PARASHAT REÉ: la oportunidad de mirar

“… Hubo un tiempo, hace mucho tiempo, en que nadie miraba… 
No es que no tuvieran ojos los hombres y mujeres que se caminaban estas tierras.


Tenían de por sí, pero no miraban. Los dioses primeros, los más grandes, nacieron el mundo, pero no dejaron claro el para qué o el porqué de cada cosa. Y una de estas cosas eran los ojos.
¿Acaso habían dejado dicho los dioses que los ojos eran para mirar? No pues.
Y entonces ahí se andaban los primeros hombres y mujeres caminando a los tumbos, dándose golpes y caídas, chocándose entre ellos y agarrando cosas que no querían y dejando de tomar cosas que sí querían. Así como de por sí hace mucha gente ahora, que toma lo que no quiere y le hace daño, y deja de agarrar lo que necesita y le hace mejor, que anda tropezándose y chocando unos con otros.
O sea que los hombres y mujeres primeros sí tenían ojos, sí pues, pero no miraban. Y muchos y muy variados eran los tipos de ojos que tenían los más primeros hombres y mujeres. Los había de todos los colores y de todos los tamaños, los había de diferentes formas. Había ojos redondos, rasgados, ovalados, chicos, grandes, medianos, negros, azules, amarillos, verdes, marrones, rojos y blancos. Sí, muchos ojos, dos en cada hombre y mujer primeros, pero no miraban.
Y así se hubiera seguido todo hasta nuestros días si no es porque una vez pasó algo. Resulta que estaban los dioses primeros, los que nacieron el mundo, los más grandes, haciendo una bailadera porque agosto era, pues, mes de memoria y de mañana, cuando unos hombres y mujeres que no miraban se fueron a dar a donde estaban los dioses en su fiesta y ahí nomás se chocaron con los dioses y unos fueron a dar contra la marimba y la tumbaron y entonces la fiesta se hizo puro escándalo y se paró la música y se paró el canto y pues también el baile se detuvo y gran relajo se hizo y los dioses primeros de un lado a otro tratando de ver por qué se detuvo la fiesta y los hombres y mujeres que no miraban se seguían tropezando y chocando entre ellos y con los dioses. Y así se pasaron un buen rato, entre choques, caídas, mentadas y maldiciones.
Ya por fin al rato como que se dieron cuenta los dioses más grandes que todo el desbarajuste se había hecho cuando llegaron esos hombres y mujeres. Y entonces los juntaron y les hablaron y les preguntaron si acaso no miraban por dónde caminaban. Y entonces los hombres y mujeres más primeros no se miraron porque de por sí no miraban, pero preguntaron qué cosa es “mirar”. Y entonces los dioses que nacieron el mundo se dieron cuenta de que no les habían dejado claro para qué servían los ojos, o sea cuál era su razón de ser, su por qué y su para qué de los ojos. Y entonces explicaron los dioses más grandes a los hombres y mujeres primeros qué cosa era mirar, y los enseñaron a mirar.
Así aprendieron estos hombres y mujeres que se puede mirar al otro, saber que es y que está y que es otro y así no chocar con él, ni pegarle, ni pasarle encima, ni tropezarlo.
Supieron también que se puede mirar adentro del otro y ver lo que siente su corazón.
Porque no siempre el corazón habla con las palabras que nacen los labios.
Muchas veces habla el corazón con la piel, con la mirada o con pasos él habla.
También aprendieron a mirar a quien mira mirándose, que son aquellos que se buscan a sí mismos en las miradas de otros.
Y supieron mirar a los otros que los miran mirar.
Y todas estas miradas aprendieron los primeros hombres y mujeres. Y la más importante que aprendieron es la mirada que se mira a sí misma y se sabe y se conoce, la mirada que se mira a sí misma mirando y mirándose, que mira caminos y mira mañanas que no  han nacido todavía, caminos aún por andarse y madrugadas por parirse.” 

Así quiero comenzar mi comentario sobre parashat Reé; con una adaptación del relato “La historia de las miradas” del libro Los Otros Cuentos- relatos del subcomandante Marcos.

Porque nuestra parashá nos devuelve a pensar nuestro modo de mirar.

Reé– Mira…Así comienza nuestra parashá.

No como en el relato en el que la gente tenía ojos y no sabían mirar.

Acá la Torá es clara.

Mirá lo que tenés delante.

Brajá y Klalá; bendición y maldición.

Quizás más allá de la veracidad de este relato folclórico mexicano lo interesante es que para no chocarte con el otro, para no lastimarte ni lastimar, para no llevarte nada puesto, para no tomar lo que no es tuyo, para bailar tranquilo y tener la fiesta en paz, hay que decidir mirar lo que tienes delante.

Y lo que hay delante es bendición y maldición. Hay logros y fracasos. Hay momentos de paz y turbulencia. Hay conquistas y tragedias.

«Mira, hoy pongo delante de ti la bendición y la maldición». Ese fue el mensaje insistente de Moshé al final de sus días.

No son los hechos pasados los que podremos cambiar en algunas circunstancias. No es lo que pasó. Sino el por -venir. Lo que vendrá… está delante de ti, dice la Torá.

¿Para qué sirven mirar?… para aprender a elegir qué hacer con lo que tenemos delante.

Cómo percibes, cómo quieres seguir caminando.

Y eso depende de tus ojos.

De no cerrarlos. Ni hacer la vista gorda.

Y quizás sea el tiempo del mundo en el que más horas nos pasamos mirando…

Miramos la tele.

Miramos pantallas.

Tocamos el vidrio y pareciera que con dos dedos agrandamos lo que vemos, sólo con un movimiento hasta llegar al más mínimo de los detalles. Pero ¿para eso sirven los ojos?, se preguntarían los primeros hombres y mujeres de nuestra historia… pregunta que nosotros ya no nos hacemos.

Una vez le dijeron a Kafka “La condición previa de la imagen es la vista” y Kafka respondió: “fotografiamos cosas para ahuyentarlas de la mente”.

Pareciera ser que los seres humanos a partir de todos los dispositivos con los que ocupamos nuestras miradas, estamos vaciando la mente de contenidos, ahuyentando vibraciones, expresiones, gestos, cercanías.

Todo queda estático. Fijado.

Atrapado en la pose en la que nos sacamos esa foto.

Y la publicamos.

Y muchos la retocan para quedar más estéticos, menos gordos, menos viejos… menos vivos.

Se está extinguiendo el envejecer. El devenir.

Es como si estuviéramos inventando otra vida fuera de la vida, aquella que por estar viva, florece y marchita, tiene luminosidades y sombras.

Nos mostramos para que nos miren.

Y dirá un escritor coreano Byung Chul Han, que nos mostramos para que nos consuman. Y aunque parezca duro y provocativo; cuántos publican alguna imagen y desesperan esperando a ver cuántos “me gusta” tiene. Y si tienen muchos es un éxito. Y entiéndase que éxito acá es gustar… gustar de una imagen fija, sin temperatura, sin contacto… y si nadie los mira sienten un rotundo fracaso. No me miran a través de la pantalla… y siento que no existo.

Pero los ojos están hechos para mucho más que eso.

Este escritor trae una metáfora que es interesante: habla de la diferencia entre la peregrinación y el turismo. Las peregrinaciones son modos de ir hacia un destino; son parte de un ritual, una tradición, con memoria, con identidad, hay un grupo de gente que va mancomunadamente a cierto lugar con un objetivo.

El turismo en cambio es ese modo de estar sin estar. Picotear un lugar al que no volverás, de donde publicarás alguna imagen y correrás para alcanzar a hacer todo lo que te recomendaron, desfilando sin detenerte ni un instante… y ya. Y con eso creemos que conocemos. Y sumamos millas…kilómetros… vaya a saber qué sumamos en esa suma…

Y volvemos a nuestra parashá.
Reé…mirá. Delante de vos, el encanto o el espanto.

Date tiempo para diferenciarlo.

Date silencios para meditarlo.

Todo se muestra tanto que hemos perdido la capacidad de entender lo que vemos. Y de decidir qué mostramos. ¿Se muestra todo para que no vean nada? ¿Miramos hacia afuera todo el tiempo, como espías en las vidas de los demás, para no mirar demasiado hacia adentro?

El problema es que la ininterrumpida exhibición interconectada de hoy ha desembocado en una suerte de esclavitud obligatoria; trabajamos sin descanso para mostrarnos y mirar, mostrarnos y mirar…

Estamos a días de comenzar el mes de Elul que para mí siempre es una puerta, una posibilidad.

En este tiempo de pandemia en el que casi nos parece impertinente hablar de Teshuvá- (¿no basta con el aislamiento y la angustia que tenemos que revisar nuestros errores?) nos hemos confrontado a la pregunta sobre nuestros modos de mirar…

Porque nos pasamos horas mirando una pantalla y esperando ser vistos por otros.

Porque vemos en los medios lo que ellos quieren que percibamos.

Porque ya no distinguimos entre virtualidad y realidad.

Todo esto no nos exime de revisar qué hacemos con nuestras miradas.

Algunos quedarán fijados a la mirada hacia el pasado. Y nada bueno puede pasar si no decidimos mirar hacia delante.

Otros podrán darse cuenta de cuántas veces tienen los ojos abiertos y no miran, están en casa sin estarlo, escuchan sin escuchar…

Quizás nos descubramos con miradas llenas de prejuicios, de sospecha, de intranquilidad…

Algunos se mirarán sólo a sí mismos como si el alrededor no existiera. Y otros mirarán sólo afuera porque la cita con uno mismo sigue siendo postergada…

Reé

Un verbo en imperativo

Es imperioso volver a mirar con nuestros ojos.

Reé

Un verbo en singular.

Mira.

Nadie puede mirar por ti.

Nadie puede decidir cómo es la realidad que tienes ante tus ojos, por ti.

Nadie tiene derecho a forzarte la mirada, y por tanto, tu decisiones, tus acciones, tus vínculos, tu libertad.

Mira.

Hacia adelante.

Aunque a veces sientas que no tienes a dónde ir.

Que ya no vale la pena.

Mira.

Delante de cada uno, hay encanto y espanto.

Que este tiempo de dificultad nos habilite la profundidad.

Shabat shalóm,

Rabina Silvina Chemen