Parashat Pinjás nos mantiene en el vilo con el que venimos leyendo las parashot anteriores. El protagonista de uno de los actos más violentos como lo fue la ira desatada de Pinjas al castigar con la muerte a un varón de Israel -que estaba teniendo relaciones sexuales con una mujer de Midián- recibe una especie de pacto de paz otorgado por Dios. Moshé vuelve a hacer un censo y reparte las tierras antes de la llegada a Israel, de acuerdo con sus casas paternas. Las hijas de Tselofjad, cinco mujeres solteras y sin padre consiguen gracias a su tenacidad e idoneidad que se les entregue tierras y que la ley se modifique. Dios le indica a Moshé que suba al monte Avarim, para que desde allí contemple la Tierra Prometida, a la que él no ingresará. Moshé lega el liderazgo en manos de Yehoshúa, con una ceremonia en la que lo inviste delante de todos. Un modo nuevo de guiar a este pueblo acaba de nacer. Y al final de la parashá se detallan las ofrendas diarias y las ofrendas que se debían traer en Shabat, Rosh Jodesh (principio del mes), y las festividades de Pesaj, Shavuot, Rosh Hashaná, Yom Kipur, Sucot y Shminí Atzeret.
Como verán estamos antes una “coctelera” de temas, algunos de mayor crudeza que otros, con los que tendremos que enfrentarnos este año para estudiar esta parashá.
El pueblo de Israel no tiene descanso y las escenas se suceden sin pausa. Tomemos en cuenta que si todo esto sucede mientras están en el desierto con la absoluta protección de Dios, qué sucederá cuando en la tierra de Israel Dios se abstenga de esa presencia cotidiana sobre cada necesidad y les permita desarrollarse solos, organizarse autónomamente, conseguir sus alimentos, trabajar la tierra y construir un tejido social en un espacio fijo.
El Netsiv ((Naftalí Tzvi Yehuda Berlín, Lituania s. XIX) en su comentario de la Torá sobre Bemidbar, dice que la transformación es el tema de todo el libro.
Me encanta pensar como este sabio que toda la controversia, las marchas y contramarchas, las desavenencias, los logros y los fracasos de este libro son parte de un proceso de transición.
El Netsiv explica que cuando en Bereshit- Génesis dice que Dios distinguió entre la luz y la oscuridad se refería a aprender a transformar la tiniebla en luminosidad. Las transiciones nos dejan esta sensación que se tiene al caminar en la oscuridad. Probamos diferentes formas de avanzar y vemos cuáles funcionan.
Y ahora, desde esta perspectiva, volvamos a nuestra parashá y sus historias:
Pinjás, por un lado, las cinco hijas de Tselofjad, por otro y, por último, Moshé transfiriendo el liderazgo y el poder a Yehoshúa.
En la parashá de la semana pasada, Pinjás mata a Zimri ben Salu y a Kazbi bat Tzur, la mujer con quien Zimri estaba teniendo relaciones sexuales frente del Mishcán. Pinjás en un ataque de celos se erige en juez y verdugo y comete un asesinato frente a todos que los deja sumidos en una oscuridad atroz. Paralelamente, y aunque nos resistamos a comprenderlo, se nos dice que gracias a este acto una plaga que aquejaba al pueblo se detiene. ¿Qué hacemos con esto? ¿Dónde quedaron los mandamientos, las leyes de un pueblo que debe manejarse con la justicia y la verdad? ¿Cómo es que la violencia desatada obnubiló la vista de quien debía ser, por ser sacerdote, responsable por la pacificación del pueblo?
La Torá no puede quedarse en la sin salida. La respuesta de Dios, confieso, no es la que yo hubiera esperado. Sin embargo, me dispongo a comprenderla.
La respuesta de Dios es la transformación. En lugar de violencia, Dios le da a Pinjás un brit shalom- un pacto de paz, iluminando quizás el legado de su abuelo Aharón de quien se dice que era un hombre amante de la paz y el perseguidor de la paz. Un pacto como recordatorio de que esto no puede volver a suceder (tal como sucedió con Noaj y el arcoíris después del diluvio). Un pacto de paz que le permite a Pinjás y a todos los que están presentes comprender que hay modos de reparar, de crecer, de modificar conductas que nos lleven a lugares de más luz. Por eso Bamidbar es el libro de las transformaciones. Porque nos muestra cómo de las situaciones más complejas podemos salir en busca de la justicia, de la honradez, de la palabra, de la ley y del amor, por qué no.
Lo mismo sucede con las hijas de Tselofjad, que protagonistas de una transición. A ellas no les corresponden tierras. No están bajo la tutela de ningún varón. La ley no las contempla y valientemente se acercan a los líderes a la entrada de la Tienda de Reunión. Diciendo:
“¡Que el nombre de nuestro padre no se pierda en su clan sólo porque no tuvo un hijo! ¡Danos una posición entre los parientes de nuestro padre!” Bemidbar-Números 27:4
Hay que producir una transformación que devenga en un acto más justo. Y ellas no temen en ser las artífices de este gran paso. La ley de Dios es incompleta. Y lo expresan con toda firmeza. Nadie puede quedar fuera de la tierra de Israel sólo porque no pertenece a ningún varón. Les asiste el derecho y lo reclaman.
¿Cuál es la respuesta de Dios? La transformación. Dios reconoce que hay que modificar la ley en el caso de que haya mujeres sin maridos y sin padres para perpetuar el nombre de la familia. Y así lo comunica Moshé. Y de la oscuridad de la desigualdad, pasamos a la claridad de la justicia.
Por último, vayamos al ascenso de Moshé a הר העברים, Har Ha’avarim, que, literalmente significa el monte de la transición: mirar la Tierra, pero no entrar. Y más allá de nuestro afecto con Moshé, es claro que el liderazgo también tiene que pasar por una transformación (tan lejano a lo que nos pasa hoy en día que vemos a ciertos líderes atornillados al puesto que sea, sin permitir ser parte de una transición que lleve a quienes nos guían de la oscuridad en la que estamos a la luz).
El pueblo necesita otro tipo de referencia al momento de cruzar el río Jordán y entrar a la tierra. Por eso el pedido de subir al monte; porque para la transición de un liderazgo a otro se necesita una visión en perspectiva y una altura humana que lo permita.
Por eso, humilde y sabiamente, delante de todos, inviste a Yehoshúa como la nueva autoridad. En esta ceremonia Moshé llama a Dios de una manera muy hermosa:
אלוקי הרוחות לכל בשר – «Dios, fuente del aliento de toda carne» (Bamidbar-Números 27:16). ¿Por qué este modo de llamarlo al Eterno? Rashi lo explica así:
“Él le dijo: -La personalidad de cada persona se te revela, y no hay dos iguales. Designa sobre ellos un líder que tolere a cada persona de acuerdo con su carácter individual.”
Acá también vemos la transición. Hay un pueblo que necesitó un líder carismático que los constituya a todos como una unidad: los hijos de Israel, el pueblo de Israel. Pero ahora se necesita otro tipo de dirigencia; aquella que reconozca y se ocupe de las individualidades y características de cada uno.
Estoy escribiendo esto a horas de comenzar las tres semanas de duelo- bein hametsarim- que marcan momentos de mucha oscuridad en nuestra historia. La ciudad de Jerusalem será arrasada, su población diezmada, el Santuario destruido y el exilio…
Quizás este modo de leer nuestra parashá nos ayude a leer nuestras oscuridades y nos inspire a salir de ellas comprendiendo cómo tenemos que actuar para salir a la luz. La violencia no se combate con violencia. La desigualdad no se palia con más desigualdad. La oscuridad no se combate con sombra.
Acostumbrados a los discursos de la sin salida, cuando nada puede cambiar nunca, volvamos al libro de Bemidbar y reconozcamos que no se avanza si no nos movemos de nuestros espacios de comodidad o de espanto, si no creemos que vale pelear por lo que sea justo, si no encontramos modos de reaccionar ante la violencia que no sea con mayor violencia y que a cada época y a cada circunstancia le corresponde un liderazgo que tenga el mérito de leer la necesidad de cada uno, sin distinción.
Shabat Shalom,
Rabina Silvina Chemen