Parashat Lej Lejá nos vuelve a ubicar en la dimensión del instante. Ese pequeño segundo en el que alguien decide hacerle lugar a una Voz que hace que el rumbo cambie, que hace nacer una nueva propuesta, una nueva conexión con el tiempo y el misterio.
El final de la parashá anterior, parashat Noaj, nos corre un poco de las imágenes descomunales que esta segunda parashá de la Torá nos presentaba: un arca inmensa y una torre que llegaría hasta el cielo…
Y luego de estos dos relatos de dimensiones considerables, nos encontramos con esto:
“Y Teraj tomó a Abram su hijo, a su nieto Lot, hijo de Harán, y a Sarai su nuera, mujer de su hijo Abram; y salieron juntos de Ur Casdim, en dirección a la tierra de Canaán; y llegaron hasta Harán, y se establecieron allí”. (Bereshit 11:31)
De los grandes emprendimientos a un padre que toma a su hijo, su sobrino y su gente y salen hacia la tierra de Canaán.
Y llegamos a nuestra parashá.
El padre de Abram muere en Harán. Y Abram sigue la marcha…
No tiene nada de trascendente. Salvo por el poder de un instante. Una milésima de segundo que modificó el curso de los acontecimientos por completo.
Lej Lejá, escuchó Abram. Sal de tu tierra, a buscar la promesa. «Sal de tu tierra, tu lugar de nacimiento, la casa de tu padre a la tierra que te mostraré. Haré de ti una gran nación.» (Bereshit 12: 1-2).
Era mucho más que una travesía. Era un viaje hacia los ideales, las aspiraciones. Un solo instante bastó para que Abram entienda que la caminata tiene sentido si al encontrar el destino, se encuentra con él mismo.
Abram inaugura la posibilidad de unir dos dimensiones que para muchos aún hoy son irreconciliables: el cielo y la tierra; las alturas/las cimas/los ideales/la trascendencia y lo terrenal/lo cotidiano/lo material/ la lucha diaria…
La Voz del cielo, en un instante, le permite entender a Abram que caminando hacia la tierra, descubrirá el cielo; es decir, el propósito trascendente de ser un eslabón de una historia que empieza a narrarse a partir de él. Y también descubrirá el cielo porque hará de su vida algo mucho más grande que un arca o una torre, hará algo por sí mismo que le dé sentido a su existencia.
«Un hombre soñó que murió y entró al cielo donde los más grandes Sabios de la historia judía estaban sentados en una mesa sencilla, absortos en el estudio sagrado en una Casa de Estudios. Se sorprendió al ver que el cielo que era muy parecido a la tierra.
-¿Esto es todo lo que hay?- el hombre preguntó. -Pensé que se suponía que era el Paraíso.
Una voz respondió: «Tienes razón, los Sabios no están en el Paraíso; El Paraíso está en los Sabios. «
Un instante puede hacernos entender que el camino hacia la grandeza está dentro de nosotros, de nuestra fortaleza para jugarnos por un camino que le dé lugar a nuestras convicciones.
La frase Lej Lejá ha dado lugar a múltiples interpretaciones, que hemos abordado en textos anteriores. Hoy me quedo con lo que los filólogos denominan como un «dativo ético».
Así se lo define: se trata del dativo de pronombres personales que, utilizados en la frase de forma muy libre, expresan un especial valor afectivo.
Abram sale al camino porque en ese instante se da cuenta de que en esa salida se le juega el sentido de su vida. La expresión Lej lejá no es una explicación técnica solamente, Abram está saliendo para construir el mejor relato de sí mismo, inscripto en la historia.
El viaje de Abram, ése al que todos somos convocados en cada Bereshit requiere de un dativo ético, de un pronombre que nos lleve guiados por la ética que marque nuestros pasos.
Y no es necesaria una larga carrera. Ni una estirpe honorífica. Ni una posición acomodada…
Se necesita un instante de contacto genuino con la Voz, que nos dice que nos tomemos a nosotros mismos, como el mejor de los equipajes y salgamos al punto en el que el cielo de las aspiraciones y la tierra que caminan nuestros pies, se encuentran, porque todo se conjuga dentro de lo que somos, lo que hacemos y lo que decimos.
Abram inaugura lo que muchos han llamado -y a mí me encanta- el monoteísmo ético.
El mensaje no es sólo hacia una fe determinada. Ni hacia una tierra determinada. Sino es hacia un compromiso, de la fe y de la tierra, con una manera de encarar la vida, éticamente. La fe es el sostén espiritual, la tierra, el cobijo material y la ética el lenguaje que le da sentido a esta caminata.
Un instante. Ni las grandes cantidades. Ni las estadísticas. Un instante fue necesario para que Abram decidiera darle curso trascendente a su vida.
Ojalá cada uno de nosotros tenga la bendición de poder conectar con esa ínfima porción de eternidad que nos da conectarnos con la Voz para iniciar nuestro genuino rumbo.
Shabat Shalom,
Rabina Silvina Chemen.