El primer libro de la Torá termina.
Estamos leyendo la última parashá de un libro de comienzos… de Bereshit. La última de un sinfín de historias personales, familiares. Coyunturas, riesgos, abandonos, amores, secretos. La última que en realidad será la primera historia del libro que viene. Y todo se encadena y da la vuelta para volver a empezar o para seguir empezando.
Vaiejí. Y vivió.
En esta parashá va a morir Iaakov. Pero antes de dejar este mundo, se toma el tiempo para hablarle a cada uno de sus hijos, desde sus propias características e historias de vida.
Los quiere bendecir. Necesita dejarles palabras. Mensajes. Para continuar sin él, pero con su impronta.
Uno a uno los llama. Les habla casi proféticamente. Qué le sucederá a cada uno, no como por arte de magia, sino de acuerdo con lo que este padre ya vio en cada uno de ellos. Y ése es un momento de bendición. Cada uno, uno, con su padre.
Y le toca el turno a Iosef. Ese hijo tan querido, tan preferido, y a su vez, tan perdido en la vida de Iaakov hasta que de anciano lo vuelve a encontrar.Iaakov quiere compensar de algún modo esos años de ausencia.
Ausencia de intuición cuando lo vistió con una túnica que lo diferenciaba de sus hermanos.
Ausencia de sensibilidad cuando callaba ante los arranques de soberbia de Iosef contra sus otros hijos.
Ausencia de verdad, cuando los hermanos de Iosef le mienten y le dicen que lo devoró una fiera.
Ausencia de ganas de vivir, cuando guarda luto eternamente por ese hijo, supuestamente muerto.
Todas esas ausencias necesita compensarse y para ello le pide a Iosef que traiga a sus dos hijos: Menashé y Efraím.
Bendición doble para alguien que quiere mucho, y con el que precisa recuperar las bendiciones perdidas durante tantos años de ausencia. No lo bendice a Iosef, sino su fruto: a sus dos nietos, como si fueran sus hijos.
Menashé el mayor y Efraím el menor. Que Dios te haga como a Efraím y Menashé, les decimos a nuestros hijos varones.
Menashé el mayor. Efraím, el menor.
Y ¿saben? Esta es la única escena de un abuelo con sus nietos en todo el libro.
Iaakov le pide a Iosef que le acerque a sus hijos para bendecirlos.
La mano derecha, indica la bendición al mayor, La izquierda al menor. Y así los pone Iosef delante del padre. Imprevistamente, Iaakov cruza las manos. Decide bendecir al menor- Efraím, como el mayor. Y al mayor, Menashé, como el menor. Iosef se da cuenta. Le descruza las manos.
Una y otra vez, Iosef- como muchos hijos hacen con sus padres mayores- cree que su papá no es consciente de lo que está haciendo.
Iosef– relata la Torá- le dijo: “No, padre mío, éste es el primogénito; pon tu mano derecha sobre su cabeza «. Pero su padre se negó y dijo:» Lo sé, hijo mío, lo sé. Él también se convertirá en un pueblo, y él también se hará grande. Sin embargo, su hermano menor será más grande que él, y sus descendientes se convertirán en un grupo de naciones”. Él los bendijo ese día, diciendo:» En tu nombre, Israel pronunciará esta bendición: ‘Que Dios te haga como Efraím y Menashé. » (48: 13-14, 17-20).
Y la verdad es que lo entiendo a Iosef y el cuidado que quiere tener para asegurarse de que su padre bendiga primero al primogénito.
Tres veces su padre había colocado al menor antes que al mayor, y cada una de esas veces, el resultado fue una tragedia.
Él, el más joven, había tratado de suplantar a su hermano mayor, Esav.
Él eligió casarse con la hermana menor Rajel por sobre la mayor Lea.
Y favoreció a sus hijos menores Iosef y luego Biniamin, sobre los mayores Rubén, Shimón y Leví.
Las consecuencias fueron catastróficas: el alejamiento de Esav, la tensión entre las dos hermanas y la hostilidad entre sus hijos.
¿Qué hay detrás de esto? ¿Sólo la terquedad de Iaakov que ni al final de su tiempo aprende la lección? ¿Sabía Iaakov lo que estaba haciendo? ¿No se dio cuenta de que se estaba arriesgando a extender las peleas familiares a la siguiente generación? Además, ¿qué razón podría tener para favorecer al más joven de sus nietos sobre el mayor? No los había visto antes. Él no sabía nada de ellos. Vuelvo: ¿Por qué Iaakov favoreció a Efraím sobre Menashé?
Lo único que sabía Iaakov de ellos eran sus nombres. Menashé y Efraím. Y fueron sus nombres los que lo llevaron a esta decisión.
Recordemos el momento en el que estos hijos nacieron: Antes de que llegaran los años de hambre-cuenta la Torá-, dos hijos nacieron de Iosef con Osnat, hija de Potifar, sacerdote de On. Iosef nombró a su primogénito Menashé, diciendo: «Es porque Dios me ha hecho olvidar todos mis problemas y toda la casa de mi padre«. Al segundo hijo que llamó Efraím, dijo: «Es porque Dios me ha hecho fructificar en la tierra de mi aflicción.”(41: 50-52)
Y así pasa con los exilios. Con todo tipo de exilios, los físicos, los emocionales, los forzados y los elegidos.
Primero se intenta olvidar. El dolor. El miedo. La bronca. Dejar atrás. Volver a empezar. Como el libro que comenzaremos la semana que viene.
Iosef, cuando llegó al trono de Egipto quiso barajar y dar de nuevo. Olvidar los años como esclavo, como prisionero, como hermano odiado. Estaba en otra posición. No era necesario evocar. Había que dejar atrás. Borrar.
Estaba en el centro de la civilización más grande del mundo antiguo, superado solo por Faraón en rango y poder. Nadie le recordaba sus antecedentes. Con su túnica real, anillo y carro, era un príncipe egipcio.
El pasado era un recuerdo amargo que trató de eliminar de su mente.
Menashé su hijo, su nuevo capítulo representaba eso: el olvido. Que le permitiría escribir una nueva historia.
Pero a medida que pasaba el tiempo, Iosef comenzó a sentir emociones muy diferentes. Es verdad, él estaba en la cima. Él había llegado. Pero esa gente no era suya; tampoco era su cultura. Para cuando nació su segundo hijo, Iosef había experimentado un profundo cambio de corazón. Él reconoció lo que había conseguido:- «Dios me ha hecho fructificar«, es verdad- pero en Egipto que se había convertido en la «la tierra de su aflicción«. ¿Por qué? Porque por más olvido, por más borramiento, por más cetro, Egipto era su exilio.
Cuando nació su segundo hijo, al llamarlo Efraím, recordó lo que, cuando nació Menashé, estaba tratando de olvidar: quién era, de dónde venía, a dónde pertenecía.
Por lo tanto, Iaakov no intentó torcer el derecho de la herencia, sino dejar un mensaje a través de los nombres de los hijos de Iosef.
Ambos, Efraím y Menashé fueron los primeros en nacer en esta línea sucesoria, en el exilio. Y Iaakov- de acuerdo con la Torá sabía que los hijos de sus hijos, se quedarían por largo tiempo en Egipto. Dios se lo había anunciado en una visión:
—Yo soy Dios, el Dios de tu padre —le dijo—. No tengas temor de ir a Egipto, porque allí haré de ti una gran nación. Yo te acompañaré a Egipto, y yo mismo haré que vuelvas. Además, cuando mueras, será José quien te cierre los ojos. (Bereshit 46:3-4)
Iaakov necesita dejar mensajes sabiendo que no habitarán la tierra de sus antepasados por largo tiempo. Iaakov necesita decirles lo que puede llegar a pasarles, como generación joven. Van a vivir en una tensión entre olvidar y continuar, entre dejar todo atrás- hacerse parte del entorno sin reconocer sus orígenes y desaparecer de la historia particular que los relata- o encontrar la manera de no dejar de ser ellos, de no dejar de defender y reactualizar el mensaje de su tradición, aún en tierras y momentos de aflicción.
Iaakov cruza las manos, porque el olvido parece el camino más fácil. El más efectivo. Comenzar de nuevo. Sin nada atrás que nos ate. Sin embargo no es ni real, ni sincero ni reparador, como opción para vivir libremente.
No es Menashé y lo que él representa la primera opción. Sino Efraím. La de seguir fructificando, creciendo, entendiendo, resinificando la herencia recibida porque nadie borra quien es de un plumazo, por decreto.
Es en este preciso momento que se comienza a escribir nuestra historia como pueblo. Esta escena da luz a lo que va a significar nuestra memoria colectiva.
Y esto es tan actual. No estamos hablando sólo de los hijos de Israel, en aquel Egipto. Estamos hablando de nuestra sociedad, de nuestro tiempo, en este mundo, en este espacio. Vivimos hoy con ciertos discursos en muchos sectores de la sociedad que están promoviendo otro tipo de vinculo con la memoria, se alivianan ciertas posturas inclaudicables, he escuchado tanto hablar de que la Shoá incomoda, y que la lucha por los derechos humanos es sólo una lucha política partidaria. Que el olvido sana. Que para qué seguir machacando.
A mí me asusta. No porque mi postura sea mantener las heridas en carne viva. Seguir recordando, mantener actualizada la memoria ante la fácil opción por el olvido y el silencio nos permite revisar el pasado, escribirlo y re-escribirlo para evitar las cristalizaciones de la memoria individual y colectiva, para evitar los slogans, las lecturas apresuradas teñidas del color de la época. Nos permite abrir los hechos para continuar con la interrogación, para cuestionar el conformismo en que a veces parecemos instalados. Nos hace a todos protagonistas de un relato que no tiene que ver con los hechos del pasado que no vivimos sino con lo que de él aprendemos y nos comprometemos en nuestra vida cotidiana
Y cada vez que hablamos de memorias y olvidos no puedo dejar de ir a buscar a Yosef Yerushalmi un gran historiador. Y él dice: “Si me es dado elegir, me pondré del lado del ‘exceso’ de historia, tanto más poderoso es mi terror al olvido que el temor de tener que recordar demasiado”.
Así lo entendió Iaakov, como prólogo a los siglos de exilio que nos convertirían en pueblo. Y es por ese mensaje, esas manos cruzadas que hoy estamos acá.
Shabat Shalom,
Rabina Silvina Chemen