Con cierto pesar dejamos atrás las historias de Bereshit. Al menos ésa es mi sensación, porque se acaba la perspectiva individualista, íntima de relatos de vínculos familiares, emociones encontradas para hablar ahora, en el libreo de Shemot, de lo comunitario, de los bnei Israel- los hijos de Israel-, los hebreos, el pueblo, donde se diluye la privacidad de la vida para hablar del colectivo. Y en esa masa, un nombre: Moshé. Un líder. Único. Especial. Inolvidable. Humano. Con luces y sombras. Un profeta. Un luchador. Un idealista.
Ese Moshé del que hablamos porta aún desde antes de su nacimiento, los recursos que harán de él un líder que trascenderá su tiempo y su geografía. Porque fue “parido” por la defensa de los ideales y la resistencia ante la injusticia.
El decreto estaba firmado. Los hebreos no podrían parir hijos porque si viniere un hijo varón al mundo sería asesinado para evitar la proliferación de esta extraña gente asentada en la tierra más rica de Egipto. Así y todo, las parejas seguían teniendo hijos. Éste es el caso de los padres de Moshé, que, a riesgo de la peor de las escenas tienen un hijo.
Las parteras que tienen la obligación de matar a los bebés varones, no lo hacen. A riesgo de perder sus vidas, no matan otra vida.
La madre que no se resigna a perderlo lo salva poniéndolo en la famosa canasta, para que alguna alma se apiade de ese niño. Y no sólo ella se arriesga sino también su hija Miriam, que lo custodia mientras flota en el río Nilo, para que nada le pase.
En su derrotero es encontrado por la hija del Faraón que lo toma en sus brazos y aun sabiendo que es hebreo, lo prohija, lo lleva al palacio, lo salva.
Y así, Miriam, con su corta edad, consigue convencer a la hija del Faraón de traerle a una nodriza para el niño, con lo que la propia madre – ahogando la verdad – lo amamanta hasta que lo debe abandonar sano y salvo, luego del destete.
Todos hicieron lo que su ética y su alma les mandaba, más allá de los decretos y los roles sociales del momento.
Moshé fue “parido” por los ideales y las convicciones de todos los que no se corrompieron ni se anestesiaron con las circunstancias.
Así nace y crece.
Mata a un esclavista. No tolera la injusticia y no se escuda en sus credenciales monárquicas.
Escapa y se encuentra frente a ese arbusto encendido que no se quema.
Allí es llamado. -Moshé, Moshé. Y él, como todos los que hicieron posible su vida dice: –Hineni. Aquí estoy. Como estuvieron su madre y su padre, su hermana, la hija del Faraón, las parteras… Hineni es lo que aprendió a decir aún desde su concepción. Estar dispuestos a luchar por lo que creemos que se debe hacer, que tenemos que hacer.
Y a ese Hineni, la frase de Dios: “Quítate los zapatos de tus pies. La tierra sobre la que estás parado, tierra sagrada es.”
Y esto es mucho más que un ritual. Es una posición en la vida. La que asumen los verdaderos líderes y por qué no, los que deciden vivir una vida honesta y justa: vivir cada espacio y cada tiempo como espacios y tiempo sagrados y eso ¿qué significa? Hoy, esto que estoy haciendo, lo que ahora me está pasando, de lo que me tengo que ocupar en este momento, es sagrado. Dejar de creer que los brillos, el éxito, los grandes logros son el horizonte, para descalzarnos y darnos cuenta que esta tierra es tierra sagrada: nuestra casa, la mejilla de un hijo, la mano de nuestros viejos, la cuadra de mi casa, mi lugar de trabajo. Es hoy. Es acá. Es ahora. Somos llamados a jugarnos por nuestros ideales en cada momento en los que la realidad nos pone a prueba. Qué queremos “parir”. Qué vamos a sostener. Qué vamos a defender. Cómo vamos a trascender la apatía y la resignación. Cuáles son nuestras causas. Las de todos los días. Cuánto nos animamos a tocar la tierra con nuestros pies y cuántas veces nos calzamos hasta los dientes para no tener contacto alguno y por tanto compromiso alguno con lo que estamos transitando.
Moshé me inspira a pensarnos en ese liderazgo humano. Imperfecto. Como lo fue él desde un principio.
En su estupor ante la misión que Dios le daría, Moshé antepone una dificultad: “No puedo. Soy pesado de lengua y de labios.” ¿Acaso Dios Todopoderoso no podría haberlo sanado de esa dificultad, permitiéndole hablar fluidamente? Y sin embargo la respuesta fue: “Tu hermano Aharón hablará por ti.”
Descalzo y sabiendo que va a encarar la misión de su vida con sus dificultades a cuestas, va a ir a enfrentar al Faraón, que tan bien conoce, para conseguir lo aparentemente imposible: liberar a un numeroso grupo de esclavos.
Acá comienza lo que para muchos es la historia de la conformación de un pueblo.
Sin embargo, para mí es también el comienzo de un modo de encarar la vida, con todas las dificultades y posibilidades, con todas las injusticias y promesas. Como Moshé, parido por los ideales que hicieron de él un ser que jamás abandonó los suyos y que en definitiva nos llevó hasta las puertas de la Tierra de la Promesa.
Shabat Shalom,
Rabina Silvina Chemen.