Estamos terminando el libro de Shmot, y a su vez un largo trecho dedicado a la construcción del Mishkan. Llegamos al final de una saga plagada de detalles de la construcción y sus materiales. Y en esta parashá, el Mishkán es completado y erigido con todos sus componentes.
Mishkán, se traduce comúnmente como Tabernáculo. En hebreo, משכן significa “morada”, el lugar donde se creía que habitaba Dios.
El tema al que nos convoca lo que estamos estudiando esta semana en definitiva es volver a pensar qué significa un lugar sagrado. ¿Qué idea inaugura el concepto de Mishkán en la fe de Israel?
No creo que sea solo un proceso técnico de construcción física de un espacio. Creo que hablamos de una definición de la fe, de la trascendencia, que se traduce en una forma concreta, diseñada en el espacio.
Según Mircea Eliade el famoso historiador de las religiones, “La distinción fundamental entre lo sagrado y lo profano, se refleja en la percepción que se tiene del espacio. Es propio del espacio sagrado, en primer lugar ser un espacio diferenciado. Para el hombre religioso el espacio no es homogéneo.”
¿Se acuerdan del momento en el que Moshé se acerca a contemplar la zarza ardiente que no se consumía? Dios le dice: «Quítate las sandalias de tus pies, porque la tierra que pisas es tierra santa» (Shemot III,5).
Aprender a identificar que no todo espacio es igual, que no da lo mismo cualquier lugar, es el comienzo de la definición de Mishkán. No todo da igual. No puedo apropiarme de los espacios a mi antojo. Hay lugares diferenciados. Hay una tierra común por la que camina el ganado y los pastores, y la vida cotidiana… pero hay otra tierra que no podemos pisar en las mismas condiciones…
La percepción de que no todo el espacio da lo mismo es quizás el comienzo de la percepción de lo divino. Lo sagrado tiene que ver, quizás, con la capacidad de la distinción.
Identificar espacios significativos en donde el ritmo de la vida adquiere otras lecturas y experiencias.
El mismo historiador, estudiando las estructuras sagradas de las religiones llega a la conclusión de que se percibe como sagrado aquel espacio donde se encuentran dos mundos, el mundo de los humanos y el mundo de los dioses. Como la intersección de dos conjuntos en los que en algún punto se encuentran dos realidades: la divina y la mundana.
Déjenme tomar libremente a Mircea Eliade y decir que tengo ganas de entenderlo diciendo que es Mishkán, entonces, aquel lugar donde se permite el encuentro. Nos convoca al encuentro. Nos desafía al encuentro.
Encuentro con nosotros, con aquellos aspectos que hemos silenciado en los espacios profanos donde vivimos cotidianamente. Encuentro entre nosotros y la trascendencia, un diálogo que a veces ignoramos en nuestros tiempos ordinarios. Encuentro verdadero con quien tengo a mi lado. Una experiencia compartida en donde se percibe la santidad del espacio cuando sé que aquí no estoy solo.
Mishkán entonces, es la experiencia de un espacio de diferenciación de lo significativo y lo superfluo. Y también, un lugar de encuentro que nos permite recuperar algo de lo que la alienación cotidiana nos quita salvajemente.
El punto geográfico del Mishkán en el desierto, era un simple referente. La tienda no tenía un valor significativo en sí misma. La percepción de que la divinidad “viajaba” con ellos es lo que transformaba en sagrada cada porción de tierra que pisaban. Y prueba de esto es que a pesar de haber tenido la experiencia más descomunal de fe, como fue la revelación de Dios en el Sinaí, no se estableció el lugar de culto allí a los pies del monte de la revelación.
Sin embargo, al haber abandonado el paradigma de lo nómade y lo móvil y haber optado por el sedentarismo y la fijación, algo del Mishkán tiene riesgo de perderse o desvirtuarse.
Cuando el Mishkán dejó de ser un espacio de culto móvil para transformarse en un santuario fijo, se comenzó a creer que la santidad estaba guardada ahí. Y allí comenzó un riesgo que a mi gusto se mantiene hasta nuestros días: creer que en el Santuario queda guardada bajo siete llaves la experiencia religiosa, la presencia de lo divino. Acá queda. No viene conmigo. No me compromete.
Y aquí me parece que tenemos que volver a pensarnos nosotros en nuestras experiencias que llamamos “religiosas”.
A veces nos miro y creo que hemos perdido la oportunidad de vivir el Mishkán. Cuando participamos de la vida religiosa como meros usuarios de un culto que hacen otros. Cuando no conseguimos hacer ninguna diferencia entre el afuera y el adentro. Cuando nos perdemos de tomarnos un tiempo para anclar en lo significativo, en el encuentro con nosotros mismos.
La sociedad de consumo hizo en muchos casos que la experiencia religiosa sea también un bien para consumir, liderada por otros, en la que uno es un espectador.
Y algo se perdió.
Algo de la dedicación a tiempos y espacios de profundidad y trascendencia. Algo de la responsabilidad colectiva por la construcción de un lugar sagrado. Algo de la alegría del encuentro y el descubrimiento de aspectos de nuestro ser más acallados por la cotidianeidad.
Pareciera que dejamos el desierto, pero a veces siento que estamos más desiertos que nunca. Que la vorágine nos exilió de nosotros mismos. Y que los lugares dedicados a los rituales se vaciaron de contenido.
Jonathan Z. Smith otro gran historiador de las religiones decía: “El ritual es, ante todo, un modo de prestar atención. Es un proceso para marcar interés. El templo sirve como una lente de enfoque, que establece la posibilidad de significación al dirigir la atención, al exigir la percepción de la diferencia.”
Quizás éste sea el mensaje de parashat Pekudei. Que no renunciemos a la percepción de la diferencia. Que no renunciemos a nuestra capacidad de asombro. Que nos sintamos constructores de tiempos y espacios que nos brinden oportunidades de significación de lo sagrado.Que sepamos que lo que vivimos como comunidad lo podemos trasladar como el Mishkán a nuestras casas, a nuestras vidas cotidianas, allí donde el calendario no indique ningún tipo de ritual especial, porque la vida es en sí misma, una oportunidad de vivirla sagradamente.
JAZAK JAZAK VENITJAZEK
Shabat Shalom,
Rabina Silvina Chemen.