REFLEXIONES SOBRE PESAJ: Sobre los protagonistas anónimos

¿Quién construyó Tebas, la de las siete puertas?
En los libros se mencionan los nombres de los reyes.
¿Acaso los reyes acarrearon las piedras?
Y Babilonia, tantas veces destruida,
¿Quién la construyó otras tantas?
¿En qué casas de Lima, la resplandeciente de oro, vivían los albañiles?
¿A dónde fueron sus constructores la noche que terminaron la Muralla China?
Roma la magna está llena de arcos de triunfo.
¿Quién los construyó?
¿A quiénes vencieron los Césares?
Bizancio, tan loada,
¿Acaso sólo tenía palacios para sus habitantes?
Hasta en la legendaria Atlántida, la noche que fue devorada
por el mar,
los que se ahogaban clamaban llamando a sus esclavos.
El joven Alejandro conquistó la India.
¿Él solo?
César venció a los galos;
¿no lo acompañaba siquiera un cocinero?
Felipe de España lloró cuando se hundió su flota,
¿Nadie más lloraría?
Federico II venció en la Guerra de los Siete Años,
¿Quién más venció?
Cada página una victoria
¿Quién guisó el banquete del triunfo?
Cada década un gran personaje.
¿Quién pagaba los gastos?
A tantas historias, tantas preguntas.

«PREGUNTAS DE UN OBRERO QUE LEE», Bertolt Brecht

REFLEXIONES SOBRE PESAJ: Sobre los protagonistas anónimos

Cada año me pregunto si no estoy repitiendo en mi celebración de Pésaj una fórmula exitosa, un modo de leer la festividad que no me descoloca y me ofrece significados adecuados a mi manera de vivir mi tradición y mi humanidad.

Y me siento mal en la comodidad porque me tienta a quedarme en ese espacio conocido que se transforma en una bella pero mera repetición de un ritual que, por su misma cadencia, va acallando las preguntas sustanciales que debemos hacernos en estos días.

Hoy mi Pesaj tiene que ver con todos los no nombrados en las gestas históricas. Desde entonces hasta ahora; los villanos y los salvadores son los que tienen nombre y apellido (rara vez son las mujeres las que encabezan esas listas). Claramente asociamos la celebración de Pésaj al despotismo del Faraón, a la valentía de Moshé, la compañía de Aharón, el liderazgo vedado de Miriam. Ellos son las caras visibles de la epopeya de la redención, sostenidos por la milagrosa participación de Dios.

La liberación de Egipto de la casa de esclavitud es una formulación genérica que nos aplana nuestra manera de encarar la historia, las historias y, sobre todo, las tragedias de esta humanidad, en el pasado y en nuestro tiempo.

La casa de esclavitud supone un número incalculable de esclavos y esclavas, de hijos e hijas nacidos bajo el yugo. De viejos harapientos, de muertes abandonadas…Nadie tiene nombre en el relato bíblico salvo la familia que engendrará al héroe de la redención y la realeza. Nadie tiene nombre, ni temperatura, ni condición social, ni sentimientos, ni palabra… pero que, sin esos miles y miles de oprimidos, esta historia no hubiera existido. Tampoco le conocemos los nombres a los opresores, funcionales a un sistema que por migajas creyeron que hacían historia cuando en realidad fueron meros alcahuetes del poder enviados a realizar el trabajo sucio. Ellos tampoco tienen nombres, como tampoco lo tienen sus parejas, sus hijos e hijas, testigos de la humillante decisión de vivir con abusadores de poder y violencia.

Si revisáramos los libros con los que estudiamos en la escuela veríamos cómo nos han moldeado nuestra narrativa de la historia iluminando el gran relato y las fechas absolutas marcando principios y fines; los principios y los finales de las épocas, como si el tiempo fuera mensurable por el relato de un historiador sentado en su escritorio.

Pero detrás de los grandes titulares hubo, hay y seguirá habiendo legiones de seres humanos que funcionan de “extras” en el teatro de la historia. Y es con ellos y por ellos que los hechos que quedan en la memoria suceden.

¿Quién construyó Tebas? ¿Cuántos participaron en la reconstrucción de Babilonia? ¿Acaso Alejando Magno logró conquistar toda la India solo?

¿Se dan cuenta? Creemos estar contando la historia, cuando en realidad estamos repitiendo lo que otros quieren que digamos y en esta operación vamos perdiendo la sensibilidad por la dignidad humana que se malgasta con cada opresión y conquista.

Mi Pésaj este año estará dedicado a ponerle rostros en mi imaginación al abuelo de una familia hebrea que enfermó y nadie le procuró alivio, a la joven que aún en las peores condiciones de esclavitud conoció el amor y se arriesgó por un instante de calor humano.

Mi Pésaj este año les pondrá voces a los hijos del capataz obligados a callar ante la brutalidad de su padre, a los que tuvieron que guardar secretos por la vergüenza, a las madres que parieron a escondidas, a los que no creyeron que existiera algo llamado Dios que los salvaría de semejante deshonra.

Este Pesaj no evocaré a los 600.000 que lograron salir de Egipto. Del mismo modo que me comprometeré a no leer las noticias de las guerras ni las pandemias, ni los desplazamientos humanos, ni la pobreza con estadísticas numéricas que le extirpen la historia a cada uno de los que están padeciendo.

“A tantas historias, tantas preguntas”, escribió el poeta.

Por eso las “arba kushiot”, las cuatro preguntas, que lejos de ser un juego de niños sobre preguntas que ya sabemos sus respuestas, es una invitación a despertarnos del letargo de las generalizaciones y las narrativas victoriosas que desdibujan el trazo humano, particular, único de cada uno y cada una que vivieron lo que luego se transformaría en un evento festivo, evocativo, en casas decoradas, con mesas de manjares y personas celebrando.

Festejamos la liberación, es verdad. Pero no me quiero olvidar de las arrugas, de las cojeras, de las manos dadas, de las voces que cantaron en el milagro, de los gritos de pavura, de las palabras de amor y de los susurros de ternura, allí donde otros se entronizaban en los anaqueles de la historia.

Por cada persona de los que vivieron, para que hoy yo pueda celebrar, Jag Sameaj.

Rabina Silvina Chemen