No seré original si al escribir sobre ParashatVaikra, hable de una letra- la alef-. Esa letra sin sonido con la que la palabra Vaikrá termina. Una letra que si no fuera por el modo en el que está escrita en la Torá, nadie hubiera reparado en ella. Curiosidades de una tradición interpretativa que busca sentidos hasta de letras disminuidas en tamaño en un pliego de cuero. Una alef pequeña que se sigue reproduciendo, copiando, sin que a nadie se le ocurra “corregir” esa supuesta diferencia de estatura.
En este Shabat comenzamos a leer el Libro de Vaikrá-Levítico. Un libro que atosiga con imágenes, olores, sonidos de rituales sacrificiales, explicados al mínimo detalle. Un libro “lleno” casi sin espacios para meditar, repensar, contemplar. Hay que hacer y hacer… en una religiosidad activa, concreta, que ocupa todos los espacios.
Pero todo esto sucede después de esta palabra Vaikrá- “Y [Dios] llamó”.
Extraño verbo asociado a la palabra divina, que no pide permiso para hablar y hablar… como leemos repetidísimas veces: Vaidaber Adonai– “Y habló Adonai”.
Y ahora… llama.
Es interesante la diversidad de formas con las que se llama este libro:
El nombre en español, Levítico, viene de la traducción griega de la Biblia y significa «pertenecer (o relacionarse) con los levitas», y refleja la concepción de que todo el personal del culto, incluidos los sacerdotes (kohanim) —el enfoque principal del libro— son de la tribu de Leví. Es por eso que también los sabios lo mencionan también como Torat Kohanim Y curiosamente tanto Martin Buber y Franz Rosenzweig se refieren a este libro como «Er Rief» -«él llamó”-.
Una enseñanza jasídica sostiene que en esa pequeña letra está contenida la totalidad de la Torá condensada dentro de ella.
La alef, el comienzo de todas las letras, y de múltiples pronunciaciones, ya que su “no sonido” nos habilita a todas las combinaciones de lecturas posibles. La alef es una letra plurivalente. Representa a Dios y su misterio, que queda inaccesible desde el momento de la creación cuando al abrir la Torá constatamos que todo comienza con la Bet- “Bereshit”- “En el comienzo”. Algo queda atrás… que nosotros no comprenderemos, ni manipularemos, ni controlaremos.
Alef– que como palabra remite a la “aluf”, campeón, poderoso, como lo es Dios.
Alef; א con una forma con dos conductos abiertos en su dibujo: uno hacia la tierra y otro hacia el cielo… esa intersección entre lo mundano y lo divino…
El misterio de la existencia de Dios y de sus atributos también está aludido en la palabra alef אלף que al revés se lee pele פלא – misterio.
Una hermosa e infinita letra que hoy aparece pequeña.
Y quizás contra toda imaginación contraria, acerca de la grandiosidad de Dios la alef pequeña, de hecho, nos llama conectarnos con lo divino.
Explican nuestros maestros que el mismo Dios se hace a sí mismo “pequeño”, como si fuera que su santidad puede ser encontrada en cualquier lugar, aún en el corazón de la persona más débil.
Y acá me quedo. Porque no todas las personas que se llaman “de fe”, responden al llamado de una alef pequeña. Y esa pequeñez puede ser entendida de diversas maneras:
– que cada suceso ínfimo de la vida es una oportunidad de buscar esa porción de misterio que nos hace comprender que la vida es mucho más que una sucesión de rutinas.
– que la fe no se mide en edificios cada vez más grandes, en propuestas cada vez más onerosas o en voces que aturden cada vez más. No son ni el tamaño, ni el volumen, ni la excentricidad ni el poder los que garantizan la presencia de Dios.
Y este tiempo de puras formas y visibilidades nos ha hecho creer que una alef silenciosa y pequeña es invisible, cuando todo lo contrario: el llamado- si seguimos con la traducción de la palabra Vaikrá- el llamado es casi imperceptible; porque allí es donde se juega nuestra escucha, nuestra disposición a hacer y ser lo que corresponde en este mundo- y eso es lo que yo llamo tener conciencia divina en nuestras existencias.
La alef pequeña nos invita a hacer silencio: a hacer audible lo que tapamos con todos los ruidos y a hacer visible lo que dejamos porque nos encandilan las grandes pantallas.
Un silencio que ya el midrash lo ubica en el momento más sublime e intenso de relación con Dios: la revelación en el Sinai.
Rabí Abahu dijo: «Cuando el Santo dio la Torá, ningún pájaro gritó, ninguna ave voló, ningún buey bramó, los ángeles no se movieron, los serafines no dijeron» Santo, Santo, Santo, «el mar no se movió, las criaturas no hablaron. El mundo entero cayó en un silencio total”.Shmot Rabá 29: 9
El silencio que habilita la escucha de la voz profunda, quieta, verdadera. Silencio que nos previene de la confusión y el encantamiento de los espejitos de colores.
Somos llamados a escuchar nuestra propia voz que sólo aparece cuando nos dedicamos tiempos sagrados, de conexión con nosotros y con el cielo.
Somos llamados a vaciarnos de lo que no nos pertenece para encontrarnos y encontrarLo.
Que seamos merecedores de ese llamado.
Que tengamos la grandeza de atender lo pequeño.
Feliz comienzo del desafiante libro de Vaikrá.
Shabat shalóm,
Rabina Silvina Chemen