PARASHAT VAIETZE: Ponerse una y otra vez de pie

Parashat Vaietzé, “Y salió” nos habla de un Yaakov que tuvo que salir de la casa de sus padres. Debió irse. Su vida corría peligro. Su hermano prometió matarlo, por haberlo estafado. Sale a un camino lleno de riesgos y sin saber si habría destino.

Muchos otros, como Yaakov salen sin destino cierto hoy en nuestros días. Huyen por temor a que los maten y no porque hayan engañado como nuestro patriarca. Miles se suman a una caravana humana migrante en busca de un destino incierto, llenos de peligros, huyendo de tierras que ya no pueden darles lo mínimo indispensable, en un mundo en el que la globalización es sólo un disfraz del mercado porque ante esta dramática realidad se levantan muros cada vez más altos y se disponen policías y ejércitos cada vez más armados y sociedades más expulsivas.

Pero esta parashá que también narra la historia de Labán, el suegro de Yaakov, quien lo engañará, lo explotará, lo burlará, lo perseguirá a punto tal que la Hagadá de Pesaj va a tomar esta figura de Laban diciendo: Ve y aprende lo que el arameo Labán le quiso hacer a nuestro antepasado Yaakov. Labán condensa en el pensamiento judía el odio hacia los hijos de Israel, el pueblo de Israel, la descendencia de Yaakov. Y a partir de esta lectura no puedo sustraerme de cómo en este último tiempo asistimos a rebrotes de odio contra el pueblo judío en todo el mundo.

Ambas miradas; la del no lugar para los humanos que necesitan vivir en alguna porción de tierra, y la de temor y desazón por el afloramiento de odios y prejuicios que parecen no haber sido erradicados a pesar de tantos años de trabajo por la pluralidad de ideas y creencias en una sociedad democrática, me dejaban sin salida, en la construcción de mi mensaje.

Y me niego a leer todo desde la oscuridad.

Y me rehúso a no creer en que podemos tener otras lecturas y hacer otros aportes que nos fortalezcan para salir a derribar muros y generar convivencias.

Entonces, volvamos a mirar esta parashá. Y la pregunta que me hago y que nos hago es por qué Yaakov es el elegido para que portemos su nombre Israel. Por qué no Abraham, por qué no Itzjak, por qué no Moshé.

Vamos a intentar encontrar una respuesta.

Lo que caracteriza a Yaakov, que lo veremos en esta parashá y en la próxima es que los sucesos más trascendentes le pasan cuando está solo, a la noche, lejos de su casa, huyendo de un lado a otro.

Este Shabat vamos a volver a leer sobre ese sueño que tiene por la noche, en el camino, solo, cuando huía de su hermano Esav después de haberlo engañado.

Ve una escalera que descansaba sobre la tierra, con su parte superior alcanzando el cielo, y los ángeles de Dios ascendían y descendían sobre ella… Cuando Yaakov despierta de su sueño, dice: «Está Dios en este lugar, y no me di cuenta”. “¡Qué maravilloso es este lugar! Esto no es otro que la casa de Dios; esta es la puerta del cielo. ”Bereshit 28: 12-17

Y la semana que viene, Yaakov va a huir de Laban, su suegro, y aterrorizado ante la perspectiva de volver a encontrarse con su hermano Esav, lucha solo, por la noche, con un desconocido sin nombre.

Y ese hombre será el que le dirá: «Tu nombre ya no será Yaakov sino Israel, porque has luchado con Dios y con los humanos y has vencido.” Bereshit 35:10

Así, entonces, Yaakov llamará a ese lugar Peniel, diciendo: «Es porque vi a Dios cara a cara. Y, sin embargo, mi vida se salvó.” Bereshit 32: 29-31

Los momentos decisivos, transformativos espiritualmente de Yaakov, son sin público, sin grandes pruebas, ni grandes epopeyas. En el medio del camino. En la noche. Entre un punto que dejó atrás y otro al que aún no llegó.

En estos espacios y tiempos de máxima vulnerabilidad, de soledad y confusión, se encuentra con Dios y además encuentra coraje para hacerse cargo de lo que está viviendo y continuar con su viaje, a pesar de todo.

Yaakov tuvo miedo. Amó. Se equivocó. Pasó más tiempo en el exilio que el resto de los patriarcas. Mintió. Huyó. Parió. Trabajó. Y, así y todo, entre patrias y exilios, soledades y familia, pudo recuperarse y, sobre todo, quiso seguir adelante.

Su capacidad de volver a ponerse de pie es la que lo transforma en el patriarca del que llevamos su nombre. No un gran y único evento o motivo. No un gran título. Sino su entereza para persistir hasta conseguir sus metas.

Somos hijos de alguien que intentó, cayó, temió y siguió adelante. Aquél que en los momentos más bajos de su vida tuvo sus más grandes visiones del cielo.

Somos un pueblo que aprende de quien le da su nombre la valentía para recuperarse de los golpes, la fortaleza de seguir el camino, la convicción de enfrentar las luchas más arduas en las oscuridades más cerradas. Quienes no dejamos de amar y parir y soñar, aunque no estemos en el lugar que deseemos, y que buscamos incansablemente aquella tierra que nos permita realizar nuestra promesa.

Shabat Shalom,

Rabina Silvina Chemen.