PARASHAT NASÓ: rituales de vergüenza

Parashat Nasó trae un tema que he intentado obviar en mis comentarios quizás por la crudeza de su formulación.

Sin embargo, cada año vuelvo a leerlo con la firme decisión de no esquivar los pasajes que menos orgullo me dan en del texto bíblico. Con otros formatos y otras vestimentas, el mensaje de lo que voy a compartir con Uds. sigue grabado a fuego en la matriz cultural de muchos integrantes de nuestras sociedades.

Estoy hablando de la legislación sobre la “ishá sotá”- la mujer descarriada, que en la Torá lo titulan como “torat hakenaot”- la ley de los celos.

No voy a reproducir este largo texto que despliega el ritual a realizar sobre una mujer sospechada de haber cometido adulterio cuyo marido está preso de celos y los transforma en un evento de escarnio público. (Para el que quiera enfrentarse al lenguaje bíblico les dejo la cita: Bemidbar-Números 5: 11-31)

En este ritual participa un sacerdote para confirmar si el acto ocurrió o no. Luego de tomar una pócima determinada, si se comprueba su infidelidad su cuerpo se deforma a la vista de todos y queda estéril.

Y pareciera ser que desde tiempos remotos toda agresión hacia una mujer tenía un justificativo en el “espíritu de celos” que permitía cualquier afrenta. Es tan irritante que necesito anticiparme a quien lo lea de la fuente y contarles que existía una “ofrenda de cereal de los celos”, que el sacerdote ofrendaba en aquella situación. Luego le hacían desatar el cabello a la mujer, la hacían jurar que no tuvo relaciones sexuales con ningún otro hombre que su marido, se escribía el juramento en un rollo, se lo borraba con agua mezclada con polvo del Tabernáculo, y finalmente obligaban a la mujer a beber de esa mezcla que la Torá la llama “las aguas amargas que causan maldición”.

Si ella es culpable su cuerpo se lo hará saber y si es inocente, el agua no le hará ningún daño e incluso hará que se vuelva fértil.

Para aliviar en cierto modo la tensión de lo que estoy escribiendo debo decir que no existen relatos de tiempos bíblicos sobre la realización de este ritual (más allá de lo que acá se describe). En textos posteriores como la Mishná  (Yoma 3:10; Eduiot 5:6) es mencionado un ritual cuya modo de realización es bastante vago.

De hecho, la Mishná traerá a Rabí Yojanan ben Zakai decretando la anulación de este ritual (Mishna Sota 9). Es decir, asistimos a la revocación de una legalidad bíblica en manos de los maestros que comprenden la aberración de seguir sosteniendo este oprobio.

Jacob Milgrom, (destacado erudito bíblico judío estadounidense 1923-2010), sostiene que para este caso, la ley bíblica adoptó una institución pagana extranjera para salvar a las mujeres del linchamiento público, que era el destino probable de una mujer con reputación de adúltera.

Y si bien pareciera que estamos hablando de categorías ya superadas, evidentemente no ha sido así. Muchas culturas antiguas y no tanto – como los juicios a las brujas de Salem en el siglo XVII-, utilizaron medios aparentemente sobrenaturales para determinar la culpabilidad o inocencia de alguien acusado de un delito.  Establecer la inocencia a menudo significaba simplemente sobrevivir a una experiencia tortuosa, pero otras veces significaba no sobrevivir, en cuyo caso el veredicto solo brindaba consuelo a los sobrevivientes del acusado.

Más allá de la repulsión de lo que estamos leyendo y por supuesto abrazando todas las causas de las mujeres que hasta el día de hoy siguen siendo sentenciadas por cortes de varones; sea el marido, el padre, su abusador, el policía o el sacerdote de turno; consciente de la herencia de ese lugar social que las mujeres debieron ocupar durante tanto tiempo en el que se legislaba protegiendo los celos del varón y mancillando la credibilidad de la mujer y consciente también de las conquistas realizadas en pos de una igualdad social y jurídica de géneros y de otras tantas diversidades; hoy quisiera ampliar mi reflexión hacia otros universos humanos.

Porque de lo que estamos hablando es de cómo hemos naturalizado las consecuencias de los estigmas heredados. Casi imperceptiblemente clasificamos a las personas en función de ciertas definiciones a priori que las hacen “culpables o inocentes”, más allá de sus actos. Porque lo que importa no es la persona en cuestión sino la mirada del otro que lo marca a fuego y lo condena a someterse a las cortes de la vergüenza.

La palabra estigma es una palabra de origen griego que refiere a un tipo de marca como un corte o una quemadura en la piel que se realizaba para identificar criminales, esclavos o traidores, que, por supuesto, eran rechazados por la sociedad.

En nuestro lenguaje moderno se entiende que el estigma es un atributo del sujeto que lo desacredita y le quita valor. Personas o grupos de personas estigmatizadas son consideradas ajenas a lo autodefinido como verdadero. Del estigma al estereotipo, de allí al prejuicio que deviene en actos de discriminación.

Y ya no hablamos del tiempo bíblico. Aceptamos en nuestras realidades vivir en sociedades que crean cajones estancos donde se inserta a los individuos. Algunos gozan de mejor reputación que otros. Lo importante es la clasificación antes de conocerlos, porque así podremos fundamentar cualquier humillación o injusticia.

Ishá sotá– la mujer descarriada; es, desde mi lectura, un símbolo que condensa a todos los señalados como descarriados por los que se creen en el camino verdadero. Allí entran quienes por un motivo u otro son víctimas de la persecución, de la indiferencia y la marginalidad. Son los que beben aguas amargas de un escarnio que no provocaron pero al que están condenados por una condición que los define, hagan lo que hagan.

Termino este comentario creyendo que nunca más debemos obviar la mención de temas que avergüenzan y espantan. Nos permiten tomar conciencia de nuestras herencias ocultas y nuestras prácticas naturalizadas. Nos hacen por un instante ponernos en la piel del que está siendo vituperado en el centro de la escena pública porque a alguien se le ocurre. Nos invita a pensar en una sociedad plural y compleja con un sistema punitorio sobre las acciones y no sobre las identidades.

Un sabio alguna vez abolió este ritual.

Nos queda hoy a nosotros resistir contra los que intentan mantenerlo en pie.

Shabat Shalom,

Rabina Silvina Chemen