וַיְדַבֵּר יְהוָה, אֶל–מֹשֶׁה לֵּאמֹר. שְׁלַח–לְךָ אֲנָשִׁים, וְיָתֻרוּ אֶת–אֶרֶץ כְּנַעַן, אֲשֶׁר–אֲנִי נֹתֵן, לִבְנֵי יִשְׂרָאֵל: אִישׁ אֶחָד אִישׁ אֶחָד לְמַטֵּה אֲבֹתָיו, תִּשְׁלָחוּ—כֹּל, נָשִׂיא בָהֶם. וַיִּשְׁלַח אֹתָם מֹשֶׁה מִמִּדְבַּר פָּארָן, עַל–פִּי יְהוָה: כֻּלָּם אֲנָשִׁים, רָאשֵׁי בְנֵי–יִשְׂרָאֵל הֵמָּה
“Y Adonai habló a Moisés, diciendo: Envía para ti hombres para que exploren la tierra de Canaán, que he de dar a los hijos de Israel; un hombre por cada tribu de sus padres enviarás, siendo cada uno príncipe entre ellos. Y los envió Moisés desde el desierto de Parán, por mandamiento del Eterno; todos ellos eran hombres (principales), cabezas de los hijos de Israel.” Bemidbar-Números 13:1-3
Esta parashá tiene varios niveles de lectura. En cada uno de ellos hay un mensaje esperándonos. La historia principal es el famoso episodio de los “exploradores”. Han pasado casi dos años de la travesía por el desierto y el pueblo de Israel está a punto de ingresar a la tierra de la mano de Di-s, como todo lo que les sucedió desde que fueron redimidos de la esclavitud en Egipto.
Muchos tomamos como natural el hecho de que Di-s haya pedido a Moshé que envíe gente representativa de cada tribu para reconocer la tierra a la que entrarían en breve. Sin embargo, si ése era el plan de Di-s, que los sacó de Egipto y les abrió el Mar de los Juncos, y los alimentó y los protegió del sol con su nube y del frío con su fuego… ¿Tenía necesidad de hacer ir a seres humanos a investigar la tierra que Él ya tenía predestinada para el pueblo de Israel? ¿En qué cambiaría la historia la mirada de estos exploradores? ¿Acaso había alguna posibilidad de no ingresar o de modificar el destino?
Podríamos complejizar la pregunta y decirnos que si bien hay situaciones, hechos, lugares que existen y ocurren, lo que vivenciamos de ello es lo que vemos/decidimos ver/nos preparamos para ver.
La historia, quizás sea el relato de una mirada o de varias…
Quizás todos recordarán como continuó este episodio: De los doce enviados, diez volvieron desahuciados, asustados por lo que vieron, convencidos de que no podrían entrar a esa tierra. Y los dos restantes, Yehoshua bin Nun y Kalev ben Yefuné retornaron con una visión optimista y positiva. Aunque nadie les creyó. Todos, llorando, pedían un líder que los lleve de vuelta a Egipto…
¿Qué cambió en esta gente que de pronto tienen tan debilitada la confianza. ¿Acaso no venían de dos años de prueba tras prueba de la protección de Di-s durante la travesía en el desierto?
¿Cuál es el contenido de este miedo y desesperación?
¿Tan débil es su fe?
Los maestros jasídicos no hablan de falta de fe sino de una interpretación de la fe. Las motivaciones de los 10 exploradores eran puras. Querían permanecer en el desierto para continuar esa vida de “santidad”, desconectados de las perturbaciones del mundo y la preocupación por la supervivencia. Entrar a Israel suponía trabajar la tierra, ganarse el propio sustento en lugar de recibirlo del cielo, procurarse su abrigo en lugar del calor del fuego divino. Querían quedarse unidos idílicamente al Di-s del desierto- pura presencia y proveedor de todo…
Quizás ahora podamos entender de otro modo el mensaje de este texto.
De lo que habla esta parashá es del desarrollo de la fe – del pueblo de Israel en el desierto – y de nosotros, en cada una de nuestras travesías.
Existe un estadío básico, primario de la fe. Aquél que se sustenta en la presencia de Di-s como la tuvo el pueblo desde que salió de Egipto, un Di-s que da la ley, que allana el camino ante el peligro, que sostiene, que asegura, más allá nosotros. Una fuerza total que guía y encamina de acuerdo con su proyecto.
La Torá, creo entender, nos viene a enseñar que ese no es el estadío más elevado de la fe. Tenemos que crecer y en este crecimiento nosotros también tenemos un lugar, un rol que desarrollar en nuestra historia. El ideal de vida no es el asilamiento espiritual. El ideal de la historia no es la soledad del desierto. Tampoco lo es el dejarnos llevar pasivamente por el destino sobre el que no podremos decidir.
No. El pueblo de Israel- como nosotros- tendrá que dar un paso más allá de esta primera etapa de dependencia del cielo. Debe aprender a tener confianza en sí mismo. Porque quizás la confianza en uno mismo sea una de las funciones más importantes de la fe en Di-s.
La confianza en uno mismo no quita a Di-s de la escena, sino que lo potencia. Somos socios en la escritura de nuestra historia. Por eso el mandato de enviar exploradores, porque no habría entrada posible a la tierra si no se nos fortalecía la confianza… en ellos mismos, en nosotros mismos. Allí está basada la concepción más elevada de la fe. Un pueblo, una persona, que no descansa en el plan de Di-s, sino se hace explorador de su propia tierra. Y digo explorador y no espía (como muchos suelen llamarlos), porque la fe no se construye mirando desde afuera, sin participar y sin que nadie se dé cuenta de que uno está allí. La fe se consolida caminando las geografías de nuestra historia, equivocándonos, dudando, avanzando y retrocediendo, fortaleciendo nuestra confianza en nosotros mismos, que es la mejor manera de dar cuenta de la presencia de Di-s en nuestras vidas.
Y para eso necesitamos educar la mirada.
Una mirada propia, no “enlatada”, no contaminada por los agoreros de turno, los desconfiados profesionales de turno que nos llenan de miedo y de desconfianza… porque les hemos regalado nuestros ojos y nuestras conciencias.
El pueblo de Israel se desespera. Se le rebela a Moshé con una virulencia inusitada e injusta.
Tanto tiene que ver la mirada corrompida que cuando estos diez vuelven, cuentan cómo los habitantes de la tierra los percibían:
וַנְּהִי בְעֵינֵינוּ כַּחֲגָבִים, וְכֵן הָיִינוּ בְּעֵינֵיהֶם.
“Nos sentíamos como langostas y así nos veían ellos a nosotros”. (Bemidbar 13:33)
Ellos se percibían pequeños ante el desafío de la nueva tierra y la concreción de la promesa. Y no sólo eso sino que les adjudicaron a los pobladores – con los que no tuvieron ningún contacto- un tipo de mirada: nos miraban como insectos a los cuales fácilmente podrían aplastar.
Ante esa construcción de cómo se veían y cómo eran vistos, nada bueno podría suceder.
Pero fíjense qué interesante.
Dejemos por un minuto la Torá y vayamos a la Haftará, la que relata un episodio paralelo: los que van a explorar la tierra antes de la conquista, después de 40 años en el desierto.
Y Rajav- una mujer que conversa con los enviados dice lo siguiente:
יָדַעְתִּי, כִּי–נָתַן יְהוָה לָכֶם אֶת–הָאָרֶץ; וְכִי–נָפְלָה אֵימַתְכֶם עָלֵינוּ, וְכִי נָמֹגוּ כָּל–יֹשְׁבֵי הָאָרֶץ מִפְּנֵיכֶם.
“Sé que Di-s les ha dado la tierra, y que nosotros les tenemos miedo a Uds. y que todos los moradores del país ya han desmayado por causa de vosotros”. (Yehoshua 2:9)
¿Se dan cuenta?
Los exploradores que mandó Moshé mueren de miedo y se sienten langostas antes la mirada de los otros.
Y los exploradores que mandó el sucesor de Moshé, Yehoshua, escuchan que los habitantes de la tierra están derretidos de miedo por el avance del pueblo de Israel.
Estamos en el relato bíblico desafiados a revisar nuestras “condiciones de fe”.
Estamos invitados a desarrollar confianza en nuestras miradas. Y en esa conversación entre nosotros y la presencia divina cultivar una fe que nos haga fuertes, seguros y sostenidos.
Pero nada de eso sucederá por milagro. Necesitamos aprender a mirar con nuestros ojos. Liberados de discursos de otros que nos necesitan ciegos.
Estamos viviendo momentos de desierto y aislamiento. En un horizonte aún incierto todos queremos llegar a una tierra que podamos habitar en libertad.
Estamos ante un gran riesgo:
No saber mirar correctamente lo que viene, a quiénes tendremos enfrente, con quiénes construiremos una nueva posibilidad. En estos larguísimos días de encierro y reflexión tendremos que juzgar sinceramente el modo en el que miramos y en el que creemos que nos perciben. El riesgo que tenemos es que al sentir tanto miedo de contagiarnos- contagio que viene de la interacción con otros- desarrollemos aversión y desconfianza ante cualquier otro. Y una sociedad basada en la desconfianza y el odio, va a volver a enfermarse rápidamente.
Vamos a tener que volver a confiar. Necesitamos confiar. Si no, quedaremos deambulando sin rumbo, aunque por afuera se nos vea caminando en las calles. No perdamos esta oportunidad.
Shabat shalóm,
Rabina Silvina Chemen