PARASHAT BEJUKOTAI: volver a ponernos de pie

אֲנִי ה’ אֱלֹקיכֶם אֲשֶׁר הוֹצֵאתִי אֶתְכֶם מֵאֶרֶץ מִצְרַיִם מִהְיֹת לָהֶם עֲבָדִים וָאֶשְׁבֹּר מֹטֹת עֻלְּכֶם וָאוֹלֵךְ אֶתְכֶם קוֹמְמִיּוּת.

“Yo soy el Señor su Dios, que los saqué de la tierra de Egipto para que no fueran esclavos de ellos; rompí las varas de su yugo y los hice andar erguido (otra traducción ‘con el rostro alto’).” Vaikrá- Levítico 26:13

Esta parashá contiene las bendiciones que devienen por decidir andar por los caminos que Dios ha puesto delante de nosotros, o su contrario; las maldiciones si decidimos desoírlo. Ya lo he desarrollado en otras oportunidades; entiéndase por bendiciones y maldiciones las consecuencias de las acciones que decidimos llevar a cabo, el resultado de las elecciones que hacemos, con quiénes nos unimos, a quiénes dejamos de lado, cómo nos hacemos cargo de nuestro lugar trascendente en el mundo.

Comienza diciendo: yo daré vuestra lluvia en su tiempo, y la tierra rendirá sus productos, y el árbol del campo dará su fruto Y yo daré paz en la tierra, y dormiréis, y no habrá quien os espante; y haré quitar de vuestra tierra las malas bestias, y la espada no pasará por vuestro país...” Y culmina prometiendo “vaolej etjem komemiut”- y los llevaré erguidos.

Caminar con el andar erguido, con el rostro alto, es el modo que tienen las traducciones para decir de esta palabra hebrea: “komemiut”. El tárgum Onkelos, la primera traducción de la Biblia al arameo, entiende que Dios nos llevará “vejeiruta”, en libertad. Entiende que andar con la frente en alto es un gesto de libertad.

Por algún motivo quedé ligada a esta palabra y comencé a buscarla en las interpretaciones de nuestra tradición. Quizás, me digo a mí misma, porque necesito encontrar motivos para que la realidad no nos doble, ni doblegue; para que encontremos el modo de volver a caminar seguros, firmes, confiados. Con el rostro en alto se habilita una mirada hacia adelante, tal vez una opción de futuro al cual aspirar o la imaginación de un horizonte que nos desafíe a caminar hacia él o a luchar por él.

En el Talmud, tratado de Bava Batra 75ª comentan este versículo en medio de una discusión:

“El versículo dice: “Y te haré andar derecho [komemiut]” (Levítico 26:13). Rabí Meir dice: En el futuro, el pueblo judío tendrá una estatura de doscientos codos, equivalente a dos veces la altura [en hebreo: komot] de Adán el primer hombre, cuya altura era de cien codos. El rabino Meir interpreta la palabra komemiut como dos komot.”

No nos importa acá la discusión ni la confirmación de lo que esta palabra significa. Sino la idea que aparece detrás de esta imagen.

Para ser libres, para vivir la dignidad de ser un pueblo libre en su tierra, para hacer realidad la paz que se nos promete en el texto bíblico, necesitamos duplicar la altura desde donde miramos los hechos.

Estamos en medio de una tormenta, de un huracán, que nos lastima la vista, que nos tira de un lado al otro, que nos arranca de nuestros suelos seguros y nos hace chocar hasta con quienes no queremos lastimar. Estamos a tientas buscando un claro para poder salir de allí. Y viene la parashá y nos dice que hay que doblar la altura, para que la mirada sea por sobre la locura que nos arrastra. Encontrar quienes, como nosotros, puedan mirarse más allá de los ríos subterráneos de prejuicios y secretos que emergen como geiseres de una tierra arrasada. Doblar la altura para volver a creer que hay algo allí donde nos podremos encontrar para definir un espacio seguro, una tierra firme, un caminar sin sobresaltos y sobre todo un futuro vivible y por qué no, bello.

Estamos en medio de este dolor como pueblo y como humanidad y nuestras alturas están puestas en juego. ¿Cómo reaccionamos? ¿Qué decir? ¿Dónde estar? ¿Cómo salir?

Hoy la libertad de los seres humanos depende de la decisión de trascender las superficies, y mientras que van a lo profundo y más sincero de su corazón y entendimiento, animarse a ponerse de pie, no doblegarse a la desesperación sino erguirse sobre principios que nos permitan ir más allá de las barreras que sólo achican las posibilidades de seguir vivos.

No es una utopía. Es una necesidad. Necesitamos cambiar el foco de hacia dónde estamos yendo y hacia dónde nos está arrastrando esta tormenta: a lo peor de cada uno, a la radicalización de verdades propias, a la cerrazón del entendimiento y la razón.

Así nadie será libre. Ni mucho menos habrá bendición en esta tierra.

Necesitamos liderazgos que dupliquen su altura moral para poder guiar a su pueblos dentro de este tornado, hacia un terreno de calma y de posible renacer.

Quisiera terminar con un poema de Yehuda Amijai, que si bien no está vivo en esta tragedia ha vivido tantas, y ha decidido transformarlas en poéticos modos de decir del horror.

El diámetro de la bomba…
“El diámetro de la bomba era de treinta centímetros
y su rango de alcance era de unos siete metros,
con cuatro metros y once heridos.
Y alrededor de estos, en un círculo más grande
de dolor y de tiempo, hay dos hospitales dispersos
y un cementerio. Pero la joven
que fue enterrada en el sitio de donde
vino, a una distancia de más de cien kilómetros,
agranda el círculo muchísimo más,
y el hombre solitario que llora por su muerte
en el lejano confín de un país al otro lado del mar,
incluye al mundo entero en el círculo.
Y ni siquiera mencionaré el llanto de los huérfanos
que llega hasta el trono de Dios
y más allá,
haciendo del círculo un infinito sin Dios.”

Los diámetros del dolor están creando cráteres cada vez más grandes.

No podemos caer en ellos.

Necesitamos ponernos de pie y encontrar más allá de los estruendos, aquel claro en el horizonte que nos explique de qué modo ganarle a la tormenta.

En mundo entero está incluido en ese círculo. Necesitamos salir de él. Y volver a creer.

Entre todos, quizás, podremos levantarnos.

Silvina Chemen