PARASHAT HAAZINU: De poesías e intensidades

Se está cerrando el rollo de la Torá.

Se cumplimenta nuevamente, el precepto de leer toda la Torá en el transcurso de un año.

Y se renueva la cosquilla de comenzar nuevamente, un camino ya conocido y a la vez, absolutamente inédito.

Haazinu.

Un poema.

Un grito poderoso que sale del corazón.

Un hombre que necesita que su pueblo se inscriba en una historia.

Y cuando la historia se canta, cala hondo, allí donde los razonamientos no se reconocen.

Haazinu.

Un poema que cuenta una historia desde la perspectiva del trovador. Moshé nos regala la posibilidad de cantar nuestro relato y allí aparecer, en un texto que no es pasado sino eco de aquello que pasó en el tamiz de nuestra voz.

El pueblo de Israel está por experimentar un cambio drástico.

Dejar la inhospitalidad del desierto y a su vez, la comodidad de una vida totalmente cubierta y pasar a ser responsables de una tierra que deberá alojarlos, darles de comer y transformarlos en herederos de una promesa.

Poesía que se permite metáforas que la prosa coarta. Y una imagen bella para describir las palabras de Dios:

Goteará como la lluvia mi enseñanza;
Destilará como el rocío mi razonamiento;

Como la llovizna sobre la grama,
Y como las gotas sobre la hierba
» (Devarim 32: 2)

El conocido comentarista medieval Rashi enseña que estas expresiones son una descripción poética de la Torá como fuente de vida. Así como la hierba necesita la lluvia y el rocío también necesitamos las palabras de la Torá. Las palabras de Dios nos nutren y sostienen.

Y este Sukot que vamos a vivir también nos conecta con estas emociones de estar dependientes de lluvias y rocíos Dejaremos el abrigo de nuestros hogares y saldremos a la naturaleza, a depender de ella. Y tendremos que buscar qué más nos sostiene. Que otras fuentes de cobijo tenemos más allá de los materiales que nos aíslan del frío y la lluvia pero que también nos tapan el sol de la mañana y el brillo de las estrellas.

Este poema Moshé intenta decirnos acerca de la belleza del mensaje que tiene la tradición de nuestro pueblo. No es sólo doctrinas religiosas y legales, tampoco es una propuesta metafísica desconectada de las vicisitudes de la realidad.

Al invocar el cielo y la tierra para escucharlo, Moshé los está ingresando no sólo a la tierra, sino también a un universo de sentidos que el desierto no les había dado. Hay que conectarse con la tierra, con los ciclos de la naturaleza, con las disposiciones del calendario, con la construcción de refugios, con la administración de justicia. Al mismo momento en el que hay que conectarse con la trascendencia de nuestras vidas, con el misterio, con las dudas, con nuestra fe, que nos hace fuertes para transitar cada instante.

Moisés llama a los cielos y la tierra, pero es el pueblo el que tiene que ver que cuando llamamos a uno, somos convocados a dar cuenta del otro.

No hay experiencia religiosa que no tenga su correlato en la vida cotidiana, que no tenga su eco en nuestras decisiones. No hay ritual sincero si no moldea nuestras acciones en la tierra, aun cuando nadie nos ve.

Y viceversa. De qué sirven nuestros logros materiales si no cultivamos el asombro, la emoción por lo indefinible, el compromiso ético y el sentido profundo de nuestras construcciones.

Moshé a través de esta bella canción, vuelve al pueblo de Israel a los elementos fundamentales de la Creación, a los primeros días cuando el cielo y la tierra se distinguen por primera vez, incluso antes de que la humanidad fuera creada.

En esta penúltima parte del Libro de Devarim, Moshé le pide a su comunidad: Haazinu, «Escucha«. Él los invita a escuchar sus palabras por última vez antes de que partan a la Tierra de la Promesa sin él.

¿Pero por qué usar cuatro descripciones diferentes de lluvia para describir cómo quiere que se escuchen sus palabras de partida? Leemos en Deuteronomio 32: 2:

Goteará como la lluvia mi enseñanza;
Destilará como el rocío mi razonamiento;

Como la llovizna sobre la grama,
Y como las gotas sobre la hierba
«(Devarim 32: 2)

Rashi va a explicar que los diferentes tipos de lluvia tienen que ver con el símbolo de la Torá: así como el agua es vida para el mundo, la Torá es vida para los israelitas (Rashi en Devarim 32.2).

Pero a mí me parece que acá hay algo más: Moshé habla de la lluvia, el rocío, las llovizna y las gotas; modos diferentes, con diferentes intensidades, todas necesarias para alimentar la tierra.  Así nos prepara para entrar a la Tierra y para entrar a este nuevo año y pensar nuestras propias promesas. Hay momentos de lluvia- imprescindibles, pero también en exceso provocan estragos. Hay momentos de pequeños goteos que a veces no toleramos pero que moldean nuestra capacidad de espera, nuestra valoración por el tiempo y los procesos. Hay momentos de llovizna, cuando lo imperceptible también se hace presente y nos envuelve y hay momentos de rocío, eso que llegó cuando dormíamos, cuando no estábamos atentos y embellece nuestros amaneceres.

Estamos entrando en la festividad de Sukot, que nos reconecta con la maravilla de la naturaleza. Y allí se pondrá a prueba todo lo que rezamos y nos propusimos en los Iamim Noraim.

¿Seremos capaces de tener presentes a los cielos y a la tierra en nuestras decisiones este año?

¿Tendremos la capacidad de cantar nuestras verdades?

¿Le agregaremos poesía a nuestras rutinas?

¿Sabremos apreciar lo necesario de las diferentes intensidades para abrazar todo lo que nos llegue?

Para pensar y cantar. Se va terminando el libro de Devarim y los comentarios de este año.

Shabat Shalom y Jag Sukot Sameaj,

Rabina Silvina Chemen.