«Siempre que la nube se alzaba por encima de la Morada, los israelitas levantaban el campamento; y en el lugar donde se detenía la nube, allí acampaban. A una señal del Señor, levantaban el campamento; a otra señal del Señor, acampaban, y permanecían acampados mientras la nube se quedaba detenida sobre la Morada. Cuando la nube se detenía sobre la Morada varios días, los israelitas acataban la orden del Señor y no levantaban el campamento. Cuando la nube estaba sobre la Morada unos pocos días, permanecían acampados de acuerdo con la señal del Señor; y a una nueva señal del Señor, levantaban el campamento. Cuando la nube sólo se detenía desde el atardecer hasta la mañana, levantaban el campamento por la mañana, tan pronto como se alzaba la nube. De día o de noche, siempre que se alzaba la nube, levantaban el campamento. Siempre que la nube estaba sobre la Morada -ya fueran dos días, un mes o un año- los israelitas permanecían acampados y no levantaban el campamento. Pero a una señal del Señor, partían. Así acataban la orden del Señor, conforme a las instrucciones que él les había dado por medio de Moshé.» Bemidbar – Números 9: 17-23
Esta bella descripción de la presencia de Dios en el campamento y durante la travesía en el desierto refleja la absoluta protección que el pueblo de Israel gozaba en esta transición de la esclavitud a su independencia. Ni siquiera debían pensar cuándo desarmar las tiendas. La nube se elevaba y ése era el mensaje. Nube que los protegía del sol abrasador y les garantizaba un buen destino.
Pero, ¿qué proyecto de pueblo libre se puede gestar cuando los protagonistas no toman decisiones, no evalúan consecuencias, no se movilizan ante la incertidumbre? ¿Cómo habrían de vivir luego sin esa nube que todo lo indicaba, sin milagros ni comida que cayera del cielo?
Nada hubiera ocurrido si esa nube, que en definitiva fue una metáfora a descifrar en su voluntad silenciosa, no hubiese sido acompañada por gestos concretos que liderasen la travesía.
Y todos ellos aparecen en nuestra parashá.
“El Señor dijo a Moshé: Manda hacer dos trompetas de plata, forjadas a martillo. Ellas te servirán para convocar a la comunidad y para movilizar las divisiones.» Bemidbar – Números 10:1-2
Por un lado, los kohaním tenían la responsabilidad de tocar las trompetas para convocar a la comunidad y guiarlos en sus movilizaciones.
Y no sólo los sacerdotes con sus trompetas sino también el Arca de la Alianza indicaba el camino y buscaba lugares donde poder acampar. Así está escrito:
«… Durante todo ese tiempo, el Arca de la Alianza del Señor avanzó al frente de ellos, para buscarles un lugar donde hacer un alto.» Bemidbar – Números 10:33
Y además aparece Moshé pidiéndole a su suegro que sea una guía en el camino para su pueblo- en el momento en el que el padre de su esposa decide abandonarlos y volver a su tierra.
Moshé se lo pide de este modo: «Por favor, no nos abandones, le insistió Moisés; tú sabes muy bien en qué lugar del desierto podemos acampar, y por eso nos servirás de guía.» Bemidbar – Números 10:31
Esto me despierta algunas lecturas posibles.
Por un lado cierta mirada crítica sobre los que basan su fe en una actitud sólo receptiva de la voluntad divina. Los que se encomiendan a los designios del poder supremo, cualquiera sea su nombre. Y viven llevados por las narices de las nubes de turno, sin hacerse cargo de los movimientos de sus caminatas.
Definir la fe como una entrega despersonalizada en pos del deseo de la deidad que erigiste como tu divinidad, es un acto por lo menos peligroso.
Definir el cumplimiento de un mandato religioso desde la mera obediencia, acallando nuestras preguntas y desoyendo nuestras percepciones, es aún más peligroso.
Hacerse camino, transitar los diferentes desafíos de la existencia, avanzar hacia un objetivo anhelado, crecer y afrontar cada vicisitud que se presenta requiere de algo más que una nube que mágicamente aparece para indicarte cuándo debes moverte y cuándo no.
El pueblo de Israel se movía cuando la nube se elevaba, cuando los sacerdotes convocaban, cuando los que portaban el Arca indicaban cuál sería el próximo destino. Avanzaban entre conversaciones y desacuerdos, escuchando voces, a veces acertadas y otras confundidas que discutían los siguientes pasos.
Hacerse cargo de la caminata es madurar en la fe, sabiendo de la protección que nos brinda esa nube que acompaña nuestro andar. No camina por nosotros. La fe nos fortalece la sensación de jamás estar solos. Nos sostiene en momentos de perplejidad. Nos amplía la mirada. Pero no mira por nosotros, no piensa por nosotros, no actúa por nosotros.
Y si bien las lecturas del libro de Bemidbar nos dejan un sabor amargo por la cantidad de fracasos, rebeliones, motines y contramarchas que tuvieron los 40 años en ese desierto, al final nos damos cuenta que no podría haber sido de otra manera. Que los tránsitos son sinuosos, complejos y cambiantes. Y que la presencia divina, lejos de inmovilizarnos, acompañó todas nuestras vacilaciones.
El midrash (Sifrei Bemidbar 82) encuentra una contradicción en el versículo que relata que el Arca iba delante del pueblo para encontrarles un lugar para acampar (Bemidbar 10:33), porque unos capítulos más adelanta (Bemidbar 14:44) está escrito que «el Arca de la Alianza del Señor ni Moshé se movieron del campamento.»
Y lo resuelve de una manera interesante: «Y el arca del pacto del Eterno los precedía». Este arca que los precedía contenía las tablas rotas, pero el arca que contenía las tablas (enteras) no se movió en medio de los campamentos, como está escrito (Bemidbar 14:44) «»el Arca de la Alianza del Señor ni Moshé se movieron del campamento.»
Lo que nos hace avanzar son las roturas, los fallidos, los cuestionamientos; aquellos intersticios en los que nos vemos compelidos a indagar y ponernos en marcha. Nuestras rutas son también nuestros lugares de residencia. De hecho la palabra מסע “masá” en el texto bíblico se traduce tanto como “lugar donde acamparon” como “viaje”. Porque quizás el viaje sea parte de nuestros asentamientos…
Pero no quiero irme de este comentario sin compartir con Uds. otra lectura que me despertó este análisis.
Dejando la espiritualidad, los mandatos religiosos o las diferentes concepciones de fe de lado, la nube también representa una característica de este tiempo en el que estamos viviendo y me refiero al paradigma de la comodidad, que nada tiene que ver con el disfrute de todo lo que el genio humano supo crear para hacernos la vida más fácil. Pero tanta facilidad está trayendo consecuencias sobre las que deberíamos reflexionar.
“El culto actual a la practicidad – escribió Tim Wu en un artículo llamado La Tiranía de la Practicidad – no reconoce que la dificultad sea una característica que conforma la experiencia humana. La practicidad es puro destino sin viaje. Pero escalar una montaña es distinto de subir en el carrito hasta la cima, aunque llegues al mismo lugar. Nos estamos convirtiendo en personas a quienes les importan solo, o principalmente, los resultados. Estamos en riesgo de experimentar gran parte de nuestra vida desde los carritos transportadores”.
Y sin darnos cuenta elegimos hacerle caso a las nubes -que pusimos en el lugar de lo absoluto- y nos movemos al ritmo que ellas nos indican. Hemos vendido lo más preciado por cierta garantía de comodidad y certeza. Nos hemos entregado a discursos absolutos y excluyentes que a veces nos llevan de las narices como actores de relleno en una obra que no es la nuestra.
Parashat Behaalotejá nos convoca a la osadía de trazar la marcha hacia la promesa respetando nuestros quiebres, aceptando nuestros miedos, reconociendo nuestras dudas, haciendo valer nuestras opiniones sostenidos por la fe en un Dios que se posa sobre nosotros cuando decidimos sobre nuestro destino.
Shabat Shalom
Rabina Silvina Chemen.