PARASHOT AJAREI MOT- KEDOSHIM: Un ritual sobre nuestras elecciones

Esta semana volvemos a leer dos parashot juntas; Ajarei Mot y Kedoshim. Hoy me concentraré en un aspecto de la primera, Ajarei Mot que evoca el ritual de Iom Kipur en la época bíblica y que luego se transformó en una de las lecturas de este día sagrado.

La pregunta que tengo para hacernos es si la lectura es sólo un recuerdo de un ritual atávico, de la fe primitiva de Israel o nos permite visualizar, a través de esta coreografía que detalla la Torá, algunos elementos de nuestras propias elecciones.

Porque si tuviéramos que titular esta ceremonia, podríamos llamarla “la conciencia de la elección como fundamento de la expiación.”

El relato comienza diciendo que Aharón “… tomará los dos machos cabríos y los colocará ante Dios a la entrada del Tabernáculo. Y echará Aharón sobre los dos, suertes. Una destinada para Dios y la otra para Azazel. A uno lo ofrece como jatat- sacrificio expiatorio sobre el altar-. Al segundo lo coloca vivo ante Dios para servir de expiación para luego ser enviado a Azazel, al desierto.” (Vaikrá – Levítico 16:7-10)

Se echa suerte sobre los animales; uno sale sorteado para ser el que sea llevado al altar como la ofrenda del pecado y la suerte del otro va destinada a Azazel (que algunos lo comprenden como el desierto, un peñasco… u otro destino poco alentador). El sacerdote impone sus manos sobre el animal, confiesa una lista de conductas inapropiadas que las carga simbólicamente sobre el animal y lo dejan librado a su suerte, lleno de la energía pecaminosa de todo un pueblo.

Si hilamos fino, ambos animales, por más que se haya echado suertes, terminan muertos, o al menos el que es tirado por los peñascos, termina herido. Lo cierto es que ambas opciones tienen una connotación negativa, ambos animales sufren. ¿Es acaso ésta una opción de expiación? ¿Es el sufrimiento y la penitencia lo que nos dan herramientas para elaborar situaciones equívocas? O, preguntándolo de otra manera ¿nos conformamos con creer que en la antigüedad nuestros antepasados se contentaban viendo como un cabrito moría y el otro se despedazaba por la montaña y con eso, ellos verdaderamente quedaban libres de culpa y cargo?

Creo que lo que de este ritual me irrita es la escasez de opciones: hay dos animales, uno para acá, otro para allá. Hay dos salidas: una aparentemente buena, porque la llaman para Dios, cuando en realidad es un sacrificio llamado “jatat (jet en hebreo es pecado/transgresión)” por los pecados cometidos. Y otra, aparentemente desfavorable, que es un animal que carga con todas nuestras transgresiones y termina, en el peor de los casos, perdido en el desierto.

Un pensamiento binario, cerrado, simplista que nos muestra cómo a veces intentamos simplificar nuestras realidades, en opciones polarizadas, cerradas, sin grises, sin atender a la complejidad que supone vivir.

Nuestros errores no pueden y no deben clasificarse en dos, porque cuando lo hacemos perdemos la posibilidad de expiarlos, con sinceridad.

El que sale designado para Dios, para el korban jatat- el sacrificio por el pecado-, es un animal sobre el que no media ningún tipo de palabra, un sacrificio propiamente dicho, la inmolación de un otro al que no se le da ni explicación ni oportunidad. A ese animal se lo descuartiza en público y se cree que con el humo ascendiendo al cielo cumple con la función de limpiarlos de sus errores. Y allí, en ese animal, se condensan todos los que hemos sacrificado, usado, si se me permite, deshaciéndonos de nuestra responsabilidad. Sin palabras, sin explicaciones, sin elaboraciones, sin preguntas ni intentos de respuesta, sin siquiera poner nuestro cuerpo. Cuántas a veces creemos que entregando algo valioso conseguimos limpiar nuestras conciencias u ocultar nuestros errores.

El otro, el Seír laAzazel- el chivo expiatorio-, representa otro de los modos en los que a veces intentamos deshacernos de lo que hemos provocado, sin involucrarnos. El chivo expiatorio es el que carga sobre su lomo lo que no hizo, sobre el cual el sacerdote confesaba los pecados del pueblo, transfería la culpa, y así pretendía limpiar las responsabilidades de todos. El animal salía lastimado, moría o se perdía en lo inhóspito del desierto y cada uno volvía a su casa aliviado. Nadie puede hoy sentir que con ese ritual se conseguía la expiación, sino más bien, la evasión, el deshacerse de lo que a cada uno le tocaba para que otro, inocente al fin, cargue con lo que a cada uno le correspondía. El Seír la Azazel representa el modo en el que algunos pretenden deshacerse de sus responsabilidades cargando en otros, el peso de su culpa.

Por eso creo que este ritual no prosperó ni tomó formas rituales similares una vez que el Beit Hamikdash fuera destruido.

Porque el pensamiento dicotómico, binario, de respuestas preestablecidas no nos ayuda a crecer, a mejorar, a criticarnos, a conocernos, a perdonarnos y aprender a perdonar a otros.

No hay dos chivos, no hay maneras de transferir el pensamiento mágico de poner sobre otros lo que nos corresponde a nosotros.

Quizás por eso, antes de describir el ritual, el versículo 4 del capítulo 16 explica que Aharón “Se vestirá la túnica santa de lino, y sobre su cuerpo tendrá calzoncillos de lino, y se ceñirá el cinto de lino, y con la mitra de lino se cubrirá. Son las santas vestiduras; con ellas se ha de vestir después de lavar su cuerpo con agua.” 

Antes de ninguna escena pública que trate de lavar nuestras culpas, tendremos que venir limpios, no de errores, sino de aquellas intenciones que disfrazan nuestras verdades y dispuestos a asumir y a aprender para poder decidir mejor.

La manera en la que tramitamos nuestras equivocaciones no es a través del azar o de un sorteo. Es una decisión que nosotros, desde que no hay más sacerdotes, tenemos la obligación de asumir.

¿Es un ritual para obtener el perdón? Creo que no.

Intuyo que esa escenificación de nuestros modos de decidir frente a las situaciones en las que hemos errado nos permite visualizar cuántos atajos a veces tomamos para ni siquiera darnos cuenta del daño que hacemos o nos hacemos; sacrificar sin palabras, cargar sobre otros nuestra responsabilidad, jugar a que si no se sabe no sucede…

Somos mucho más que entes que funcionamos entre únicas opciones de estímulo y respuesta. Tenemos incertidumbres, contramarchas, preguntas, seguridades, probamos y desandamos, caemos y lloramos, gozamos y sufrimos. Nadie más que nosotros sabrá, si nos damos permiso, encontrar modos de revisar lo que nos agobia para fortalecer nuestros mejores modos de tomar decisiones y construir una vida que no dependa de magos, ni sacerdotes, ni ningún animal que nos libere de la responsabilidad que tenemos que asumir, la de ser dueños de nuestras vidas.

Shabat Shalom,

Rabina Silvina Chemen.