«(…) yo creo que un libro debe ser realmente una herida, debe trastornar la vida del lector de un modo u otro. Mi idea al escribir un libro es despertar a alguien. Un libro que deja a su lector igual que antes de leerlo es un libro fallido(…)». Emil Cioran- Conversaciones
Acá estamos empezando de nuevo un camino que nos parece ya haberlo recorrido, aunque nos empecinamos en desconocerlo.
Volvemos a encontrarnos al principio. Bereshit. El principio del libro, de la parashá y de la Torá entera. La pregunta por el origen y sobre todo por el sentido de la lectura.
Leemos la Torá para mantenernos despiertos. Para salir renovados después de cada interpretación.
Y la leemos juntos que es la mejor manera de no caer en la tentación de dejar de intentarlo.
Nos rebelamos ante el frenesí de una modernidad que desecha sin piedad todo aquello que representa el pasado y nos hacemos humildes ante un texto que nos grita que aún no lo hemos comprendido. Esa herida a nuestro narcisismo es la que nos convoca a volver a acunarnos en los sonidos de la palabra que nos vuelve a llamar a los interrogantes más existenciales de nuestra vida y nuestro mundo.
Nos deseo un nuevo comienzo fructífero, sereno y expectante.
Quiera Dios inspirarnos a seguir encontrando mojones en el camino que nos permitan avanzar hacia la tierra de la profundidad, la honestidad y la hermandad.
Gracias a cada uno y cada una por su amorosa y comprometida lectura.
PARASHAT BERESHIT: EL ORIGEN DE UNA EQUIVOCACIÓN
En el tiempo histórico que estamos viviendo somos testigos de las luchas incansables para paliar la desigualdad de género, en principio, entre varones y mujeres. Una herencia de siglos de una perspectiva desigual que hizo que en todas las áreas del desarrollo humano el género definiese status, salario, lugar social, aspiración y dedicación social.
Herencias de sistemas sociales que pueden abordarse desde diferentes perspectivas: la psicológica, la sociológica, la histórica y hasta la geopolítica.
¿Qué les parece- ya que estamos comenzado a leer la Torá nuevamente- si buscamos el origen de esta huella de desigualdad desde el primerísimo relato que gran parte de la humanidad ha ubicado como el comienzo de todo?
Hoy nos vamos a ocupar de Eva. La señalada primera mujer de aquél mítico primer varón y todo el derrotero que hay alrededor de esta figura.
Eva recibe su nombre en hebreo “Java- חַוָּה”- cuya raíz tiene que ver con la palabra jaiim- vida- porque como está escrito “Y llamó Adam (lo menciono en hebreo, su nombre en español es Adán) el nombre de su mujer, Java por cuanto ella era madre de todos los vivientes ( en hebreo: em kol jai- אֵם כָּל-חָי)
Ya desde su más incipiente aparición en el relato su nombre está relacionado a maternar todo lo viviente.
Sin embargo, ya desde el nombre, aparecieron tradiciones orales que denostan esta capacidad de ser madre/origen/principio de vida. Fíjense:
En arameo la palabra “Javá” se traduce como “Jiviá- חִוְיָא” que significa “serpiente”. Y esta hipótesis etimológica figura en el midrash llamado Bereshit Rabá 20:11
Ya no es la madre de todo lo que vive sino la encarnación de la tentación y el mal, la argucia y la desobediencia.
Y las operaciones del lenguaje, entonces y ahora no son neutrales, dejan consecuencias, definen posturas y prejuicios. Aquí hay uno de ellos.
Si nos concentramos en el texto mismo de Bereshit veremos que hay dos relatos de la creación, como si estuviéramos frente a dos versiones diferentes.
El primer relato es igualitario, “Dios creó al hombre a su imagen; a imagen de Dios lo creó; varón y mujer los creó” (Bereshit 1:27). En esta primera narrativa, la mujer es creada en el mismo momento que el varón con el nombre genérico de adán, «ser humano». Los dos son creados a imagen de Dios, «varón y mujer los creó» (Gén. 1: 27). No hay ninguna jerarquía. La humanidad aparece con dos formas: femenina y masculina. Esta humanidad, al complementarse, es un reflejo de la divinidad.
Sin embargo, hay un segundo relato: la mujer creada en función de la soledad del varón; tomada de una parte de su cuerpo mientras éste duerme. «No es bueno que el hombre esté solo; le haré ayuda idónea (según algunas traducciones) para él». Hasta acá la mujer vendría a cubrir una necesidad del varón: acompañarlo para que no se sienta solo. Pero esta comprensión literal del texto no es el final de esta desigualdad
Según el tratado talmúdico de Sanhedrín, la mujer es «la sirvienta del hombre» (39a).
Y tengo más para que se escandalicen:
Según el midrash (Bereshit Rabá 18: 2), Dios habría «decidido no crearla a partir de la cabeza de Adán por temor a que ella fuera pretenciosa, ni a partir de su ojo por temor a que fuera curiosa, ni de su oreja por temor a que fuera indiscreta, ni de su cuello por temor a que fuera altiva, ni de su boca por temor a que fuera maldiciente, ni del corazón por temor a que fuera celosa, ni de la mano por temor a que fuera ladronzuela, ni del pie por temor a que fuera ligera, sino que la creó a partir de la costilla, parte modesta de Adán […] pero pese a ello, ella reúne todos esos defectos».
Así, este texto exegético justifica el principio de modestia que se le exige a la mujer, como condición de que sea sólo para su marido.
Y hasta las fuentes que parecen enaltecer a la mujer y sus capacidades hay un truco para seguir sometiéndola:
«Ella fue dotada con más discernimiento que el hombre», está escrito en el Talmud, Tratado de Nidá 45b:11; sin embargo, hasta esta posición aparentemente positiva la terminan pervirtiendo: según Rabi Irmia esto justifica que «la mujer se quede en la casa mientras el hombre sale y aprende el discernimiento en contacto con otras personas».
Su superioridad en inteligencia es una excusa para excluirla del conocimiento o del mundo público pues, según los hombres, ella no lo necesita. Se utilizan los versículos bíblicos para justificar que el papel de la mujer se restrinja al dominio privado.
El mismo relato del texto le da más protagonismo -en esta segunda versión- a la mujer que al varón. Ella es la que, seducida por la serpiente, es curiosa y busca el conocimiento, desafía los límites. También ella es la que le ofrece al varón comer del fruto prohibido.
El protagonismo acá tendrá que ver con ubicarla en el centro de la primera y eterna transgresión por haberse animado a desafiar el mandato de Dios.
Y de allí se ha sucedido un derrotero de texto exegético como el de Midrash que dice «Todo viene de la mujer; una mala mujer hace malo al hombre; una mujer devota hace devoto al hombre» (Bereshit Rabá. 17: 7).
Y si recordamos cómo es el desenlace de esta transgresión, cuando Dios le pregunta a Adam “¿Aieka? – ¿Dónde estás? Él le endilga la responsabilidad a Eva, «La mujer que me diste por compañera me dio del árbol, y yo comí» (Gén. 3: 12). Entonces Eva, a su vez, culpará de su pecado a la serpiente y el castigo para la mujer será doble: parir con dolor y ser dominada por el hombre: «tu deseo será para tu marido, y él se enseñoreará de ti» (Bereshit 3: 16).
Y así, sin eufemismos el relato fijará una posición de dominación del hombre sobre la mujer, que queda en inferioridad de condiciones, y sobre la que no puede ni quejarse porque fue ella la que la ha provocado.
Todo este recorrido, -parcial, por supuesto-, de los textos de origen y sus derivados interpretativos sobre la condición de la mujer respecto del varón en el relato fundante de la humanidad tuvo que ver con dar luz a esas huellas mnémicas imperceptibles sobre las cuales se asentó nuestra cultura. Heredamos un desprecio por lo femenino.
Reproducimos la desigualdad como parte inherente de lo humano.
Repetimos acrítica y socarronamente prejuicios respecto del género femenino.
Y así vamos criando generaciones que han naturalizado la inequidad y la humillación.
Vayamos al inicio.
Desandemos las huellas de otros tiempos.
No nos hagamos eco de lo que ha producido y produce dolor y enfrentamiento.
Las herencias se honran cuando las hacemos nuestras; con toda nuestra humanidad y criterio.
No demos por sentado verdades que han estructurado un pensamiento en una época determinada.
Animémonos a volver a leer, a hurgar en nuestras conciencias, a preguntarle al texto y a sus autores las motivaciones de sus sentencias.
La única posibilidad de que este texto siga teniendo sentido para mí es que me sirva para desandar aquellos caminos por los que no quiero caminar más, así como elegir en cuáles quiero apostar para seguir mi rumbo.
Qué tengamos un año de plenos descubrimientos y mejores decisiones.
Shabat Shalom!
Rabina Silvina Chemen.