En la parashá de esta semana, Emor, entre varios temas, leemos acerca de los calendarios-las diversas fiestas judías y sus rituales. Uno de los períodos del año que se nos manda a que prestemos especial atención es en el que nos encontramos actualmente, el período de Sefirat HaOmer-la cuenta del Omer. La Torá nos dice que a partir del segundo día de Pesaj debemos contar siete semanas es decir cuarenta y nueve días. Al comienzo de este período se traía una ofrenda de grano, que consistía en una medida de cebada, llamada «omer». Cincuenta días después, al final del período, en la festividad de Shavuot, se traía otra ofrenda, llamada “shtei halejem”, los dos panes, hecha de trigo.
Este recuento de cincuenta días entre Pesaj y Shavuot, parecen claramente ser una fiesta agrícola; una forma de agradecer a Dios, durante el período de la cosecha de cereales en primavera. Se comienza a contar el tiempo antes de que salga el grano de trigo; anticipando la buena cosecha. Tiempo y tierra, conteo y granos parecen ser las dimensiones que conforman el contenido del agradecimiento.
Sin embargo, los mismos días en los que aparentemente nos ligamos a la tierra y el tiempo, son los días que median entre una festividad histórica y otra: entre la rememoración de la salida de Egipto en Pesaj y la entrega de los diez mandamientos, en Shavuot. Los rabinos declararon que ese día, Shavuot, no sólo es una fiesta ligada a los granos, y el período de Omer cuarenta y nueve días, de un período de anticipación de la cosecha y agradecimiento, sino que, además, éste es el período en el cual el pueblo judío esperó llegar al Monte Sinaí y recibir la Torá, después de salir de Egipto.
Durante siglos, ésta fue la doble naturaleza del período de Omer: el aspecto agrícola y la conexión a la recepción de la Torá.
Pero el contenido de estos días no se acaba aquí.
En el año 135 e.c. unos sesenta y cinco años después de la destrucción del Segundo Templo por los romanos, ellos aplastaron la rebelión encabezada por Shimón bar Kojba. Durante este período, el Talmud cuenta que los alumnos de Rabí Akiba, uno de los aliados de Bar Kojba, sufrieron una plaga, en la que murieron miles de personas. Esto ocurrió durante el período de Sefirat HaOmer. Como resultado, el pueblo judío volvió a cambiar la naturaleza de tramo de tiempo convirtiéndose este período en días de luto: no hay casamientos, no hay fiestas, ni siquiera cortes de pelo, para honrar la memoria de los alumnos de Rabí Akiba.
Pero el trigésimo tercer día del Omer, conocido como Lag Baomer, se celebra una fiesta de menor rango, porque en ese día la plaga mencionada disminuyó. Por lo tanto, para la mayoría de las comunidades, el duelo se interrumpe. La plaga cesó.
Durante casi dos milenios, ésta fue la forma en la que el período de Omer se vivía, un tiempo triste, sin estridencias ni festejos.
Después del 5 de mayo (5 de Yiar) de 1948, en que David Ben Gurion declaraba la independencia del Estado de Israel, también era en el período de Sefirat HaOmer. Y esto provocó un dilema: Iom Hatzmaut, el día de mayor felicidad en Israel ¿se debe imponer sobre las costumbres de duelo del Omer?
Diecinueve años después de aquel día del 1948, durante la Guerra de Seis Días, fue recuperada Ierushalaim, y a partir de esta fecha se agregó un nuevo evento celebrativo en el calendario: Iom Ierushalaim, Día de Jerusalén. Y nuevamente, esto sucedió durante el período de Omer.
Esto demuestra que los textos judíos, al igual que todos los textos, están sujetos a su lectura y a los contextos en los que son creados. Y la lectura depende del pacto que el lector hace con el texto y con la evocación del contexto.
El Omer es un caso testigo que nos desafía a posicionarnos delante del texto sin que éste nos nuble la visión. Porque con el correr del tiempo y de la circunstancia, no se perdió nada.
Respetar los matices, las versiones, es inherente a nuestro pueblo y a nuestra supervivencia como pueblo. Podemos comentar, discutir, disentir, comprobar… no está en nuestras posibilidades ni tenemos permiso a destrozar la mirada del otro y anularla.
Esta apertura a la realidad de nuestra historia, esta disposición a notar y responder comunitariamente a los acontecimientos a medida que ocurren en el mundo real, es una genialidad del pueblo judío.
Nos relacionamos con el tiempo en capas. Nuestros pasados, nuestros presentes, nuestros futuros, están todos aquí, con nosotros.
Nada antiguo se olvida; nada nuevo se ignora. Los lutos no dejan de doler. Las alegrías no dejan de ser festejadas. Nuevos eventos, a veces contradictorios, se incorporan a nuestra conciencia personal y comunitaria, porque estamos vivos y atentos a no dejar pasar los sentidos de la historia cuando éstos se presentan, sin borrar todo aquello que nos heredamos como legado y constituye nuestra esencia.
Shabat Shalom,
Rabina Silvina Chemen