políticamente correcto e ideológicamente incorrecto.
Cuando como sociedad circunscribimos cualquier vulneración de derecho a la lucha de los vulnerados, estamos ante una alerta.
Si a los problemas de las mujeres le corresponde sólo la lucha de las mujeres; Si las desigualdades de cierta etnia deben ser reclamadas sólo a través de la lucha de ese colectivo étnico; Si la Shoá es un tema exclusivamente de los judíos; Y si el genocidio armenio debe reclamar su legitimidad sólo por los armenios….
Estamos ante un problema.
Esta parashá me invita reflexionar acerca de los sistemas de indiferencia que hemos desplegado ante la vulnerabilidad de derechos de otros.
Y las hijas de Tzlofjad ponen de manifiesto que nadie vio más que ellas la injusticia que conllevaba ese sistema de repartición de tierras.
Ellas luchan no sólo por conseguir lo que creen justo, sino contra la indiferencia de un sistema cultural que no repara en cómo hay quienes que quedan afuera.
La indiferencia es aquello que hace que lo humano llegue a ser irrelevante para otro ser humano. Y esto no pasó sólo en el desierto con 5 hijas de un hombre llamado Tzlofjad. Nos pasa a todos, como miembros de esta sociedad.
Quizás el antónimo de justicia no sea exclusivamente injusticia sino indiferencia.
Y Elie Wiessel, tan autorizado para hablar de estos temas decía:
“¿Qué es la indiferencia? Un estado extraño e innatural en el cual, las líneas entre la luz y la oscuridad, el anochecer y el amanecer, el crimen y el castigo, la crueldad y la compasión, el bien y el mal, se funden. …
La indiferencia puede ser tentadora, más que eso, seductora.
Es mucho más fácil alejarse de las víctimas.
Es tan fácil evitar interrupciones tan rudas en nuestro trabajo, nuestros sueños, nuestras esperanzas.
Es, después de todo, torpe, problemático, estar envuelto en los dolores y las desesperanzas de otra persona….
Allá, detrás de las puertas negras de Auschwitz, (…) algunos de nosotros sentíamos que ser abandonados por la humanidad no era lo último.
La Indiferencia, después de todo, es más peligrosa que la ira o el odio. La ira puede ser a veces creativa. (…) Aún el odio a veces puede obtener una respuesta. La Indiferencia no obtiene respuesta. La Indiferencia no es una respuesta.
El político en su celda, los niños hambrientos, los refugiados sin hogar, se sienten abandonados, no por la respuesta a su súplica, no por el alivio de su soledad sino porque no ofrecerles una chispa de esperanza es como exiliarlos de la memoria humana. Y al negarles su humanidad traicionamos nuestra propia humanidad. Indiferencia, entonces, no es sólo un pecado, es un castigo.
Es tan contundente. Es tan claro. Y es tan difícil…”
Para mí ésta es la alerta que denuncian las hijas de Tzlofjad. Más allá de su caso particular. Están diciéndole al pueblo, a Moshé y hasta el mismo Dios que quedar impávidos ante un sistema injusto, es decir, ser indiferentes, pasivos, inconmovibles ante la injusticia es el peor de los pecados y de los castigos.
La indiferencia, en definitiva, nos libera de nuestra responsabilidad social. El sujeto que se coloca en posición indiferente frente a otro es porque el sentimiento de responsabilidad ante la humanidad del otro no lo perturba.
Y si llegamos a eso… qué tristeza…
Cuando el otro no te perturba, no te llama, o te convoca…
Allí donde la responsabilidad por el otro no es aceptada o no se sabe cómo asumirla, se produce un vínculo impersonal árido, se instala lo inhumano en la existencia de lo humano, lo mezquino se convierte en algo natural.
A veces la realidad es dolorosa. Se presenta como inabarcable.
Y sí… nos sentimos mínimos ante las desigualdades y las hostilidades de este tiempo que nos dejan inmóviles pero esa impotencia conlleva un riesgo.
Tenemos el riesgo de estar enfermándonos de apatía. De no tener un por qué, de no querer involucrarnos para no sufrir.
Allí vienen las hijas de Tzlofjad; sorteando toda disposición, cruzándose el campamento a la vista de todos, a riesgo de ser criticadas, para pelear contra la indiferencia de todos, que las dejaba fuera de la justicia.
Shabat Shalom,
Rabina Silvina Chemen.