PARASHAT ITRÓ. La antesala al diálogo interreligioso

No tenemos derecho a entrar en el análisis del momento más sublime de nuestra historia como pueblo- las aseret hadibrot, el decálogo- si no nos tomamos unos instantes en entender su preámbulo: el lugar del suegro de Moshé, Itró, en este relato.

Y no es un error de los que dividieron la Torá en parashot. Lamentablemente o no, no dejaron explicitado el motivo de los cortes de la Torá en 54 porciones semanales, pero ésta es llamativa y sumamente significativa.

Parashat Itró, la que contiene el texto más importante, lleva el nombre de un sacerdote extranjero de Midián, Itró, kohen Midián, el suegro de Moshé con quien mantiene un diálogo que enmarca y anticipa la futura revelación de Dios con su palabra en el Monte Sinai.

La revelación no sucede para garantizar ninguna superioridad. Propone un lenguaje, un mapa de acción que regula la vida individual y colectiva. Una legalidad que organiza terrenal y espiritualmente a un pueblo en búsqueda de su propia particularidad.

Y ya desde el comienzo, esta parashá advertirá- sin decirlo- que esa particularidad no niega, ni invalida otras, cuyas presencias pueden ser muy importantes en ciertos momentos de la vida.

Itró, entonces, se acerca a Moshé para aconsejarlo y de hecho lo salva de la desesperación y el desastre.

Itró es el ajeno, el otro, que, con su mirada, también desde afuera nos ayuda a ubicarnos en la escena de la revelación haciéndonos entender que ésta no lo abarca todo.

El diálogo entre Itró y Moshe nos enseña esta lección exacta.

Oyó Itró sacerdote de Midián, suegro de Moshé, todas las cosas que Dios había hecho con Moshé, y con Israel su pueblo, y cómo Adonai había sacado a Israel de Egipto. Y tomó Itró suegro de Moshé a Tzipora la mujer de Moshé, después que él la envió, y a sus dos hijos; el uno se llamaba Gershón, porque dijo: Forastero he sido en tierra ajena; y el otro se llamaba Eliezer, porque dijo: El Dios de mi padre me ayudó, y me libró de la espada de Faraón. E Itró el suegro de Moshé, con los hijos y la mujer de éste, vino a Moshé en el desierto, donde estaba acampado junto al monte de Dios; y dijo a Moshé: Yo tu suegro Itró vengo a ti, con tu mujer, y sus dos hijos con ella. Y Moshé salió a recibir a su suegro, y se inclinó, y lo besó; y se preguntaron el uno al otro cómo estaban, y vinieron a la tienda.

Y Moshé contó a su suegro todas las cosas que Adonai había hecho a Faraón y a los egipcios por amor de Israel, y todo el trabajo que habían pasado en el camino, y cómo los había librado Adonai. Y se alegró Itró de todo el bien que Adonai había hecho a Israel, al haberlo librado de mano de los egipcios. E Itró dijo: Bendito sea Adonai, que os libró de mano de los egipcios, y de la mano de Faraón, y que libró al pueblo de la mano de los egipcios.” Shemot 18:1-10

Como ven, él texto deja entrever el respeto, el afecto de Moshé a su suegro y viceversa; la confianza para contarle de los portentos de un Dios que Itró no comparte. La alegría del suegro de Moshé al ver la emoción de su yerno. Ninguno fuerza al otro. Hay espacio para los dos en el respeto y amor verdadero.

Un respeto y un amor que no requieren que uno se anule en el otro. Si nos adelantamos a cuando Moshé vuelve a contar la historia en el libro de Bemidbar (donde se lo nombre a Itró como Jobab hijo de Reuel) va a decir lo siguiente:

Y Moshé dijo a Jobab, hijo de Reuel el midianita, suegro de Moshé: «Estamos viajando al lugar del cual Adonai dijo: Te lo daré; ven con nosotros y te haremos el bien; porque Adonai ha prometido el bien a Israel.  Y él le dijo: No iré; sino que me iré a mi tierra y a mi parentela.”  Bamidbar 10: 29-30

Y ésta es para mí una gran lección para todos los que siguen cuestionando la valía del diálogo interreligioso, intercultural, inter-humano. El respeto y admiración de Itró por los israelitas y su Dios no lo llevaron a renunciar a su posición y antecedentes únicos; por el contrario, él viene, comparte sabiduría y respeto mutuo y se va para regresar a su propio lugar y patria.

En ese encuentro es que la revelación se hace propicia y verdadera. Cuando lo que recibimos como palabra de verdad nos engrandece sin empequeñecer al otro; con quien podemos compartir nuestra subjetividad y nuestras visiones.

Y en ese intercambio en el que nos dejamos permear por la sensibilidad del otro, cada uno vuelve a su casa renovado, enriquecido y fundamentalmente en paz.

Por eso decía que este comienzo de parashá es un preámbulo a nuestro texto particular más profundo. La revelación tiene otro aspecto que no es el fuego y la iluminación del Monte Sinai. La revelación viene a expresarnos no la ley objetiva intransigente y excluyente, sino también la particularidad única del otro, de cada uno de todos esos otros que nos rodean.

Hasta hace poco, el diálogo interreligioso se había centrado en encontrar las similitudes entre las religiones, en un intento de no evocar el conflicto sino el campo de la paz. Ya estamos preparados para un cambio: vayamos a ese lugar en el que no somos iguales; intentemos profundizar en el alma del otro, comprender sus fundamentos, aprender sus fuentes, sin juzgar desde nuestros propios criterios y hagamos lo mismo con lo nuestro para poder explicar y ofrecer a quienes se acerquen a nosotros. Allí, en la verdadera distinción, en nuestra propia interpretación de los textos, se produce en verdadero encuentro.

Si hay algo que nos enseña la parashá de los Diez Mandamientos es hacer una opción por la defensa de la dignidad de cada ser humano de vivir como cada uno elija, disfrutando de nuestra propia visión, siendo fieles a nuestro legado y abriendo los brazos a la existencia de otros legados que muchas veces nos enriquecen la mirada.

Shabat Shalom,

Rabina Silvina Chemen