PARASHAT BESHALAJ: La libertad de los que tienen voz

La porción de Beshalaj nos trae una descripción del gran milagro de la separación del Mar de los Juncos, en el que el pueblo de Israel nace como nación. Inmediatamente, para nuestra sorpresa la parashá también describe al pueblo como escépticos que constantemente se quejan, e incluso lo hacen inmediatamente antes y después de ese milagro.

Vemos a Moshé desarrollarse como un líder que es sensible a las necesidades de su pueblo, y que también sufre ante sus demandas. Por ejemplo, cuando dice: “Y clamó Moshé a Adonai, diciendo: ¿Qué haré con este pueblo? Un poco más y me apedrearán”. (Shmot 17:4)

A veces nos ofusca el clamor de esta gente, que aparece como ingrata ante la titánica tarea de Moshé de sacarlos de Egipto. Repetimos una y otra vez –con enojo- que este pueblo se niega a ser redimido.

¿Y qué entendemos por redención?

El rabino  Iosef Dov Soloveitchik (s. XIX), en un ensayo titulado «Redención, Oración, Talmud Torá» aborda el significado del concepto de la redención. Dice Soloveitchik:

La redención significa el movimiento de un individuo  o de una comunidad desde la periferia de la historia hacia su centro.

Estar en la periferia es ser una entidad no creadora de historia, mientras que un movimiento hacia el centro la transforma en creadora y consciente de la historia.

Naturalmente surge la pregunta: ¿qué se entiende por pueblo o comunidad creadora? Es el pueblo a la cabeza de una existencia libre, comunicante, hablante y reveladora de la historia, mientras el grupo no creador ni involucrado en la historia conduce a una existencia no comunicante y por lo tanto silenciosa y no libre.

Redención es idéntico a comunicación o a revelación de la palabra. Cuando un pueblo abandona un mundo y penetra en el de los sonidos, de la conversación y el canto, llega a ser un pueblo redimido libre. Una vida de mudez es idéntica al cautiverio, una vida dotada de habla es una vida libre.

El esclavo vive en silencio si es que tal existencia vacía puede llamarse vida. No tiene mensaje para trasmitir. En contraste el hombre libre conlleva un mensaje.”

Hoy les propongo hasta una nueva lectura sobre el pueblo de Israel en el desierto al que todas las generaciones lo han denominado un «pueblo de dura cerviz», que se quejan y ponen a Dios y a Moshé a prueba decenas de veces en el desierto.

Porque ese comportamiento también debe ser visto como una expresión de su libertad y de su entrada en la historia después de un largo período de ser esclavos mudos, como el rabino Soloveitchik lo describe.

La capacidad (y derecho) para protestar contra la injusticia y la necesidad, es una expresión de la libertad.

El silencio frente a la injusticia, la renuncia al derecho a la protesta, es una traición a las costumbres judías más básicas.

Los seguidores de Abraham y los herederos de la generación del desierto hemos aprendido que no se puede permanecer en silencio, incluso contra el Todopoderoso, y mucho menos antes cualquier instancia humana que cercene la libertad humana. Porque eso nos vuelve esclavos.

Y Soloveitchik lo retoma: “Antes de que llegara a Moshé no había ni un solo sonido. No se presentaba denuncia, ningún suspiro, no se pronunciaba ningún clamor… Los esclavos eran sombríos, sordos y mudos… Ellos ni siquiera eran conscientes de su necesidad… Cuando llegó Moshé, el sonido o la voz, comenzaron a existir… Moshé, al defender a esos esclavos indefensos, les devolvió la sensibilidad. De pronto se dieron cuenta de que todo lo que el dolor, la angustia, la humillación y crueldad, toda la avaricia y la intolerancia del hombre con sus semejantes, era el mal.

Esta toma de conciencia trajo consigo no sólo un dolor agudo, sino la sensación de sufrimiento también. Con ese sufrimiento llegó la protesta en voz alta, el grito, la pregunta no pronunciada, la demanda por la justicia y retribución.”

La descripción del rabino Soloveitchik del comienzo de la redención en Egipto a través del descubrimiento de la voz y la capacidad de gritar y protestar me llevó a revisar los textos de Paulo Freire cuando escribía sobre la pedagogía del oprimido:

Hablándoles a los educadores,  Él escribía: “La existencia en tanto humana no puede ser muda, silenciosa, ni tampoco nutrirse de falsas palabras sino de palabras verdaderas, con las cuales los hombres transforman el mundo. Existir, humanamente, es pronunciar el mundo, es transformarlo.

Los hombres no se hacen en el silencio, sino en la palabra, en el trabajo, en la acción, en la reflexión.”

Tanto para aprender en nuestras supuestas libertades. Somos el pueblo que clama, a veces el que calla, a veces el Faraón que hace callar a otros. Somos seres de palabras, a veces propias, a veces prestadas, a veces impuestas.

Mucho para aprender en esta travesía que aún no ha terminado.

Shabat Shalom,

Rabina Silvina Chemen.