הָעָם הַיְּהוּדִי קוֹרֵא בְּאָזְנֵי הָאֱלֹהִים
אֶת סֵפֶר הַתּוֹרָה.
בְּמֶשֶׁךְ כָּל הַשָּׁנָה, כָּל שָׁבוּעַ פָּרָשָׁה,
כְּמוֹ שֶׁחְרֶזָדָה שֶׁסִּפְּרָה סִפּוּרִים
כְּדֵי לְהַצִּיל אֶת חַיֶּיהָּ.
וְעַד שֶׁמַּגִּיעִים לְשִׂמְחַת תּוֹרָה
הוּא שׁוֹכֵחַ.
וְאֶפְשָׁר לְהַתְחִיל מֵחָדָשׁ
“El pueblo judío lee en los oídos de Dios
el libro de la Torá.
Durante todo el año; cada semana, otra porción
como Sheherzade que contaba historias
para salvar su vida.
Y cuando llegamos a Simjat Torá,
él se olvida.
¡Y así es posible empezar de nuevo!”
Yehudá Amijai- escritor israelí
Acá estamos nuevamente.
Con el estremecimiento de un pergamino que vuelve a desafiarnos. Todo por leer e interpretar. Todo por preguntar y descubrir. Como el personaje de las Mil y una Noches, Shehrezade, que cada noche contaba una nueva historia para salvar su vida, nosotros también estamos a salvo si mantenemos la emoción de seguir encontrando nuestras historias en los relatos que nos fundaron y que, a su vez, se vuelven a fundar con nuestras miradas.
Hermosa la imagen que el poeta Yehudá Amijai nos regala; leemos durante todo el año el libro de la Torá en los oídos de Dios y cuando la terminamos, la olvidamos para poder empezar nuevamente.
Pero no somos lectores desprendidos del texto. Como dijera Umberto Eco: “El Lector está siempre, y no sólo como componente del acto de contar historias, sino también como componente de las historias mismas…»
Somos cada personaje que evoca el texto bíblico; somos madres y padres, hijos, hermanos en conflicto, clanes, tribus, pueblo. Somos fe en conflicto, milagros, duelos, dudas, amor. Por eso la lectura de nuestra Torá es eterna, porque sucede en nuestras propias vidas.
Escribo esta introducción, como lo hago desde el año 2005, cuando comencé la preciosa tarea de encomendarme al estudio y la transmisión del mensaje semanal de la Torá. Conmovida por la responsabilidad y por la compañía de tantos que se suman a esta aventura.
En el Talmud, en el tratado de Avodá Zará 19a:7-9 está escrito:
אמר רבא לעולם ילמוד אדם תורה במקום שלבו חפץ שנאמר כי אם בתורת ה’ חפצו ואמר רבא בתחילה נקראת על שמו של הקב»ה ולבסוף נקראת על שמו …
“Rava dice: Una persona siempre estudiará la Torá desde el lugar que su corazón desee, como está escrito: «Pero su deleite está en la Torá del Señor» (Tehilim- Salmos 1:2). Inicialmente la Torá se llama por el nombre del Santo, Bendito sea, pero finalmente se llama por el nombre de quien la estudia…”
Hoy la Torá, leída con el corazón y el compromiso de cada uno, porta sus nombres.
Seguiremos con el deleite de estudiarla y redescubrirla a cada paso, como lo hacemos siempre, juntos.
Y ahora sí, volvamos a empezar con un comentario a parashat Bereshit.
PARASHAT BERESHIT: Una oportunidad para Hevel (Abel)
Me sorprende cómo ciertas categorías ingresan en nuestros pensamientos considerándolas verdades absolutas y de allí no las movemos jamás para darles una nueva oportunidad.
Estamos recomenzando nuestro recorrido por la Torá y nos volvemos a topar con el primer fratricidio; un hermano que mata al otro; Caín mata a Hevel.
Lo único que sabemos es que Dios acepta la ofrenda de uno- la de Hevel- y no la de su hermano Caín. Y esto habría desatado, en tiempo potencial, la ira de Caín que lo mata. Habría desatado-digo- porque no mediaron palabras entre ellos como para poder comprender lo sucedido.
Hay algunas pistas que la Torá nos da, o que nosotros quisiéramos leer en ellas. Una de ellas es que Caín, el primogénito, recibe ese nombre con una explicación: “Ki kaniti- porque he adquirido- un hombre por parte de Dios”; expresó su madre al verlo.
Por su parte, cuando nace Hevel, lo único que sabemos es que fue llamado de ese modo, pero su nombre no viene acompañado de ninguna explicación.
Hevel, enseñarán nuestros maestros, significa aliento, la nada misma. Un ser humano que vino al mundo sin un propósito y que terminó sus días sin dejar rastros.
Tal es así que, hace una semana, durante Sukot, leíamos el libro de Kohelet-Eclesiastés, famoso por la visión bucólica que tiene su autor, el rey Shlomó en su vejez, que todo el esfuerzo de la vida, toda la lucha y el empeño se degradan con la ancianidad y todo parece tener poco sentido.
הֲבֵל הֲבָלִים אָמַר קֹהֶלֶת, הֲבֵל הֲבָלִים הַכֹּל הָבֶל
“Vanidad de vanidades, dijo Kohelet, vanidad de vanidades, todo es vano…”
Lo transcribo en fonética: Hevel havalim, amar Kohelet, hevel havalim, hakol havel.
El nombre Hevel fue transformado en un sustantivo que denota lo vano, lo que no tiene sustancia, lo efímero… Toda la existencia, estaría diciendo Kohelet, es un verdadero sinsentido; como lo fue la vida del Hevel, el segundo hijo de la Torá.
Así quedo marcado en nuestras mentes y corazones este personaje casi intrascendente de nuestros comienzos como humanidad que sólo se lo recuerda por ser la víctima de su hermano.
Sin embargo, vuelvo al comienzo de mi comentario y me pregunto si todo lo que damos por sentado no merece ser releído para darnos una nueva oportunidad. Y así quisiera encarar este nuevo año de estudio de la Torá. Huyendo de las falsas polarizaciones, de los lugares estancados y inmóviles.
Así que volvamos a Hevel, a quien hoy le daremos una nueva lectura. Y para hacerlo, le agradezco a un gran educador y estudioso de la Torá, que admiro mucho, mi querido Moshe Weinstock- משה וינשטוק que me acercó otra lectura del libro de Kohelet como también de esta parashá.
Damos por sentado que el aliento es una función vana e insignificante de nuestro cuerpo. Podríamos traducir esta palabra “hevel” como soplo o vapor.
Quizás Kohelet está diciendo que toda la vida es: “Aliento de respiraciones, todo es un aliento” o, en otras palabras, la vida depende de un aliento, de un soplido…
Así comienza la Torá.
“Bereshit-En el principio creó Dios los cielos y la tierra. Y la tierra estaba desordenada y vacía, y las tinieblas estaban sobre la faz del abismo, y el Espíritu de Dios (Ruaj Elohim- el viento de Dios, el soplido de Dios, el aliento de Dios) se cernía sobre la faz de las aguas.” Bereshit 1:1-2
La primera vez que Dios aparece en la Torá se define como “ruaj”; aliento, espíritu, viento- en hebreo es la misma palabra.
De acuerdo con el midrash místico del siglo X el Sefer Haietzirá; el Libro de la Formación, todas las palabras que Dios usó para crear el mundo salieron de ese “ruaj”, de ese soplido, manifestándose en diferentes formas.
Dios crea a partir de las palabras, y para que éstas sucedan se necesita del aire que permita que el sonido se produzca.
El Zohar, en parashat Bo; 143, lo explica así: el “hevel”, el aliento es un secreto muy preciado. Es el aliento que sale de la boca y que permite que se emita la voz. Y el mundo no existiría si no fuera por esa voz…
También el Zohar, dirá mi amigo Moshé Weinstock, conecta a Caín y Abel. Hevel que es el viento, el espíritu y Caín que representa la adquisición, lo que se compra en el mercado “de valores” materiales.
Todos somos testigos de una humanidad en la que los “caínes”, los paradigmas de la adquisición prevalecen por sobre los “hevelim”, los discursos de la trascendencia y del cultivo del espíritu.
Nosotros mismos, en el frenesí de la vida, alimentamos al Caín que tenemos dentro, porque creemos que así nos salvaremos, cuando, en definitiva, Hevel es esa parte que nos define como humanos y nos rescata del salvajismo para acercarnos al sentido.
Nos han enseñado a desdeñar a Hevel.
Hoy lo rescataremos.
“Hakol Havel”– “todo es aliento” significa que, si no estás sostenido por un trabajo espiritual fuerte, una búsqueda profunda de la misión en la vida, más allá de la carrera cotidiana que te llena de materialidades, nada tendrá sentido.
Hevel fue asesinado por Caín, una vez. Quizás como advertencia. Los necesitamos a los dos: a la subsistencia y a la fuerza creadora que nace de nuestro ser.
Volvamos a leer las viejas historias con nuevos ojos.
Quizás nos encontremos a nosotros mismos, también renovados.
Shabat Shalom,
Rabina Silvina Chemen.