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Estamos en la segunda parashá del libro de Shemot. Estamos en la antesala de la salida de Egipto. Con toda su narrativa y su dramatismo.
Nos esperan las plagas. Nos espera el sufrimiento, el corazón endurecido del Faraón, la instalación de Moshé como líder de esta incierta epopeya, después de tantos años de opresión.
No suelo hablar de las plagas. Aunque fueron un plan de Dios. No puedo. No me enorgullecen. No les encuentro fundamentación que me tranquilice.
Pero sucedieron. Ésta es la historia. Y con ella debemos hacer algo.
Hoy vamos a fijar nuestra atención en Paró.
Leamos el texto de la Torá:
Y Moshé y Aharón hicieron como Adonai lo mandó; y alzando la vara golpeó las aguas que había en el río, en presencia de Faraón y de sus siervos; y todas las aguas que había en el río se convirtieron en sangre.
Asimismo los peces que había en el río murieron; y el río se corrompió, tanto que los egipcios no podían beber de él. Y hubo sangre por toda la tierra de Egipto.
Y los hechiceros de Egipto hicieron lo mismo con sus encantamientos; y el corazón de Faraón se endureció, y no los escuchó; como Adonai lo había dicho.
Y Faraón se volvió y fue a su casa, y no prestó atención tampoco a esto. Shmot 7: 20-23
וַיֶּחֱזַק לֵב-פַּרְעֹה וְלֹא–שָׁמַע אֲלֵהֶם, כַּאֲשֶׁר דִּבֶּר יְהוָה. וַיִּפֶן פַּרְעֹה, וַיָּבֹא אֶל-בֵּיתוֹ; וְלֹא–שָׁת לִבּוֹ, גַּם–לָזֹאת.
No sé si se dan cuenta. La plaga de la sangre está en marcha. El Faraón no escucha lo que esto significa. No registra el contenido de este mensaje, la evidencia de la existencia de un poder superior a él que está manejando los hijos de la historia. No escucha. Se le endurece el corazón.
Pero luego, Y Faraón se volvió y fue a su casa, y no prestó atención tampoco a esto.
Aparentemente ya lo había dicho la Torá en el versículo anterior… No había escuchado. Y ahora ¿no prestó atención? ¿Por qué repite? ¿Será lo mismo? ¿Cómo interpretarlo?
El rabino Naftali Zvi Yehuda Berlin (s XIX) trae una interpretación que me deja pensando. Él dice que el primero se debe a que, efectivamente, no escuchó el pedido de liberar al pueblo y el segundo, a que no prestó atención, o sea, que no se inmutó con lo que veía, no se conmovió con ver cómo su pueblo sufría por su negativa. Por eso dice que entró a su casa. Se metió en sí mismo. Cerró sus ojos al dolor del otro. No se hizo cargo. No le importó.
Salgamos de Egipto y de la saga de la liberación.
Ya no se llenan los estanques de agua ni los ríos ni los pozos de sangre. Pero hay muchos que sufren. Y hay muchos que se meten en sus casas.
Nos hacemos los distraídos. No prestamos atención. No nos conmueve… casi como si nos hubiéramos acostumbrado a ni siquiera ver que el otro sufre.
Y si queremos vivir en una sociedad justa, no es suficiente reclamar sólo a los sistemas judiciales. Tenemos que adherir a un compromiso con la justicia, aquella que prioriza la mirada de la víctima. El sufrimiento del otro me tiene que doler y me debe mover a buscar una respuesta.
Hemos dejado de ver al que sufre. Nos han convencido que meternos en casa es más seguro. Es probable.
Pero si seguridad es encierro e indiferencia ante la injusticia, prefiero arriesgarme, educar la mirada y salir a hacer algo por lo que me rodea.
No hay posibilidad de construir un pensamiento ético, si no nos mueve el dolor del otro.
Max Horkheimer, filósofo y sociólogo judío alemán, miembro de la Escuela de Frankfurt de investigación social decía que el judaísmo significó para él siempre la esperanza en una justicia consumada.
Y yo añado; ¿Para qué estudiamos y hablamos, predicamos e insistimos en la ética, el prójimo, la responsabilidad por el otro si no creemos en que la justicia es posible y si no trabajamos para consumarla?
El amigo de este pensador, Theodor Adorno, en una carta le escribía: «Lo primario en ti fue la rebelión contra la injusticia».
Abogo para que nos transformemos en rebeldes luchadores contra la injusticia, que tanto dolor provoca. Para eso necesitamos el corazón permeable, los ojos abiertos, las puertas de la casa de par en par. Necesitamos volver a conmovernos, y abandonar la rigidez con la que creímos que nos salvaríamos.
Las plagas en Egipto fueron devastadoras. La indiferencia fue una de ellas.
No hablemos más del Faraón. Hablemos de nosotros.
Shabat Shalom,
Rabina Silvina Chemen