PARASHAT TOLDOT: El desafío de saber mirar

“Para mí, es como si los artistas, los científicos y los filósofos estuviesen ajustando lentes, es toda una gran preparación para cualquier cosa que nunca acontece. Un día la lente quedará perfecta, y entonces veremos todos nítidamente, veremos cómo el mundo es asombroso, maravilloso, ¡lindo! Pero, entretanto, andamos sin anteojos, por así decir. Tropezamos como idiotas miopes y bizcos. No vemos lo que está debajo de nuestra nariz, porque estamos tan empeñados en ver las estrellas o lo que está más allá de ellas. Intentamos ver con la mente, pero ésta sólo ve lo que le mandan ver.”  Henry Miller, escritor norteamericano s. XX

Hoy vamos a hablar de la ceguera, o de las cegueras.

Una ceguera que no comienza en nuestra parashá sino que viene sucediendo con matices diversos desde que comenzamos el camino de la fe. La historia de nuestro pueblo está hilvanada por el lugar de la mirada en cada circunstancia.

Repasemos: Abraham se ciega, de algún modo, ante el mandato: Toma a tu hijo, a tu único, a quien amas, a Itzjak y ofrécemelo en Olá. No ve la contundencia de la prueba, está dispuesto a entregar a su hijo. Abraham NO QUIERE VER.

Con Itzjak, en esta parashá, volveremos a hablar de la mirada: Un día, cuando Itzjak ya era anciano y sus ojos se le habían nublado hasta perder la vista, llamó a Esav, su hijo mayor, y le dijo: «¡Hijo mío!» Y Esav respondió: «¡Aquí estoy!» (Bereshit 27:1)

En hebreo, la dificultad en la vista de Itzjak se menciona de este modo:

 וַיְהִי כִּי-זָקֵן יִצְחָק, וַתִּכְהֶיןָ עֵינָיו מֵרְאֹת

Vatijena enav Merlot, que literalmente se podría traducir como: se le nublaron los ojos de ver. Podríamos inferir por ahora, y ya lo desarrollaremos, que: Itjzak VIO DEMASIADO.

Mucho más adelante, cuando Iaakov está a punto de morir y llama a todos sus hijos para darles la bendición como así también a los hijos de Iosef; Efraim y Menashé, la Torá nos dice (Bereshit 48:8-10): Y vio Israel los hijos de Iosef, y dijo: ¿Quiénes son éstos? Y respondió Iosef a su padre: Son mis hijos, que Dios me ha dado aquí. Y él dijo: Acércalos ahora a mí, y los bendeciré. Y los ojos de Israel estaban tan agravados por la vejez, que no podía ver. Les hizo, pues, acercarse a él, y él les besó y les abrazó.

 וְעֵינֵי יִשְׂרָאֵל כָּבְדוּ מִזֹּקֶן, לֹא יוּכַל לִרְאוֹת

Y los ojos de Israel sus ojos se agravaron…, se hicieron pesados “kavdú”, lo iujal lirot, no podía ver. Iaakov NO PUEDE VER.

Abraham no quiere ver.

Itzjak vio demasiado.

Iaakov no puede ver.

Focalicemos ahora en la ceguera de Itzjak. ¿Por qué el texto bíblico elige decir que sus ojos se “nublaron de ver”?

Ésta es la situación en la que está Itzjak, viejo, al borde del final de sus días: Su hijo menor, Iaakov, lo engaña, simula ser Esav, el primogénito, el destinatario de la bendición. ¿Será que realmente está ciego y no diferenciar entre uno y otro? ¿Será que su ceguera no es física sino perceptual, como una incapacidad espiritual de distinguir, por ejemplo, entre Iaakov y Esav?

¿Por qué estaba ciego Itzjak?

El midrash (Bereshit Rabba 65,9) lo explica: Sus ojos estaban nublados de ver, ¿qué vio? El midrash cuenta que cuando estaba atado mirando al cielo, con su padre con el cuchillo levantado para sacrificarlo, vio a los ángeles llorar para detener la ceguera de su padre Abraham. Es la manera que tiene el midrash para poner en los ángeles la protesta de que la Akedá –la atadura de Itzjak a esos leños–, es extraña a Dios, no está en concordancia con la justicia divina. En este midrash las lágrimas expresan la tragedia objetiva de la Akedá; el mundo y sus fundamentos espirituales lloran al ver la imagen de un padre sacrificando a su hijo. Itzjak fue testigo y víctima. Él sintió las lágrimas de los ángeles, la tragedia y la tristeza de que un hecho así pueda ser posible, mientras miraba el rostro de su padre preparado para sacrificarlo.

Abraham, el iniciador de esta fe, también tuvo que aprender a mirar. Pero este episodio, el de la Akedá, lo cegó, quizás en su afán de conquistar un nombre en la historia, el mote del primero en demostrar su fe.

Ese tipo de ceguera que no fue sólo la de Abraham, sino de todos los que no tienen mella en sacrificar lo que tienen delante porque no pueden ver más allá de su propio propósito, esa ceguera, decíamos, va a parir hijos que tampoco ven, pero no por encandilamiento en la posibilidad del poder, sino que por el horror de lo que vieron, eligen no ver; por el dolor de ver lo que ojos ciegos de codicia hicieron con ellos, prefieren no ver.

De un padre ciego por codicia, nace un hijo ciego por dolor; de un padre que prefiere no abrir sus ojos, nace un hijo que no puede ver, porque ya nadie le ha enseñado a usar su mirada para construirse.

Y en este juego de cegueras está en juego el riesgo de la invisibilidad que se produce por luchar tanto por ser visibles ante cualquier costo.

David Levin, autor Las obras de la visión, una obra que desarrolla el concepto de visión desde Aristóteles hasta Deleuze, desarrolla el concepto de una sociedad occidental ocularcentrista. Dependemos de la mirada, de lo que vemos y de lo que nos ven. Tanto que nos hemos quedado ciegos de nosotros mismos.

“No es sólo es ciego quien habita en lo invisible; en verdad, estamos todos, en cierto sentido, inmersos en la ceguera, habitantes de lo invisible.”

Y la única manera de dejar de serlo es adentrándonos en nuestras invisibilidades más que empacarnos en nuestras posiciones visibles. Allí donde dejamos de ver, allí tenemos la oportunidad de comenzar a ver. Allí donde dejamos de gobernarnos y fascinarnos por nuestra propia mirada y las miradas de los demás, allí podemos ver nuestro verdadero ser.

Educar la mirada para hacernos sensibles de las presencias de los otros en nuestras vidas, nos va a hacer visibles ante los ojos de los demás. Y no porque brillemos más u ocupemos más espacios, o seduzcamos o sometamos más a otros. Sino por el pacto de responsabilidad que celebramos cuando abrimos los ojos y vemos quiénes nos miran. Y en esa conversación sin palabras, nos confirmamos unos a otros.

Como escribió Martin Buber en su obra “Yo-Tú”: “El hombre desea ser confirmado en su ser por el hombre, y desea tener una presencia en el ser del otro…”

Somos lo que vemos y cómo nos miran.

Que podamos ver.

Que queramos ver.

Y que, con eso, construyamos generaciones de personas que puedan mirar en libertad.

Shabat shalóm

Rabina Silvina Chemen