Parashat Ree comienza con un conjunto de instrucciones para el pueblo de Israel que se aplicarán cuando atraviesen el río Jordán y entren en la tierra que Adonai había prometido a los patriarcas para sus descendientes.
¿Qué es lo primero que deben hacer después del cruce?
2 Destruiréis enteramente todos los lugares donde las naciones que vosotros heredaréis sirvieron a sus dioses, sobre los montes altos, y sobre los collados, y debajo de todo árbol frondoso. 3 Y demoleréis sus altares, quebraréis sus pilares sagrados, quemaréis a fuego sus imágenes de Ashera, derribaréis las imágenes talladas de sus dioses y borraréis su nombre de aquel lugar.” Devarim 12: 2-3.
Y sigue el texto advirtiendo que no imiten las prácticas cananeas y si alguien que dice ser un profeta exhorta a la adoración de otro dios, incluso si realiza un acto milagroso para sustentar su afirmación, será condenado a muerte. Si alguno de los israelitas aconseja adorar a otro dios, él será muerto por la primera persona que lo oye. Y si los habitantes de una ciudad son seducidos a la adoración de otro dios, después de una investigación completa, todos los habitantes serán muertos junto con su ganado, y todos los despojos quemados, para que nunca sea reconstruido.
Éste es un breve racconto de los capítulos 12 y 13.
¿Cómo explicar la ferocidad de estos preceptos?
Podemos intentar una explicación histórica: La intensidad de estas prohibiciones sugiere que los santuarios cananeos debieron haber sido muy atractivos para los israelitas. Y que para instalar radicalmente el monoteísmo bíblico, primero no se puede soslayar el poder del paganismo y por lo tanto, se necesita la total erradicación de cualquier rastro de esa práctica.
Imaginémonos a nosotros que habiendo deambulado la hostilidad y lo rudimentario de la vida en el desierto… entramos a una tierra que teóricamente es nuestra, poblada de imágenes conmovedoras, altares… en fin… cómo no sentirnos tentados a mirar, a probar… cómo no sentirnos atraídos, seducidos por esa propuesta.
Estaban entrando a una tierra que no les ofrecía nada propio, más que eso, la tierra. No había ninguna referencia concreta que materializara su fe en un Dios que para colmo no se ve, no se le puede hacer ninguna imagen, y que además exigía lealtad y exclusión de todos los demás dioses.
¡Qué línea tan delgada y tan peligrosa a mi gusto es la que divide la convicción y la pertenencia, con la intolerancia!
Es verdad, el monoteísmo exigía una entrega total. Pero… ¿la destrucción de todo lo que no es uno o lo que uno cree o el mandato que uno recibe, es el camino para garantizar lo que soy?
Y esto no sucedió solamente con el pueblo hebreo entrando a su tierra… Desde entonces hasta nuestros días… La historia de nuestra humanidad está llena de heridas como éstas.
Pareciera ser que la manera más efectiva de defender lo que somos o lo que creemos es la intolerancia militante…
Y sí… estarán pensando quizás cómo me atrevo a criticar así el texto de nuestra Torá. Cómo tengo el tupé de ir en contra de la palabra sagrada…
Justamente porque si no leemos el texto bíblico a la luz de lo que nos pide para nuestro tiempo, y si no somos lo suficientemente críticos como para reconocer en qué nos ha ido bien en estos 2000 años y en qué fallamos, nos esperan dos posibilidades: O fosilizarnos en un texto y en un mandato que nos hace cada vez menos, más expulsivos, más intransigentes… o alejarnos de una propuesta que de aquí a poco quedará como un resabio antropológico, como el código de Hammurabi o el Popol Vuh, que todos estudiamos en la escuela.
Me niego a unir mi fe con un compromiso con la inflexibilidad y por tanto la expulsión y la destrucción.
Y este resabio de que para instalarnos en lo que somos debemos destrozar todo lo que no es parte de nuestro proyecto no es solamente un fenómeno ligado a la intransigencia y/o miedo a interactuar con otros, con otros modos de fe, con otras ritualidades y miradas… sino que lamentablemente lo hemos instalado dentro de los que aparentemente habitamos la misma tierra.
Porque quienes so pretexto de salvaguardar la continuidad se la pasan descalificando a otros, negando su legitimidad, y creyendo que están erradicando la idolatría, a la usanza de lo que el pueblo de Israel hizo cuando entró a la tierra… ellos son los que hicieron del judaísmo un culto idólatra. Ellos son los idólatras… de los cuales el pueblo judío tiene que temer y de lo que nosotros, creo, debemos hablar.
Yeshaiahu Leibowitz, filosofo, erudito en temas judaicos, judío ortodoxo por cierto, calificó de idólatra a Igal Amir, el asesino de Itzjak Rabin, un judío sumamente observante, que en nombre de su fe, pretendió con sus manos (y un cuchillo) implementar el plan divino matando a quien peleaba por una paz contraria a la normatividad religiosa en la que fue adoctrinado.
También miró con preocupación la conversión de sitios históricos de Israel en lugares de veneración, como él mismo advirtió con el lugar que el Kotel ocupó luego del 1967… Como los viejos profetas de Israel, condenó y advirtió contra los riesgos de lo que él veía ya como degradación moral e idolatría… y miren cómo estamos hoy…
Quisiera volver al texto de la Torá y pensar que la prescripción de destruir todo rastro de idolatría tiene que ver con «la infancia de la vida religiosa de nuestro pueblo», la instalación de algo nuevo requiere de pautas claras, contundentes.
Nosotros no podemos ni debemos quedarnos en ese estadío. Aunque muchos con otros ropajes, lo sigan sosteniendo, de maneras más sutiles, con argumentos más sofisticados pero desde una visión casi fetichista de nuestra tradición. Y no estoy hablando de un movimiento en particular. En cada una de nuestras familias tenemos estas visiones que tanto se asemejan a los fundamentalismos que tanto criticamos.
Stephane Mosès un escritor, filósofo germano francés, fallecido en el año 2007, en su libro Eros y Ley escribía: “… para la Biblia, los ídolos no son las creencias de los otros, son todas las creencias, aún las propias, cuando están fijadas, fetichizadas, sustraídas al proceso de infinita búsqueda de sentido…”
Cuando dejamos de buscar sentidos, cuando no nos encontramos en los textos y en las prácticas que somos mandados a cumplir, cuando sentimos que la tradición así como nos la cuentan no nos dice nada, nos queda un camino mucho más interesante que cumplirla ciegamente o abandonarla: volver a leerla, para volver a interpretarla.
Y sigue diciendo Stephane Mosès: “La idolatría implica considerar la inexistencia de un más allá del signo, reducir su sentido a lo manifiesto, limitarlo exclusivamente a lo explícito. La actitud idolátrica frente a la revelación consiste en negar lo que está oculto, presente en esa ausencia. La actitud idolátrica implica negar un más allá del versículo.”
Finalmente, la interpretación, el estudio y el cuestionamiento el único fin que persiguen es combatir la idolatría, que nada tiene que ver con altares, esfinges y templos paganos… sino con la idolatría que tenemos dentro de nuestras casas.
El Kozker rebe, maestro jasídico decía: “La prohibición de hacer ídolos incluye en sí la prohibición de hacer ídolos de los mitzvot.”
Y miren quién lo dice, alguien que seguramente cumplía y hacía cumplir las mitzvot, pero que sabía que transformarlas en fetiches no es el propósito de lo que el pueblo judío está llamado a realizar.
Quien niega la idolatría afirma la vida, tanto la propia como la del prójimo y la de la naturaleza.
Negar la idolatría no es sólo un principio, una proclama, es un trabajo cotidiano de discernimiento, que en definitiva se constituye como un imperativo ético, ante cada circunstancia.
En mi escuela secundaria aprendí Idish y aprendí a amarlo y allí acuñé frases que en mi casa nunca se dijeron, pero que las fui adoptando como mías… y siempre escuché: Es iz shver tzu zain a Yid (Es difícil ser judío).
Y lo difícil no es la práctica, ni la creencia, lo difícil es el trabajo de apropiarnos, respetuosa e inteligentemente de una tradición que la recibimos y que la hacemos nuestra cuando no la idolatramos, cuando la enfrentamos, la ponemos en tela de juicio, cuando nos angustia y nos lleva a encontrar nuevas comprensiones de lo que significa construir nuestra pertenencia judía cada día, con nuestras decisiones.
Shabat Shalom,
Rabina Silvina Chemen