Parashat Noaj, la segunda de este ciclo de lectura que comenzamos la semana pasada ya nos deja sin aliento. El diluvio, la destrucción total de la tierra, Noaj borracho al bajar del Arca, la torre de Babel… en fin; una humanidad que camina sus primeros pasos a ciegas y errando fuerte.
Pero este año la parashá nos encuentra en la misma emocionalidad que habrá tenido Noaj cuando asomó su cabeza para ver cómo había quedado todo después del desastre. Porque nosotros también nos estamos asomando a una tierra que fue sorprendida por una pandemia que dejó millones de muertos y una experiencia que nos llevará años poder elaborarla.
Cuarentena… como los cuarenta días que tuvo que esperar Noaj y su familia para ver qué quedaba y cómo se volvía a la vida. Nosotros también nos asomamos tímidamente a ver cómo bajamos de nuestras propias arcas/casas donde intentamos salvarnos.
La continuidad de la historia de Noaj no es agradable. Se baja, planta una viña, se emborracha y cae desvanecido sobre la tierra. ¿Habrá sido insoportable la vuelta? ¿Habrá sido intolerable ser testigo de lo que las aguas del diluvio dejaron a su paso?
La Torá cuenta:
“Y sucedió que en el año seiscientos uno de Noaj, en el mes primero, el día primero del mes, las aguas se secaron sobre la tierra; y quitó Noaj la cubierta del arca, y miró, y he aquí que la faz de la tierra estaba seca”. Bereshit 8:13
La faz de la tierra estaba seca en hebreo se dice: והנה חרבו פני האדמה “vehine jarbú pnei haadamá”. La palabra “jarbú” es la que se usa para decir “destrucción- jurban”, “ruina- jurbá”. Se secó la tierra y a su vez se desoló la tierra…
Volvamos al arca. Quizás desde allí podamos comprender nuestro regreso. A tantos les/nos cuesta salir de ella, porque con todos sus defectos, nos protegía… ¿cómo volver a confiar en lo que el afuera tiene para ofrecer? Y, sobre todo, ¿cómo asegurarme de que no volverá el diluvio?
Esta historia tiene un sentido que viaja a través del tiempo en un arca- en hebreo “teivá”. Palabra polifónica llena de mensajes.
Por un lado, en este relato denota un enorme barco de madera con habitaciones y compartimentos, que se usó para salvar a una familia y a los animales del mundo de la aniquilación en un diluvio.
Sin embargo, este significado fue cambiando mientras la palabra “teivá” iba alojándose en las vidas de las personas. Y llegamos en este viaje a Shmot- el Éxodo, cuando la madre de Moshé lo salva en una pequeña canasta de juncos, también llamada “teivá”, para salvar a su hijo del decreto del Faraón de dar muerte a los varones hebreos.
Con la primera “teivá” nace la humanidad nuevamente. Con la segunda Moshé será el protagonista del nacimiento de un nuevo pueblo.
Pasarán los años y la palabra seguirá encontrando rendijas para seguir diciéndonos sus secretos. En la tradición litúrgica la “teivá” representa el arca sagrada donde se guardan los rollos de la Torá en la sinagoga. Esta tercera “teivá” contiene la palabra divina que nos da herramientas para reparar el mundo en el que vivimos.
Pero sigamos con este viaje de significantes a través del tiempo. Una de las indicaciones del arca es que debe tener una ventana pequeña, en el texto llamada “tzohar”: צהר תעשה לתבה, “tzohar le harás a la teivá” (Bereshit 6:16).
Nuestros sabios se debaten acerca del significado de este vocablo. Rashi dirá lo siguiente: “Algunos dicen que esto era una ventana; otros dicen que fue una piedra preciosa que les dio luz”. (Bereshit Rabá 31:11).
Pero otros intérpretes, como el Baal Shem Tov y otros maestros jasídicos, no entendieron que el “tzohar” habla de una fuente de luz, ya sea una ventana que daba luz natural o una piedra que reflejaba cierta luz dentro de la embarcación, sino que lo relaciones con el concepto de “kavaná”- de intencionalidad que tienen nuestras palabras cuando rezamos y en todos nuestros actos de habla. ¿Y cómo infieren esto? Porque la palabra “teivá” también significa palabra. Entonces uno puede explicar en sentido figurado que este “tzohar” que debía hacerse en la “teivá” simboliza que cada palabra que una persona deja salir de su boca debe iluminarse como una piedra preciosa, y debe hacer que sus palabras sean preciosas como perlas.
Uno de los fundadores del movimiento jasídico e Rabino Elimelej Weisblum de Lizhensk (Polonia s.XVIII) explica al respecto que cada uno de nosotros es una “teivá” como una caja cerrada, con un “tzohar” mirando al mundo y hablando al mundo. Cada palabra que decimos así tiene la capacidad de ser un ojo de buey que salva y alumbra la vida. Por el contrario, cada palabra mal utilizada tiene la capacidad de causar daño y violencia que amenazan la vida.
Entonces volvamos al comienzo.
Estuvimos dentro de una “teivá” para salvarnos; como Noaj y su familia, como Moshé en su canasta. Nos conectamos con el mundo exterior a través de una ventana- un espacio en el que el afuera se podía ver desde lejos. Nadie vuelve igual a como cuando comenzó todo esto. Tuvimos tiempo de replantearnos, de pensar, de conectar y desconectar. Hoy tenemos que salir. Y esa “teivá” que nos protegió debe transformarse en otra cosa; como las palabras que viajan por el tiempo y se acomodan. Hoy lo que nos dejó encerrados con una pequeña rendija tiene que alojar lo más sagrado, aquello que no vamos a volver a descuidar, lo que no vamos a volver a ignorar ni a desoír. Hoy la “teivá” deberá ser la que nos salve de las palabras que nos rodearon de muerte y enfermedad durante tanto tiempo, y con su “tzohar”, con esa perla preciosa, mostrarnos que el mundo nuevo se construirá si no volvemos al odio, a la venganza, a la contienda y usamos las palabras para acariciar, consensuar, limar, y amar.
Nos salvó una “teivá”, hoy podemos salvarnos con la otra.
Noaj salió, plantó una viña, tomó de su vino y decidió beber hasta perder la conciencia y dejar de conectarse con lo que estaba viendo.
Ojalá nosotros podamos volver a plantar viñas, y celebrar la vida con gusto y alegría.
Shabat Shalom,
Rabina Silvina Chemen