“No andarás divulgando chismes entre tu pueblo. No te pares sobre la sangre de tu prójimo. Yo soy el Señor. No odies a tu hermano en tu corazón; ciertamente reprenderás a tu prójimo, y no llevarás pecado por causa de él. No te vengarás ni guardarás rencor a los de tu pueblo, sino que amarás a tu prójimo como a ti mismo: Yo soy el Señor.” Vaikrá – Levítico 19:16-18.
Así es. Esto está escrito en la Torá.
Quién hubiera imaginado semejante síntesis de sabiduría que el mundo decidió desoír y deshonrar.
En general, en mis comentarios traigo primero la explicación de los sabios de la tradición y luego emito mi humilde opinión. Hoy no puedo. Necesito desagregar estos tres versículos para darle la relevancia que una lectura rápida le quita.
“No andarás divulgando chismes”; las mayores tragedias de la humanidad comienzan con estereotipias que fundamentan acciones en contra de ciertos grupos de personas. Todo perpetrador o conquistador tiene una base argumental que tiene que ver con la manipulación falsa de la información. Los chismes, de los que habla la Torá, son hoy descripciones tendenciosas, tergiversaciones y prejuicios que, como una bola de nieve, se expanden acríticamente y se transforman en jueces letales de realidades inventadas por quienes hicieron rodar sus malintencionadas palabras.
“No te pares sobre la sangre de tu prójimo”. Brutal imagen que inunda nuestras memorias después del 7 de octubre. No sólo la masacre sino la saña con la que se divirtieron y profanaron los cuerpos ya sin vida. Los que para mostrar poder usan de trofeo un cuerpo muerto no han vencido; han perdido cualquier resquicio de humanidad que pueda rescatarlos del infierno en el que eligen vivir sus vidas.
“Yo soy el Señor”; grita el texto pidiendo un poco de cordura. Si es que dices que crees en mí, ni mentiras, ni argucias, ni asesinato, ni ponzoña. No en mi nombre.
“No odies a tu hermano en tu corazón”. Estar atentos a los procesos que siembran el odio, a veces gota a gota, historia tras historia, con verdades falsas que corroen la cabeza y habilitan una emoción que luego es difícil mover del lugar de la certeza. El odio es una posición sin salida. La única que acepta es la anulación de eso que me provoca ese sentimiento. En su poesía “El odio”, la autora polaca Wislawa Symborska escribía:
“No es como otros sentimientos.
Es al mismo tiempo más viejo y más joven.
Él mismo crea las causas
que lo despiertan a la vida.”
“Ciertamente reprenderás a tu prójimo, y no llevarás pecado por causa de él” El texto bíblico ya reconoce que habrá diferencias, disensos, confrontaciones. No habla de un mundo ideal. Incorpora la necesidad de llegar a acuerdos. A emitir los propios puntos de vista. A alertar cuando el camino elegio nos lleva a un abismo. No hacerlo es cargar con una responsabilidad. Quedarse callado es también ser responsable de las atrocidades que se cometen a la luz del día y a la vista de todos.
“No te vengarás ni guardarás rencor a los de tu pueblo, sino que amarás a tu prójimo como a ti mismo.” No es ni la venganza ni el rencor que hacen justicia con tu dolor. No es la revancha la que sana. No se va a ningún lado bueno si se elige el camino de hacer que el otro pague el doble de lo que estoy pagando. Ningún conflicto se resuelve si el camino elegido es redoblar la apuesta. Y ¿cuál es el la propuesta entonces? Amarse a uno mismo. Tanto que no puedas alojar odio ni deseos de aniquilar a nadie porque podrás ver en el otro, tu prójimo. Otro que como vos mismo merece una oportunidad en la tierra. Amor como antídoto a la venganza, al rencor al odio, a la falsedad, a la mala intención, a la manipulación. Un amor que no es romántico, sino responsabilidad social. Un amor que es expresión de lo humano, del potencial más constructivo de lo humano en esta tierra.
“Yo soy el Señor”; vuelve a gritar el texto. No es la venganza en mi nombre. No pongas mi nombre en tu boca con un arma en la mano, con una antorcha que incendia, con el demonio de las ganas de violar… no me nombres. Yo soy el Señor cuando elegís la capacidad de sobreponerte a la tentación de destruir a mansalva y elegís descubrir cómo dialogar, cómo recuperar la dignidad, como volver a mirar a quien te hicieron creer que era el origen de todos tus males, como a un prójimo. En ese acto habrás decidido amarte a vos mismo y cuando el ser se llena de amor, es más difícil que la sinrazón te haga perder la cabeza. “Yo soy el Señor”, grita esta Dios mancillado por el fanatismo que lo mata una y otra vez cada vez que una vida humana es amenazada y diezmada en su nombre.
El rabino y cabalista de Tzfat Itzjak Luria indicó que antes de entrar a la sinagoga a rezar la plegaria matutina cada uno debe poner en su corazón el precepto divino de amar al prójimo diciendo:
“Asumo sobre mí cumplir con la mitzvá «ama a tu prójimo como a ti mismo».
¿Cómo se empieza el día cargando el peso del odio, la sed de venganza, los deseos de destruir y la planificación para el mal? ¿Cómo se reza con todo eso a cuestas? ¿Cómo se besa a los hijos con esa carga? ¿Cómo se vive la ternura o la misericordia? ¡Cuánto se pierde, cuántos pierden! Todos pierden.
Como aquella historia citada en el midrash Vaikrá Raba (Vaikrá 4:6).
“Un grupo de personas viajaba en una embarcación. Uno de ellos tomó un taladro y comenzó a perforar un agujero debajo de él.
Sus compañeros le dijeron: «¿Por qué haces esto?» El hombre respondió: «¿Qué te importa a ti? ¿No estoy perforando debajo de mi propio lugar?»
Le dijeron: «¡Pero tú nos inundarás la barca a todos!»
Hemos llegado a un punto en el que no conseguimos entender que nos estamos hundiendo todos. En la ceguera, en la sordera, en la petrificación de la razón, en la insensibilidad, la indiferencia y la naturalización del horror.
Se hunde el barco de la humanidad. La barca es de todos.
Qué errados están aquellos que creen que el agua no tocará sus pies en este barco lleno de agujeros.
Y con los pies mojados por la sangre, los gritos de odio, las noticias sesgadas y los prejuicios intactos creen salvarse cuando lo que están haciendo es ahogar la posibilidad de educar en la esperanza, el entendimiento, la pluralidad y el derecho de cada uno de ser y estar en esta tierra. No hay conflicto, contienda, ni crisis que se resuelva incitando a la masacre, la violencia y el exterminio.
No odiar no es un bello postulado bíblico. Es una severa advertencia que desde allí se gesta la peor versión de lo humano.
Esta semana le escribí a un querido rabino, líder mundial en el diálogo interreligioso acerca de cómo seguimos en este camino a la luz del desastre que estamos viviendo y del cual pareciera tan difícil salir al menos en el corto plazo. Y me contestó con su habitual sabiduría:
“Hacemos lo que hacemos seguramente porque es correcto, bueno (goodly) y piadoso (Godly). Si a veces nuestros esfuerzos no parecen haber cambiado actitudes hostiles que pueden haber empeorado aún más, con mayor razón debemos trabajar todavía más para humanizarnos unos a otros y redoblar nuestros esfuerzos. Debemos brindar apoyo a todos los que viven con miedo y frustración, pero no debemos permitir que nadie, judío o no, ponga límites a nuestra compasión humana.”
Y acá termino.
Con el mandato de seguir recordándonos lo importante de humanizarnos unos a otros, fortaleciendo el convencimiento que es por el amor y no por el odio que saldremos de esto, y firme en que nadie extirpará la compasión que necesitamos tener los unos por los otros para que este barco siga navegando y llegue a buen puerto.
“Asumo sobre mí cumplir con la mitzvá «ama a tu prójimo como a ti mismo», cada segundo de mi vida.
Rabina Silvina Chemen