“Diez veces Egipto fue compelido a libertar, diez veces se desdijo de su palabra: “Te he hecho salir: de la red de canales del gran río para llevarte a la sequedad de la libertad”.
El Sinaí se llama también Horeb, que significa desecación. También es nacer, verse arrojados a campo abierto.
Nada más salir de Egipto has sentido el rumor de las aguas cerrarse tras su paso, una puerta golpea a tus espaldas. La salida ha sido un nacimiento, aventura de una sola dirección.
Cuando tus descendientes pregunten por qué te ha hecho salir, contarán el valor numérico de hotzetija “te he hecho salir” y encontrarán que es igual al de levaser, “para anunciar”. Te he hecho salir para llevar el anuncio.” Erri De Luca- escritor y poeta italiano, en su libro “Y Dijo”
Siento la tentación de escribir Shabat Shalom y no decir nada más acerca de esta parashá, la parashá de la salida. Para que puedan volver a leer y saborear este texto de Erri De Luca, este escritor contemporáneo, exquisito, con una mirada tan bella sobre la salida de Egipto y la entrega de los 10 mandamientos.
Y necesito buscar exégesis contemporáneas, escritos de nuestro tiempo porque siempre estas primeras parashot del libro de Shmot me aparecen como controversiales. Centurias de esclavitud, la posibilidad de la salida, la agonía de la espera durante la negociación de poder que supusieron ser las 10 plagas y un final que lejos de saber a victoria, nos opaca la alegría por los componentes dramáticos que tiene.
Las plagas, que azotan las aguas, el ganado, la cosecha, y hasta la vida de los primogénitos.
El korban de la última noche, con los marcos ensangrentados para ser salvados, como si Dios Todopoderoso necesitara señales luminosas para no confundirse.
Tomar a la fuerza el oro, la plata, el cobre, las pertenencias de los egipcios antes de salir.
Cuánta confusión. Qué poco épica que es la liberación de nuestro pueblo.
Y aún no hemos leído lo que se viene: la persecución de los egipcios, la apertura del mar y todo lo que pasará de conflictivo durante la travesía por el desierto.
Nada parece haber fluido románticamente, idílicamente durante todo este proceso. Ni antes de salir ni una vez en libertad.
Y acá me parece que se juegan nuestras propias categorías de lo que suponemos- quizás erróneamente- que es la libertad. Que nada tiene que ver con un estado etéreo de ausencia de escollos o contradicciones.
La pelea contra la idolatría- simbolizada en Egipto- para aventurarnos en la fe en un solo Dios, omnipotente y transcendente tiene que ver con aprender a vivir- como dice Erri De Luca- dejando los canales del gran río para aprender a vivir en la sequedad de la libertad.
No hay nada más parecido a la libertad que la hostilidad del desierto. No hay nada más difícil que reconocer que somos esclavos de los canales del gran río, como lo hicieron tantas veces nuestros antepasados, pidiendo regresar a la tierra que les deba de comer, gratis.
La libertad, desde la perspectiva de nuestra Torá tiene que ver con un nacimiento volitivo: desear nacer, pintarse los marcos de la casa para escenificar el propio parto. Y ser nosotros los que pujemos para ver la luz. Y desde allí, habiendo transitado el canal que nos aleja de los dolores insoportables del parto, (llámese esclavitud, plagas, sufrimiento) somos arrojados a la sequedad de una vida entera por ser edificada. Ya sin amos- reales o simbólicos (Faraones, o el mercado, por ejemplo) que nos manipulan y nos dicen qué hacer cuando creemos que el costo de esta sumisión es 0- es gratis.
La libertad es costosa. Y la moneda es nuestra propia elección, solos, con nosotros mismos, siempre a prueba de ver cómo cruzamos la amplitud infinita de posibilidades sin que nadie nos maneje la conciencia.
Se trata, como lo repetirá el filósofo Emmanuel Levinas, en su libro “Difícil libertad”, de un hecho real que acontece en el mundo, porque la libertad pertenece al reino de lo concreto y es esto lo que necesitamos rescatar si queremos realmente mejorar el mundo. La libertad sólo se hace presente cuando hay una acción que depende de nuestra voluntad y no la de ninguna autoridad de época.
Y la verdadera prueba respecto de si supimos ser libres o no, si aprovechamos ese empujón que se nos dio para nacer, cuando las aguas se cerraron y quedamos varados en la infinitud de posibilidades de la existencia, es el momento en el que te sentás en el Seder de Pesaj y te hacés cargo de hotzetija- “te he hecho salir”, en tanto puedes “levaser”– anunciar, contar tu historia, en primera persona.
Cuando te des cuenta que ni el status, ni la moda, ni el qué dirán, son los que te hicieron elegir con qué semillas sembraste lo yermo de tu desierto.
Cuando puedas genuinamente sentir el dolor al quitar las 10 gotas de tu copa de kidush, al nombrar le dolor de otros.
Cuando no tengas miedo en abrir la puerta para dejar entrar al que lo necesite. Cuando no tengas que marcar tu casa para que no te maten.
Cuando no tengas que robar para salir airoso.
Todo eso aprendimos de la salida de Egipto.
Que fue entonces. Y que es ahora. Todo el tiempo.
Shabat shalóm,
Rabina Silvina Chemen